Commander-in-Chief, tres cuestiones

El próximo 8 de noviembre, la nación más poderosa del mundo elegirá a su Commander-in-chief. Los candidatos Donald Trump y Hillary Clinton pelean por conseguirlo y han manifestado diferencias en su programa de seguridad y defensa. Clinton, cuenta con una clara ventaja respecto a Trump en esta materia. Estas son las razones.
Por un lado, ninguno de los anteriores presidentes -Obama, George W. Bush o su esposo, Bill Clinton— poseían experiencia en materia de seguridad nacional o política internacional. Además, la vinculación y cercanía de Hillary a las Fuerzas Armadas comienza desde la infancia, al ser hija de un antiguo oficial de Marina de bajo rango, que entrenaba a jóvenes marines antes de que se embarcaran al Pacífico durante la II Guerra Mundial. Incluso intentó alistarse en las Fuerzas Armadas en 1975,  mismo año de su boda. A lo largo de la campaña presidencial ha hecho referencia a la agenda de Defensa, manifestando la necesidad de un uso calculado del hard power para asegurar los intereses de una nación.
Nos encontramos ante una mujer que ha sido durante ocho años Senadora y cuatro Secretaria de Estado, puestos, especialmente éste último, que le han dado paso para participar ampliamente en la toma de decisiones en lo referente a la seguridad y defensa estadounidense. Los atentados del 11-S, pusieron a prueba su pulso en lo referente a la seguridad, de modo que tuvo que trabajar para recuperar Nueva York, un estado por el que era senadora, mejorando la seguridad y consiguiendo fondos para reconstruir el World Trade Center. Tras ellos, no dudó en ofrecer su apoyo a la Global War on Terrorism, y votó a favor de la Guerra de Irak, tras haber agotado los intentos diplomáticos.
Sus visitas a las tropas estadounidenses fueron continuas, tanto en Irak como en Afganistán, así como su continuo trato con generales de varias estrellas y su apoyo al envío de más soldados a la guerra de Irak en 2007, pese a la opinión contraria de varios de sus compañeros de partido. Asimismo, estuvo presente en la firma para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Turquía y Armenia; tuvo que tomar decisiones firmes y complicadas en la «Primavera Árabes», donde tambaleó al mostrarse apoyando en ocasiones a los gobernantes y en otras a los manifestantes. En la campaña actual le pasa factura su tremendo error ante el ataque al consulado estadounidense en Bengasi (Libia). El hecho cierto es que, frente a Trump, la experiencia política de Clinton, su responsabilidad al frente de la cartera de exteriores, y el conocimiento de la Casa Blanca como FLOTUS, son una buena carta de presentación para ser la próxima Commander-in-chief.
Quien ocupe este puesto tendrá ante sí retos de seguridad importantes. Dos son los escenarios: Oriente Medio y Asia-Pacífico. En Oriente Medio, la prioridad es la derrota del Estado Islámico, donde se aboga por combatirlo con mayor apoyo armado pero sin enviar más tropas. A la encrucijada de Afganistán, se une la incertidumbre del aliado Arabia Saudí ante la situación de Siria e Irak, y el manejo de las ambiciones regionales de Irán. Las tensiones con Rusia, vía OTAN, necesitan un nuevo impulso, así como definir quién paga la seguridad de los europeos. El giro Aria-Pacífico implica abordar la locura nuclear de Corea del Norte, así como hacer frente a una China que se presenta como el actor global de referencia.
Lo más relevante será gestionar y resolver tres cuestiones: cómo ejercer el liderazgo global  de una potencia agotada por conflictos; cómo administrar en soft y hard power en escenarios que obligan a soluciones multilaterales; y cómo sacar adelante unos presupuestos de Defensa en un modelo económico-financiero de dudosa estabilidad. Lo cierto es que, una cosa es ganar las presidenciales, y otra muy distinta es saber conducir al ejército más poderoso del mundo en las próximas tormentas que se avecinan.
Verónica Domínguez, analista
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