Trump y Rusia: oportunidad para Europa

La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos puede convertirse en una oportunidad para el escenario de seguridad de Europa de cara a la Rusia de Putin. Sin embargo, los países europeos necesitan demostrar una proactividad geoestratégica que, hasta ahora, no se ha materializado, para evitar que la conjunción entre el antieuropeismo del “British first” y el aislacionismo del “Make America great again” del neo elegido inquilino de la Casa Blanca termine restando impulso a la iniciativa europea.

Con la organización Estado Islámico acorralada en sus bastiones de Raqa y Mosul en Oriente Próximo y en retirada en Libia, y con una insurgencia gestionada a nivel regional y por las Naciones Unidas en el Sahel, que ha llegado a un nivel de cronicidad, las miradas de las capitales europeas pronto volverán a dirigirse hacia su entorno más próximo de seguridad, el espacio ex-soviético y el conflicto de Ucrania, donde Putin está desplegando su arsenal de razones irredentistas.

Moscú está actuando como nunca se atrevió a hacer durante los casi 50 años de Guerra Fría, por temor a romper aquel equilibrio de provocaciones con Estados Unidos sobre el que se regía la paz nuclearizada. El Kremlin está protagonizando una política basada sobre una voluntad intervencionista inédita, coincidiendo con el abandono obamiano de una política exterior idealista.

El repliegue hacia el realismo estratégico, que ha llevado Washington a desplazar su foco lejos de Oriente Próximo y hacia la Cuenca Pacífica, ha abierto ventanas geopolíticas llenas de oportunidad para Rusia, activa tanto en los límites del imperio soviético, donde no renuncia a su colchón defensivo y a su espacio de influencia económica y cultural, como en el Mediterráneo y Oriente Próximo.

Esta coyuntura deja para Europa unas alternativas claras. El primer escenario sería ocupar el espacio que la Casa Blanca de Trump abandonaría al renegociar el compromiso de EE.UU. con la defensa y la seguridad de los aliados del tratado del Atlántico del Norte. Bien reforzando las cuota europeas en la OTAN, bien a través de esquemas de seguridad regional genuinamente continentales. Sin embargo, la eventual falta de asertividad internacional y/o coordinación continental podría empujar los socios europeos y atlánticos más jóvenes -y que más cerca perciben la presión rusa- a radicalizar su discurso político y diplomático en sentido más xenófobo y antieuropeista como reacción al “abandono” de aquel Occidente al que en su momento quisieron sumarse. También el proyecto europeo se vería afectado, al alejarse los países de este anillo oriental de los ideales europeos, al no ver ventajas en la membresía de la Unión. Y el oso ruso podría volver a imponer su influencia en el vecindario.

La Historia se compone de ciclos largos. Si Europa decide no hacer nada, no es del todo descartable una situación parecida a la de una nueva Guerra Fría, pero caracterizada por la ausencia de tensión, donde simplemente la potencia norteamericana se retiraría o desplazaría su foco de atención a otra región geopolítica, y Rusia volvería a su estatus natural de potencia hegemónica en Eurasia. EEUU ya están pivotando sobre Asia Pacífico. El nuevo aislacionismo declarado de Trump no representará un problema de seguridad para Europa sólo en la medida en que los países del Viejo continente acepten su nuevo rol y ocupen el espacio abandonado or el socio transatlántico.

¿Habrá voluntad política y recursos materiales para hacerlo? Los líderes europeos de los países core no están en las mejores condiciones. Merkel lucha contra las lógicas de partido y las dinámicas de las coaliciones y Alemania está desbordada por el debate sobre su rol como centro de Europa y receptora de inmigración. Hollande es un presidente con fecha de caducidad. Renzi necesita tiempo para cambiar un país demasiado vinculado a un pasado estancado entre poderes tradicionales. España se enfrenta a una nueva etapa de constante negociación política. Una Europa que defienda sus intereses a través de una fuerte presencia en su entorno geoestratégico deberá actuar tomando riesgos y asumiendo responsabilidades, en una palabra, ejerciendo un liderazgo que, probablemente, aún no puede o quiere ejercer.

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F. Saverio Angiò, Doctorando IUGM/UNED

Foto: EEAS

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