Aachen: La peculiar alianza franco-alemana

Análisis Nº 210


Tras dieciséis meses de trabajo, el 22 de enero, Francia y Alemania firmaron un “Tratado” en la ciudad fronteriza de Aachen para reforzar los lazos bilaterales e impulsar la UE. El acuerdo es considerado por algunos como una reedición del firmado en el Palacio del Elíseo en 1963, que marcó el camino de reconciliación de los dos países tras la Segunda Guerra Mundial, empleando para ello a la Unión Europea. El Tratado, entre otros aspectos, refleja las dificultades del presidente Macron para conseguir su objetivo de una mayor integración de la eurozona y lo expresado en el discurso de la Sorbona en septiembre de 2017, en el que urgía un proyecto para una mayor integración europea.

Tras la parafernalia final de estos actos, la realidad se impone y pone de manifiesto la falta de profundidad estratégica que lo conforma. Las intenciones de 1963 se han repetido en Aachen -llamamientos dirigidos a mantenimiento de la paz y legalidad internacionales- pero el problema es que ahora el contexto geopolítico es otro.

Desde la llegada de Macron al poder, se ha percibido en Alemania un cierto alejamiento en la cooperación bilateral, teniendo como impulsor a la CDU, el partido que sustenta a la canciller Merkel en el Bundestag, que ha promovido la austeridad fiscal en cualquier reforma de la eurozona y limitaciones en temas como la política exterior y la defensa. Los analistas europeos coinciden en que la época en que Merkel tenía facilidades para poner en práctica lo que se acordaba en Europa, se ha acabado. Asuntos como el presupuesto de la UE, la emigración o la defensa requieren la previa aquiescencia del Bundestag, que no está dispuesto a asumir costes exagerados, a la vista de la incertidumbre de la fecha de nuevas elecciones. Sin el apoyo de Merkel, hay pocas oportunidades para Macron de arrastrar a otros miembros de la Unión a una mayor integración.

En el Tratado también puede identificarse la postura de supremacía de ambos estados para decidir el futuro de la UE según sus intereses; así, la pretensión de que la Unión ocupe un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU ha sido sustituida por el apoyo francés a que sea Alemania la que ocupe el asiento.

Las motivaciones y acciones de una “ever closer Union” siempre han ignorado la geopolítica y, por tanto, se ha mantenido ajena a cambios estratégicos mundiales. En Aachen se han repetido las alusiones a la mejor introversión europea, como coordinar la política exterior, unificar la legislación mercantil, mejorar la vida de los ciudadanos de algunas regiones, los intercambios educativos y otros aspectos del “Estado del bienestar”, mientras no se recogen los retos que tendrá que afrontar Europa. 

Es curioso conocer cómo el Tratado enfoca las cuestiones de defensa. Se indica que la cooperación militar se va a reforzar, añadiendo que “incluirá el desarrollo de enfoques estratégicos coincidentes, el diseño de la Unión Europea de Defensa, íntima colaboración con África, además de reforzar las consultas y coordinación dentro de la ONU y otras organizaciones internacionales”. Esta concepción es para un mundo que ya ha pasado y que se intenta revalidar el empleo del soft power para el Orden que está en formación cuya naturaleza es el power politics.     

El Tratado pone de manifiesto, una vez más, la preeminencia de los intereses nacionales. Actualmente la Unión Europea es un pequeño caos en multitud de temas como política exterior, economía, movimientos sociales, emigración, defensa, etc. La mayoría de los líderes políticos del resto de los países europeos no ofrecen un modelo de futuro para la UE. La asimetría geográfica es patente, los países del Norte están cómodos con la dirección de Merkel, mientras el vicepresidente del Gobierno italiano, Matteo Salvini, le propone a su colega polaco un eje que se oponga al franco-alemán. Por otra parte, tanto hechos como el Brexit, como el contexto geopolítico mundial afectan de diferentes formas a los socios europeos. El ejemplo más evidente se da en los socios del Este, donde, desde su particular “euroescepticismo” gestionan peculiarmente ciertos asuntos.

Europa tiene que encontrar pronto la brújula geopolítica para fijar el rumbo que la dirija a un tipo de cohesión realista y capaz de hacer frente a los retos reales presentes y futuros.

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Enrique Fojón, Doctor en Relaciones Internacionales


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