Andersen y la Yihad

Paper 5/2018

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Resumen

La contranarrativa frente al terrorismo yihadista y muy especialmente contra el desarrollado por el Estado Islámico se ha esforzado en resaltar como uno de los argumentos principales para deslegitimarlo, que la interpretación del Islam que hacen los seguidores de este grupo es una falsificación del Islam real. Según un argumento repetido en innumerables ocasiones –muchas de ellas por personas completamente ajenas a la religión del Profeta-, el Estado Islámico “ni es Estado ni es Islámico”, puesto que el Islam, que es presentado por estas personas como una “religión de paz”, rechaza la violencia. Sin embargo, y en contraste con esta tesis, muchos grupos yihadistas, y el Estado Islámico de forma preeminente, se caracterizan por contar entre sus filas con destacados teólogos del Islam. Este artículo pretende poner de manifiesto la posibilidad de que la interpretación realizada por las corrientes más extremistas del Islam sea, en realidad, el Islam mismo y que, por tanto, la contranarrativa creada en Occidente no sea la adecuada para afrontar el problema.

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Contranarrativas frente al yihadismo: la batalla del relato

El tema de la contra narrativa es uno de los que más ríos de tinta ha hecho correr en los últimos años en los foros especializados contra el terrorismo, sean académicos, gubernamentales o de seguridad. Para este artículo, entenderemos la contra narrativa como el conjunto de acciones tendentes a desmontar el argumentario sobre el que los terroristas de cualquier signo tratan 1) de legitimar sus inmorales acciones, 2) de dar a conocer sus reivindicaciones y 3) de incitar a eventuales simpatizantes a unirse a su causa.

Del fenómeno se han ocupado ampliamente autores como Federico Aznar, que explica la necesidad de los terroristas de comunicarse -de transmitir su “relato” o “narrativa”- en su general falta de expectativas en el plano estrictamente militar por lo reducido de sus medios, capacidades, apoyos o recursos. El terrorismo es, para Aznar, “una guerra limitada, un modelo extremo de guerra asimétrica en el que lo militar se reduce al mínimo. Su victoria sólo puede ser limitada e indirecta, negociada; no aspira a la derrota del oponente sino a una imagen. Su reducido número es apto para operar (el secreto obliga) no para vencer; y además no tiene capacidad ni intelectual ni humana para gestionar la victoria”. Es, por tanto, “un fenómeno mediático que implica acciones tácticas para influir políticamente. [Las actuaciones terroristas] Son actuaciones que superan su objeto. Su práctica encarna la de un publicista; un mensaje, el simbolismo y la cualidad de lo inesperado para atraer la atención del público objetivo”.

Casebeer y Russell han estudiado la importancia de aprender a entender la narrativa del terrorismo que en muchos casos y particularmente en el caso del terrorismo yihadista está relacionado con una visión del mundo específica y con  una tradición literaria centenaria en la que aparecen autores -como Sayid Qutb o Ibn Taimiyya- generalmente desconocidos en Occidente.

Del contenido del discurso de los terroristas se han ocupado autores como De la Corte, Moreno y Sabucedo, que se han fijado en la importancia del discurso del terrorista como forma de legitimación apelando a fines elevados y trasladando la responsabilidad de las agresiones a las víctimas o a los gobiernos cuya legitimidad se pretende conculcar. La victimización, como tema recurrente en las narrativas de los grupos terroristas también ha sido puesta de manifiesto gracias a los trabajos de Bandura, Osofsky y Zimbardo.

El terrorismo de la cuarta oleada[i], -el terrorismo religioso- y en concreto el terrorismo de corte salafista yihadista, es muy particular en lo que se refiere a la comunicación pública y transmisión de su relato por cuanto gran parte del mismo está contenido en el libro sagrado del Islam. El debate de si la interpretación que los yihadistas violentos hacen del Corán es o no la correcta debe ser dilucidado por las jerarquías religiosas musulmanas (sean estas las que sean, puesto que el Islam no reconoce, en su vertiente suní mayoritaria ni la interpretación del texto –que ha de ser asumido íntegramente- ni un  magisterio transmisible por un clero regular).  A este respecto, el polémico intelectual suizo Tariq Ramadán afirma que “en el Corán no hay espacio para el escepticismo o la duda moral, ni tampoco existe la lucha entre Dios y el hombre, tan presente en la Biblia”.

A pesar de lo anterior, no faltan quienes, sin tener la más mínima vinculación con el Islam, se erigen en jueces de la realidad de éste con diversos propósitos, siendo los más respetables de ellos evitar la radicalización de individuos vulnerables y prevenir amalgamas y generalizaciones que puedan derivar en inculpaciones injustas de individuos inocentes. No es infrecuente que al emitir sus benevolentes juicios  insistan en que el ejercicio de la violencia es algo totalmente ajeno al Islam, al que califican con frecuencia de “religión de paz”; sin embargo, la enormemente profusa cantidad de citas coránicas invitando a ejercer la violencia contra el adversario que aparecen en las reivindicaciones de los grupos terroristas yihadistas es un hecho que no puede ser soslayado si se quiere estudiar el fenómeno con objetividad.

Desde luego no hay que caer en la generalización y la condena en masa de los seguidores de la Fe del Profeta. La inmensa mayoría de musulmanes no están dispuestos a ejercer la violencia contra sus semejantes aun cuando estos no sean miembros de la comunidad de los creyentes, por alguna íntima restricción de conciencia que les lleva –tal vez ilícitamente, por desgracia, y ahí radica el problema- a obviar algunas  frases del Corán y los Hadices o a interpretarlas desde un prisma benévolo.

Supongamos que los libros sagrados de una hipotética religión fueran un canto esperanzado e inspirador al amor de Dios a los hombres, al amor entre los hombres entre sí, al perdón de las faltas. En esas circunstancias, si la mayoría de los seguidores de esa religión fueran activamente violentos y unos pocos insistieran en que se han apartado del mensaje de los libros sagrados es claro que la posibilidad de poner fin a la violencia radicaría en la correcta interpretación del mensaje contenido en esos libros. Analizando ese contenido se podría desposeer a los violentos –en un esfuerzo probablemente largo y en ocasiones doloroso- de argumentos en los que basar su comportamiento. En ese caso nadie pretendería soslayar la que quiera que fuese la literalidad de esos libros, y se les reconocería el inmenso valor de su integridad. Esta, y no la cantidad de individuos obrando pacífica o violentamente, sería la base de una aproximación acertada al problema.

De forma similar, en el caso que nos ocupa, no se trata de discernir si los musulmanes en general son o no violentos, cuando es obvio que la mayoría no lo son y merecen ser tratados con toda justicia y caridad como cualquier ser humano. El quid de la cuestión, no radica en los millones de musulmanes esencialmente justos y buenos en su vida personal y en su relación con los demás sino en si el Islam ampara y justifica el recurso a la violencia de una forma lo bastante explícita como para que los terroristas puedan sentirse legitimados y aun interpelar al resto de la comunidad de los creyentes acusándoles de no ordenar el bien y no prohibir el mal (3:10). Ordenar y prohibir.

 

Difusión del mensaje y rechazo de sucedáneos

Consecuencia de la relación directa que los terroristas yihadistas aseguran que existe entre sus acciones y la voluntad de Alá, es que la transmisión de su mensaje –o de parte de su mensaje al menos- cuenta con una miríada de altavoces; potencialmente tantos cuantos minaretes y escuelas coránicas existan. Cada vez que un imán explique las suras At Tawba, o Al Maida, tendrá que elegir entre obviar las aleyas en las que se invita a matar a los no creyentes donde quiera que les encuentre (9:66), o a no ser amigo de judíos o cristianos (5:51)[ii].  Es decir, la interpretación violenta del Islam, correcta o no, puede ser propagada fácilmente incluso aprovechándose de una práctica en principio inocente de esta religión, como es acudir de buena fe los viernes a una mezquita siempre y cuando su imán resulte ser radical.

Este interés por la transmisión del relato yihadista se ha disparado, especialmente, tras demostrar el Estado Islámico –que si bien atraviesa en este momento horas bajas ha sido la mayor amenaza a la seguridad mundial en años, y ha constituido un califato, hecho de enorme importancia para los musulmanes- que no sólo contaba con la transmisión “pastoral” de su narrativa, muy popular en algunas zonas de Irak y Siria, sino que dominaba el arte de la propaganda.

Sin embargo, en muchos aportes acerca de contra narrativa, en lo que se refiere al relato capaz de erosionar el atractivo que el terrorismo yihadista tiene para un determinado sector de población, parece subyacer una idea de marketing que probablemente  no sea una estrategia adecuada[iii]. De hecho, la fabricación de un relato por parte de aquellos a los que la comunidad potencialmente vulnerable a la radicalización violenta percibe –aunque sea vagamente-  como a sus enemigos tiene muchas posibilidades de predisponer en contra a esa misma comunidad, como ponen de manifiesto Braddock y Horgan. Estos autores han señalado de manera muy interesante que las sociedades con culturas muy basadas en el argumento de autoridad y en el liderazgo de jefes legitimados por la tradición son refractarias a las argumentaciones que perciben como propias de individuos que se oponen a sus líderes.

A pesar de la advertencia de Braddock y Horgan, se repite con entusiasta insistencia desde esferas ajenas a la cultura y la religión islámica, que es preciso deslegitimar al Estado Islámico poniendo de manifiesto que el suyo no es el “Islam verdadero”, que el Islam no aprueba la violencia, que la yihad ha sido mal interpretada, que hay que avanzar hacia un Islam “moderado”. Sin embargo, se echan de menos enfoques que afronten el asunto con la valentía de preguntarse “¿Qué pasaría si esos postulados resultaran no ser ciertos? ¿Y si el Estado Islámico defiende un Islam que legítimamente puede construirse a partir del Corán y los Hadices?”. Al terrorismo yihadista no se le derrotará con un relato inventado: debe ser derrotado oponiéndole la verdad histórica, política y filosófica, sea esta la que resulte ser, tras un estudio serio y ajeno a la corrección política.

Es verdad que se alzan algunas voces que pretenden describir de manera fidedigna en qué consiste el relato del Islam y hasta qué punto el recurso a la violencia se encuentra legitimado en el Corán y la sunna. Sobre este punto resulta de enorme interés la inapelable acumulación de referencias que Aznar facilita en su trabajo “El Islam y la Guerra”. Pero, a pesar de ello y como se verá en algunos ejemplos más adelante, la contranarrativa en este asunto obvia de manera contumaz la realidad que Aznar pone ante nuestros ojos.

Es posible que una explicación a esta actitud del avestruz radique en el temor consciente o inconsciente a las represalias que se puedan derivar de cualquier manifestación que, procedente de Occidente, pueda resultar mínimamente ofensiva a ojos de las autoridades religiosas del Islam (de nuevo, sean éstas las que sean). Así se desprende del análisis que William Arthur hace del peso dado a la libertad religiosa por parte de la Administración Trump en su política exterior. Si, como parece afirmar Arthur, un énfasis en la libertad religiosa de la diplomacia estadounidense puede resultar en una mayor hostilidad de la población o las autoridades musulmanas, es legítimo preguntarse por qué.

Probablemente el temor que Arthur deja aflorar en su artículo esté más que justificado. Afirma que “la percepción de que la Administración [Trump] tenga un sesgo anti musulmán (algunos críticos citan su prohibición de viaje desde países musulmanes) es peligrosa: podría llevar a los terroristas a reacciones aún más violentas contra cristianos y no musulmanes. Esta percepción también hará que se deterioren las relaciones entre Estados Unidos y países de mayoría musulmana (…)” (La traducción es del autor).

No es preciso remontarse a hechos históricos que recuerden el carácter militar de la expansión del Islam ni de los distintos imperios musulmanes, estados islámicos al fin y al cabo: sucesos recientes ponen de manifiesto que determinadas manifestaciones generan reacciones en extremo violentas, que justifican la prevención de Arthur.

Mencionemos sólo algunos:

  • La publicación de Los Versículos Satánicos de Salman Rushdie le valió una condena a muerte por parte de las autoridades religiosas de Irán; Rushdie, con nacionalidad británica e india, ha tenido que vivir escondido durante años por el temor, más que fundado, de que su condena a muerte, dictada por el Ayatolah Jomeini, se vea un día materializada.
  • Las groseramente ofensivas caricaturas de Mahoma en el pasquín francés Charlie Hebdo desencadenaron una trágica reacción por todos conocida. La reivindicación del atentado fue hecha por el portavoz de Al Qaeda en la Península Arábiga, Naser bin Ali Al Ansi (Espinosa, 2015), ya fallecido, el cual era un estudioso de la universidad Al Iman de Sanáa, Yemen: una vez más las interpretaciones rigoristas no provienen de individuos exaltados llevados por su ignorancia sino de académicos y autoridades religiosas que se ciñen muy literalmente a un texto que no están –según la creencia compartida por la mayor parte de seguidores del Islam- autorizados a interpretar.
  • En Pakistán, la cristiana Asia Bibi ha sufrido hasta fechas muy recientes la posibilidad de ser ejecutada en virtud de una sentencia de muerte recientemente anulada –pero que ya le ha supuesto la encarcelación desde que fue detenida hace nueve años- acusada de un delito de blasfemia. El delito de Asia Bibi consistió en debatir con otras mujeres de su aldea sobre qué había hecho Mahoma por ellas, estando convencida por razón de su Fe de que Cristo había dado la vida por los pecados de la Humanidad. El caso, no demasiado publicitado a nivel mundial aunque lógicamente conocido en ambientes cristianos, está vinculado con otros asesinatos de personas que se pronunciaron públicamente en Pakistán en defensa de Bibi. Si bien es verdad que el Tribunal Supremo ha anulado la sentencia, el gobierno pakistaní no dudó en su momento en retirar la escolta a su abogado defensor, a pesar de los antecedentes de violencia contra los defensores de Bibi. Estos antecedentes incluyen el asesinato del Gobernador de Punyab por pronunciarse públicamente a favor de Bibi. Las reacciones por parte de algunos sectores de la sociedad pakistaní a la reciente anulación de la sentencia serán, muy probablemente, violentas.

Estos ejemplos ponen de manifiesto además que, si bien enfrentados en asuntos de importancia, (algunos) chiitas y (algunos) sunnitas parecen estar de acuerdo en el recurso a la violencia.

Los relatos inventados, suavizados, creados ad hoc, acerca de un Islam moderado, conciliador y que rechaza la violencia son de hecho sistemática y eficazmente rebatidos por las instancias religiosas del Estado Islámico. Es más: la respuesta a los intentos de deslegitimar su interpretación del Corán y los Hadices de los ambientes más afines al el Islam violento llega con rapidez y contundencia. Los ejemplos son numerosos y accesibles:

El número 7 de la revista Dabiq contiene un artículo titulado “El Islam es la religión de la espada, no pacifismo”, y está repleto de referencias coránicas:

Dabiq 7, pág.21. “Al? Ibn Ab? T?lib (que Alá se complazca en él) dijo “El mensajero de Alá (La paz sea con él) fue enviado con cuatro espadas: una para los mushrikin {y cuando el mes sagrado haya pasado entonces mata a los mushrikin donde los encuentres} [At-Tawbah 5]; una espada para Ahul Kitab {Lucha contra aquellos que no creen en Alá ni en el Último Día ni consideran ilícito aquello que Alá ha hecho ilícito y queines no adoptan la religión de la verdad de entre aquellos que han recibido el Libro [combátelos] hasta que paguen la jizyha y sean humillados} [At-Tawbah; 29], una espada para los munafiqin {Oh Profeta, lucha contre los kuffar y los munafiqin} [At-Tawbah; 73] y una espada para los bughat (agresores rebeldes) {entonces lucha contra el grupo que comete baghy (agresión) hasta que regtrese al orden de Alá} [Al-Hujur?t: 9]” [Tafs?r Ibn Kath?r]”. La traducción es del autor. En el texto las palabras árabes pueden entenderse como “politeístas” (musrikin), “Gente del Libro, es decir, judíos y cristianos” (Ahul Kitab), “capitación” (jizyah), “los hipócritas” (munafiqin), “los infieles” (kafir) y “los rebeldes” (bughat). Como se puede comprobar, las acciones del Estado Islámico encuentran sólida justificación en su libro sagrado..” (La traducción es del autor).

El número 15 de Dabiq se dedicó a dejar claro a los cristianos que eran un objetivo preferente a pesar de las numerosas declaraciones bienintencionadas, malintencionadas o simplemente ingenuas que insisten en edulcorar el Islam. Esta aclaración se ponía de manifiesto desde la imagen de portada: un hombre derribando la cruz de una iglesia para sustituirla por una bandera negra con la sahada. El título de ese ejemplar es, precisamente, “Romper la Cruz”. En el cuerpo de la revista aparecen varios artículos muy explícitos. En uno de ellos, un un artículo titulado “Por qué os odiamos y por qué os combatimos” queda de manifiesto que ateos, cristianos, sodomitas y muchos otros son dignos de ser combatidos activamente. Más adelante, en las páginas 46 a 63, aparece el artículo “Romper la Cruz”, entre la 64 y la 69 una entrevista a un cristiano converso al Islam y alistado en el Estado Islámico. En la página 75, un argumentario en contra de los papas Benedicto XVI y Francisco, con el interesante añadido de considerar “sutil” a este último por mostrarse conciliador con el Islam:

Islam. Mientras Benedicto XVI conoció una pública desaprobación por citar a un antiguo emperador bizantino, Francisco continúa escondiéndose tras un velo engañoso de “buena voluntad”, escondiendo sus intenciones realies de pacificar la nación musulmana. Esto se pone de manifiesto en la frase de Francisco “nuestro respeto por los auténticos seguidores del Islam debería llevarnos a evitar odiosas generalizaciones porque el auténtico Islam y la adecuada lectura del Corán están opuestos a cualquier forma de violencia)”.

En las muy numerosas citas que aporta el EI en sus publicaciones parece quedar de manifiesto que la adecuada lectura del Corán no resulta tan pacífica como el Papa Francisco sugiere.

Como se puede constatar, las referencias al Corán y los Hadices en ambos ejemplos –y en todas las publicaciones periódicas del Estado Islámico-son constantes. Negar ese hecho –así como el detalle en absoluto trivial de que las referencias son textuales, no están modificadas con respecto al texto original- es caer en el  engaño de los sastres truhanes  y esforzarse en ver vestido al emperador cuando realmente está desnudo, como en el cuento de Andersen.

 

Conclusiones

Como recuerda Torres, “en 2006, Daniel Benjamin y Steven Simon publicaron en el The New York Times un premonitorio artículo centrándose en la muerte de Al Zarqawi, donde percibieron acertadamente un cambio de paradigma: La lección más importante que nos deja su reinado del terror es el espejo que nos impide entender la verdadera amenaza yihadista. Nuestro desconocimiento de que el yihadismo es un movimiento social y no sólo un puñado de organizaciones terroristas”. Un movimiento social, nos atrevemos a apuntar, respaldado por la inmensa fortaleza que le proporciona el sustrato de una fe milenaria, el Islam, compartida en la gran mayoría de sus postulados por mil millones de personas.

Para poder presentar una contra narrativa eficaz al yihadismo es imprescindible comprometerse con la pregunta de “¿Cómo es realmente  el Islam?”. No cómo la corrección política lo explica sino cómo lo explican su libro sagrado y la sunna. Cómo fue la vida del Mensajero del Islam. Qué le “ordenó” hacer a Mahoma el Arcángel Gabriel. Es imprescindible estar preparados para la respuesta de que lo que le ordenó hacer fuera la yihad y, lo cierto, es que hay indicios de que podría ser así: la biografía canónica de Mahoma, de Ibn Ishaq, es la de un hábil caudillo militar que no duda en instigar la guerra cuando le resulta conveniente (como en la batalla de Badr), en ordenar la eliminación de quienes le ofenden, (como el poeta Kab Ibn Al Ashraf) ni tampoco en tomar venganza de los judíos de Medina cuando resultan un obstáculo demasiado incómodo. Los Hadices nos relatan, de manera ejemplarizante, que los súbditos de Mahoma arrebataban la vida de quienes le resultaban incómodos a su maestro recibiendo por ello promesas de bienaventuranza y también que les es lícito hacer esclavas entre las mujeres de los vencidos. Haciendo un ejercicio de imaginación podemos tratar de aventurar cómo habría reaccionado Mahoma si hubiera pasado unos días de 2015 en Mosul o Raqqa. Tal vez si Mahoma pudiera ver la magnitud de la devastación que hace posible la actual tecnología se sentiría sobrecogido; quizás se sorprendería de que las redes sociales hubieran hecho posible exponer de forma tan obscena la crueldad de las ejecuciones; es posible que acercándose con autoridad a Al Bagdadi le dijera “ya basta”, pero probablemente el esquema mental del califa del Estado Islámico no le resultaría ajeno, ni tampoco se lo resultarían las palabras que éste emplea para justificarse.

Es necesario que resuene la voz de un niño gritando “¡Pero si no lleva nada encima!” para que nos demos cuenta de que el emperador está desnudo. De que hay indicios suficientes como para plantearse la inquietante posibilidad de que los textos de Dabiq y de Rumiya sean la interpretación correcta del Islam. O, por lo menos, que sean una interpretación tan lícita como otras y que, de hecho, vulnera mucho menos la literalidad de un texto considerado increado por la fe musulmana; un texto no sujeto a interpretación por ser el dictado de Dios, no una creación humana escrita a partir de mociones de índole espiritual. Esta posibilidad, aunque aterradora por los escenarios a los que puede conducir, no es descabellada, máxime cuando la doctrina musulmana quedó fijada definitivamente antes del segundo milenio de nuestra era. Es necesario plantearse cuanto antes que tal vez Abu Baker Al Bagdadi haya tratado de hacer exactamente lo que Mahoma proponía y practicaba, magnificado de manera dramática por los medios de destrucción, y la densidad de población del siglo XXI.

Por supuesto esclarecer si ese es el caso es responsabilidad de las más altas instancias del Islam. Pero, hasta que esas altas instancias aclaren definitivamente la cuestión, y es improbable que eso ocurra en un breve plazo de tiempo, la contra narrativa más eficaz no será repetir incesantemente un Islam inventado, creado en think-tanks occidentales, sino abogar por la implantación por convencimiento de un orden moral justo en el que cada persona sea respetada por su dignidad inviolable, en todo igual a la de sus  semejantes, y que excluya el uso de la violencia para la imposición del ideal. Esa guerra del relato, una guerra sin cuartel para desmontar las contradicciones y las falsedades hasta enfrentar a cada individuo con su responsabilidad personal de elegir o repudiar para siempre la violencia, es la única realista.

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[i] Seguimos aquí a David Rapoport en su conferencia “Las cuatro oleadas del terrorismo moderno” pronunciada en 2004 en Zaragoza en las primeras Jornadas sobre Terrorismos en el S. XXI organizadas por la Fundación Giménez Abad de Estudios Parlamentarios y del Estado Autonómico. No obstante le seguimos con alguna reserva, al considerar que el terrorismo religioso debería en justicia llamarse salafista yihadista por cuanto resulta injusto incluir en esa categoría a la multitud de confesiones religiosas que nada tienen que ver con el fenómeno terrorista religioso, casi exclusivamente representado por musulmanes con una versión radical y particular de su fe. De manera tal vez inconsciente, Rapoport incurre en una aproximación eufemística a este fenómeno que está muy en relación con lo que se trata en este ensayo.

[ii] Para las referencias coránicas hemos utilizado la edición del Corán traducido por el Dr. Bahige Mulla Huech, editada en 2017 por C.S.T Editions, Barcelona.

[iii] Francia, muy dada a las Iglesias nacionales, proponía recientemente una reelaboración del Islam que dejara fuera las partes conflictivas.

Fernando Fernández de la Cigoña, Máster en Análisis y Prevención del Terrorismo (Universidad Rey Juan Carlos)

Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad del autor