Brexit y Covid-19, ingredientes de un complicado futuro en Reino Unido

Paper 31 / 2020

Tras el desgaste interno provocado por la decisión adoptada en el referéndum de junio de 2016 por el que el Reino Unido apostaba por su salida de la Unión Europea, y su final aprobación el pasado 31 enero de 2020, se dibujaba un escenario  de relativa calma tras una tempestad doméstica que había dejado numerosas heridas en el país. Esto puede resumirse en la reflexión del periodista Rafa de Miguel, quien afirmaba “Como el corredor que llega exhausto a la meta del maratón o como el esquiador que deja finalmente de dar volteretas después de un gran batacazo, solo los partidarios más furibundos del Brexit tenían ganas de celebración. El resto se ha quedado sin fuerzas para celebrar nada.”

Sin embargo, sin tiempo para asimilar las consecuencias de la decisión adoptada en enero de este año, un nuevo actor hacía su aparición en el escenario británico, al que “no se esperaba” -según el relato de la siempre honorable “política oficial”-, y que de manera miope, el propio gobierno británico fue incapaz de prevenir, y  peor aún, advertir los daños y riesgos que ya estaba generando en los países vecinos, en esta ocasión su insularidad no fue capaz de frenar la crisis sanitaria.

El camino del Brexit suponía para el Reino Unido abandonar su status de estado miembro, dejaba de formar parte de las instituciones comunitarias, su “efectividad negociadora” dejaba de existir en UE. Bien es verdad que los británicos no contribuirían al presupuesto europeo, pero también renunciaban a un espacio económico y comercial de primer orden global: el Reino Unido se convertía en un país tercero, y sus empresas tendrían un marco regulador diferente, al estar fuera de uno de los mayores mercados globales del planeta. Cabe no olvidar  el coste de esta  salida que asciende a una cifra cercana a los 45.000 millones de  euros; a ello se adhieren los referencias de la Agencia Standard & Poor’s, “el riesgo de que el Reino Unido salga de la Unión Europea sin acuerdo es  alto”, y anticipa una reducción de su PIB en alrededor del 3% para el 2020 si al final se produjera un Brexit duro.

Y sin olvidar, dentro de “una paciente espera” para un acuerdo final con UE, que establezca el tipo de relaciones; bien es verdad que negociar con una potencia económica y comercial siempre resulta complicado,- para una sola nación- y las consecuencias pueden arrojar resultados no muy positivos, sobre todo cuando las posibilidades de acuerdos comerciales con otros actores globales alcanzan no ser del gusto de los intereses británicos.

Aunque bien es verdad que ya de por sí la cuestión económica y comercial resulta de gran interés y puede suponer en su conjunto un serio problema para el futuro de este país, no cabe por menos añadir otras crisis que han derivado de este proceso y que tienen suma importancia para el futuro del Reino Unido.

Por una parte, aunque bien es verdad que los últimos resultados electorales de 2019 han dado una holgada mayoría parlamentaria al actual Primer ministro Boris Johnson; la lectura que se extrae de estos últimos años en el Reino Unido es una mayor separación entre la política oficial que el tradicional modelo político asentado en los dos grandes partidos tanto el conservador como el laborista, y su sociedad cada vez más alejada; y donde la capacidad de entendimiento entre estos dos sujetos esenciales en el modelo democrático británico resulta en estos momentos muy complicado, con unas opiniones públicas volubles a la realidad que les toca vivir ,algo que sin lugar a dudas la clase política británica tiene que no perder de vista.

Por otro lado, otro aspecto que resulta muy interesante, es que se ha producido una fuerte tensión institucional que en numerosas ocasiones ha conllevado que el poder judicial tuviera que decidir respecto al enfrentamiento entre los poderes ejecutivo y legislativo, el período de gobierno de Theresa May fue un claro ejemplo de ello. Y, por último, qué sucede con los liderazgos británicos, cómo se ejercen, a qué responden…, en tan solo tres años hemos visto ya tres primeros ministros junto a la dimisión del líder laborista; liderazgos que no han sido capaces de gestionar y conectar con la realidad surgida a través del proceso del Brexit y de los desafíos consustanciales al mismo.

Aunque bien es verdad que estas tensiones o crisis hacen mención al claro enfrentamiento de poder, donde la cuestión del Brexit se convirtió no en una cuestión de estado sino en un arma política que ha tenido serias consecuencias, no cabe olvidar que se abría otro frente no menos importante para este país como fue la cuestión territorial, en Irlanda del Norte donde mayoritariamente votaron por la permanencia en UE, las negociaciones sobre el Brexit supusieron una reapertura y una cierta escalada de tensión intracomunitarias, en un espacio norirlandés que tras los acuerdos de Paz -del Viernes Santo del 10 de abril de 1998- suponían recuperar viejos fantasmas en un área británica que necesita de la estabilidad social y política. Suponía que no solo tres capitales tuvieran directa incidencia en esta cuestión como eran Londres, Dublín y Ulster sino que una cuarta capital –Bruselas- también se viera implicada en dicha cuestión. Finalmente, el acuerdo logrado conllevaba una aceptación del respeto a los acuerdos de Paz, pero a la vez eran reflejo de una clara modificación de la realidad norirlandesa, ante la que Londres va a tener que prestar una gran atención en un futuro no muy lejano.

Por su parte, la cuestión escocesa y la posible celebración de un segundo referéndum, las elecciones escocesas de 2016 volvían a dar el triunfo al SNP (partido nacionalista escocés), bien es verdad que perdía la mayoría absoluta que hasta el momento detentaba en el parlamento escocés, pero mantenía la fuerza hegemónica dentro de la agenda política escocesa, y sin olvidar que en las últimas elecciones británicas de 2019 lograba una amplia victoria en Escocia. Previo a que tuviese lugar la celebración del referéndum del Brexit (solicitado por el nacionalismo escocés), la posición del SNP era muy rotunda: No se promovería un segundo referéndum sobre la permanencia de Escocia en el Reino Unido al menos que la mayoría de los escoceses apoyasen dicha tesis de la secesión, pero si la mayoría británica decidía en el referéndum del Brexit la salida de la UE, entonces sí que se abría la posibilidad a un segundo intento de consulta. Y los resultados del Brexit, activaban esta <<clausula de la doble opción escocesa>>. En estos momentos, este tema resulta de gran importancia ya que la estabilidad de la nación británica reside en la unión inglesa y escocesa, y dar solución a dicha tensión político-territorial va a requerir de un gran esfuerzo y de generar liderazgo capaces de buscar puentes de entendimiento.

En realidad, son numerosas las heridas domésticas que debe restañar el Reino Unido -como puede observarse salir del club comunitario no resultaba ser un camino de rosas-, y en ello llegó una nueva crisis que impactaba en esta realidad, como es la crisis sanitaria derivada del Covid-19. Un país que al igual que le suceden a otros estados vecinos llega tarde a la ola pandémica, decreta medidas tardías y no preventivas, cuando ya el virus llevaba más de un mes contagiando a su población, y demostrando el fracaso de la estrategia desarrollada hasta el momento por el ejecutivo británico basada en la mitigación y la “inmunización de rebaño”, ya entonces gran parte de la sociedad científica no apoyaba esta estrategia, pues suponía poner en peligro más vidas de las necesarias frente a la apuesta por el confinamiento o mayor restricción en la movilidad social. Todo ello, sin olvidar que la realidad  del Reino Unido cuenta con una población mayor y un territorio densamente poblado, un cóctel muy peligroso  para gestionar sin un robusto sistema de salud.

Los datos de esta crisis sanitaria reflejaban un serio impacto en todos los ámbitos económicos, financieros, comerciales, sociales. Los datos de junio de 2020 expresan esta seria situación, con una caída del 20,4% en el PIB de 2020 según los datos de la oficina de estadística ONS que señalaba también que “la economía es alrededor de un 25% más pequeña que en febrero de 2020”. La OCDE espera que el país pueda sufrir una de las recesiones más profundas del mundo desarrollado en 2020, con una caída de más del 11%, el mayor nivel en más de 300 años. Y a todo ello se unen los datos del impacto humano que ha supuesto hasta el momento para el país con alrededor de los 46.520 fallecidos y más de 312.000 casos confirmados, que seguramente cuando este documento se publique se habrán incrementado.

El escenario resulta complejo para un país que se enfrenta en menos de un año a serios desafíos: por un lado, la gestión y salida de la crisis sanitaria conllevará todo un conjunto de efectos de tipo económico, sanitario, sociales, entre otras,…, y de los necesarios reajustes en el país, mientras se siga expuesto a nuevas oleadas pandémicas que puedan ahondar en la crisis sanitaria existente. Por otro lado, todo el conjunto de tensiones domésticas abiertas, del proceso de salida de la UE, y que requiere sobre todo del carpetazo final a través acuerdo de relación británica y comunitaria. La opción es por una ampliación del plazo negociador o por el Brexit duro. ¿Una mayor agonía en un proceso iniciado en 2016 para el Reino Unido? Y a todo ello cabe vincular, cuáles van a ser sus nuevos socios globales donde al menos pueda contar con pie de igualdad, su nuevo espacio estratégico, algo harto difícil en un mundo globalizado donde los actores son cada vez más grandes y globales.

Por ello, el futuro resulta complicado para un país que inició en 2016 un camino de salida del espacio comunitario europeo, que por medio se ha cruzado una terrible crisis sanitaria, dos realidades que conllevan unos costes para una de las naciones con mayor proyección global, con un enfrentamiento ya constatable con un actor globalizado como es China en cuestiones como Huawei y Hong Kong -puede no resultar el mejor momento para este enfrentamiento- y sin saber todavía qué tipo de relación va a establecer con sus primos de Washington que evidentemente será a cambio de algo, no se olviden que en las relaciones internacionales nada es a cambio de nada. Las fortalezas internas no están en su mejor momento y el papel incierto británico en un futuro no muy lejano deja serias dudas, no solo es cuestión de una buena proyección estratégica global. Los relatos no solo se construyen desde fuera sino también desde el interior de las naciones.

Fernando Martín Cubiel

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