Contradicciones y duelos por la superioridad militar en Asia-Pacífico

Análisis 266

En los últimos años ha sido patente el notable deterioro en las relaciones de dos pesos pesados del sistema internacional, China y Estados Unidos, con acusaciones lanzadas a ambos lados del Pacífico sobre injerencias en asuntos internos, competición desleal y aumento de la actividad militar. El ascenso en el sistema internacional del país asiático ha provocado numerosos recelos y suspicacias en torno a los posibles intereses e intenciones de Pekín, especialmente en Washington.

Desde China continental se ha reiterado en numerosas ocasiones el carácter pacífico de sus acciones en el exterior y la voluntad de cooperación tanto con los países de su entorno como con el conjunto del sistema internacional. No obstante, para EE.UU, el incremento tanto del presupuesto en Defensa –un 6,6% más en 2020 comparado con el presupuesto de 2019, siendo el segundo país que más gasta solo por detrás de EE.UU.– como de los altercados navales en los mares de China Meridional y Oriental, sin olvidar el gran desarrollo en satélites y en el ciberespacio, suponen una contradicción con respecto a esos deseos de paz y probarían que China busca desplazar a EE.UU como mayor potencial militar en Asia Pacífico. ¿Es esto verdad?

Tradicionalmente, la política exterior de China se ha caracterizado por oscilar entre la templanza y la asertividad, aunque desde la llegada en 2012 del actual Secretario General del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, ésta parece decantarse cada vez más hacia el inconformismo con el statu quo. Si bien China se ha desarrollado de manera considerable en temas económicos y tecnológicos –con especial mención al campo de la inteligencia artificial, donde es puntera–, sus Fuerzas Armadas adolecen de una falta de modernización que les impide, por ejemplo, llevar a cabo operaciones conjuntas entre los distintos ejércitos. Aunque los esfuerzos por renovarlas comenzaron a finales de los años 90, el grueso de las reformas se viene llevando a cabo desde que el Presidente Xi tomó el control.

Tanto en los libros blancos de defensa nacional como en las distintas comparecencias de altos mandatarios se insiste en el carácter defensivo que tiene la modernización del Ejército. A ojos de China, este no está al nivel de lo que se espera de una potencia mundial, por lo que, tal y como expuso Xi, el objetivo principal es “modernizar el Ejército Popular de Liberación para 2035 y convertirlo en un Ejército de primera categoría para 2049”, año en el que se cumple el centenario de la revolución comunista de Mao. Nótese que las nuevas capacidades militares son útiles para mantener sus zonas de influencia regionales y preservar la soberanía nacional, en particular dadas las tensiones territoriales en sus fronteras, y estando rodeada de aliados de EE.UU. como Japón, Corea del Sur o Australia.

¿Son contradictorias las reformas militares con el supuesto carácter defensivo y cooperativo de su política exterior? Depende. China recalca que persigue una política exterior independiente, pero también subraya que preservar la seguridad y la unidad territorial son objetivos primordiales. Para el país asiático, Taiwán y el resto de los territorios que reclama son una parte esencial e indivisible de su territorio, por lo que todo lo que les afecte, afecta también a China continental. En base a esta idea, las acciones militares no supondrían una contradicción con los objetivos de paz y cooperación de su política exterior, pues estos últimos están destinados, como su nombre indica, al exterior de las que considera que son ––o deberían ser–– sus fronteras.

Para la Casa Blanca, sin embargo, China se ha convertido en una potencia revisionista que, si bien ahora concentra sus esfuerzos en apuntalar su influencia regional, puede que en los próximos años expanda sus objetivos geográficos. Teniendo en cuenta que, por un lado, Pekín no ha dado muestras de que vaya a ralentizar sus actividades militares, y que, por otro lado, Washington está más dispuesto que nunca a preservar sus intereses estratégicos en la región, esta rivalidad no hará más que aumentar. Ambos actores, como potencias nucleares, saben que tienen mucho que perder en un hipotético enfrentamiento, por lo que están obligados a ejercer la disuasión y a favorecer vías de comunicación. Los mecanismos de resolución de disputas adquieren una mayor relevancia en esta nueva era de competición, que tiene como epicentro Asia-Pacífico.

Laura Gorozarri Vega

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