El fin del Califato, ¿el final del Daesh?
“Nuestras fuerzas tienen el completo control de la frontera sirio-iraquí y, por lo tanto, anuncio el fin de la guerra contra el Daes”. Con estas palabras, el pasado 9 de diciembre, el primer ministro iraquí, Haider Al-Abadi anunció la victoria sobre el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIL). La misma noticia para Siria la dio dos días antes el ministro ruso de exteriores Srgei Larov.
Esta organización yihadista se denominó en sus orígenes “Jamaat al-Tawhid wal-Jihad” y operaba en Afganistán e Irak, después tomó el nombre de “AlQaeda en Iraq”, el de “Estado Islámico en Irak” y finalmente “ISIL” o Daesh. Esa larga evolución y supervivencia, es el reflejo de una estrategia donde el factor tiempo no es sinónimo de urgencia. El fundador del Estado Islámico, Abu Musab al-Zarqawi, murió en junio de 2006 en un ataque aéreo norteamericano en Baquba, Irak. Su muerte marcó el comienzo de una serie de derrotas, entre 2006 y 2010, con grandes pérdidas como la de su sucesor Abu Omar al-Baghdadi en abril 2010.
El grupo abandonó la estrategia convencional de ocupación del terreno, como en Fallujah y Ramadi, se sobrepuso a las dificultades y el Estado Islámico en Irak creció tras la retirada de las tropas americanas en diciembre de 2011, tomando ventaja de la violencia que por el gobierno iraquí se ejercía contra los suníes. Desde las zonas habitadas por mayoría suní, se desató una campaña terrorista, preludio de la insurgencia que tenía tres objetivos: supervivencia, hostigamiento de las tropas de ocupación hasta hacer su presencia imposible, e incitación al enfrentamiento entre chiíes y suníes.
La política de mano dura del primer ministro Nouri al-Maliki con los suníes, tras la salida americana, favoreció la estrategia de Estado Islámico que pudo expandirse y concebir la toma y ocupación de las zonas sunís iraquíes y sirias en 2014, un tercio del territorio iraquí, proclamando el Califato. Fue una vuelta al convencionalismo que le hizo vulnerable al poder militar de la Coalición aliada, pero le ganó el apoyo de lo que se han denominado “franquicias” jurando lealtad a Abu Bakr al-Baghdadi.
Las “franquicias” más nombradas son: Ansar Beit al-Maqdis, situado en la provincia egipcia del Sinaí, las ramas en Yemen antiguos miembros de AlQaeda en la Península Arábiga, y el Estado Islámico en África Occidental, conocido como Boko Haram. También existen grupos en Libia, Somalia y Mali. Tras el Califato, estas “franquicias” se harán presentes en amplias áreas geográficas con campañas yihadistas terroristas o insurgentes, como lo efectuaban antes de proclamar su lealtad al Califato. Emplean la marca “ISIL” pero son autónomos en sus territorios, por lo que el desplome del Califato no tiene porqué influir en el territorio de las “franquicias”.
La derrota militar del Califato y el final de la guerra en Siria, junto con la retirada de las fuerzas rusas de suelo sirio, apunta a Irán como potencia regional en Siria e Irak. Si esta circunstancia se resuelve en la vuelta a tensiones sectarias entre chiíes y suníes, los restos del ISIL podrían intentar volver a hacerse fuertes en los núcleos de esa población e intentar revivir la historia, aprovechando la gran cantidad de desplazados en los territorios que conformaron el campo de batalla, la amplia destrucción en ciudades y los restos de combatientes que podrán actuarán en guerrilla.
El núcleo fuerte del ISIL mantendrá su presencia tiempo después de perder el control del territorio del Califato, perdurará como una organización real. En tanto en cuanto la ideología del ISIL permanezca, tendrá capacidad de reclutamiento y de organizar y llevar a cabo insurgencia armada y terrorismo, como muestra su historia. La esperanza es que el volumen de adeptos disminuya a un nivel que el yihadismo decline y vuelva a ser relegado al desván de la historia.
Enrique Fojón, Doctor en Relaciones Internacionales