La encrucijada: el irredentismo marroquí en la política exterior española

Paper 48

19 Julio 2021

El 17 de mayo de 2021 se produjo la entrada de entre 8.000 y 10.000 personas a Ceuta, debido a que las fuerzas de seguridad marroquíes relajaron los mecanismos de control en la frontera. Esta decisión fue una consecuencia directa de la decisión de España de acoger al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital de Logroño mientras estaba contagiado de coronavirus. El acto generó una crisis diplomática entre los dos países, aunque lo realmente importante es que de este conflicto podría salir alterado el equilibrio entre España y Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. 

Por otro lado, debemos recordar que el primer ministro de Marruecos, Saadeddine El Othmani, reconoció en diciembre de 2020 que Ceuta y Melilla son “marroquíes como el Sáhara”, y que llegará el día en el que reabrirán el asunto de las dos ciudades españolas del Norte de África. Ante estos acontecimientos, se analizará a continuación el origen de estas reclamaciones y la actuación de España ante la actitud irredentista de Marruecos.

El irredentismo marroquí: aproximación histórica a una cuestión muy actual

El territorio marroquí ha venido tradicionalmente definido por la geografía y por la función del sultán, siendo en algunos lugares más política y en otros más religiosa. Esta figura actuaba como elemento de unión entre los diversos territorios -y poblaciones- del Norte de África que quedaron a salvo del dominio otomano.

Con anterioridad a su independencia en marzo de 1956, la principal preocupación relacionada con el territorio que circulaba entre los nacionalistas giraba entorno a dos polos: uno, la reunificación del mosaico en que se había convertido la entidad con la colonización, entendida no tanto como unidad geográficamente delimitada, sino como una entidad político-administrativa abstracta; el otro, la encarnación de esta reunificación en la figura del sultán. En consecuencia, el nacionalismo marroquí trataba de reavivar este binomio pretendidamente identitario desde una perspectiva genérica, reivindicando que Marruecos constituía una unidad homogénea bajo la dirección de su soberano, en aquel momento Sidi Mohamed Bin Yusuf. Pero no será hasta el verano de 1956, apenas unos meses tras la independencia, que el irredentismo marroquí alcanza su apogeo teórico y comienza a difundirse de la mano de Allal El-Fassi, uno de los mayores exponentes del nacionalismo marroquí e ideólogo de la tesis del Gran Marruecos.

Según el profesor Miguel Hernando de Larramendi, las tesis del Gran Marruecos parten de una relectura contestataria de la historiografía colonial, que define las fronteras a las que debía aspirar el nuevo Estado independiente para volver a estar completo. Tal y como figuraba en su imaginario, El-Fassi consideraba que Marruecos debía estar formado por una gran parte del desierto de Argelia, con los territorios de Tuat, Gurara, Adrar y Tidikelt incluidos, el extremo noroccidental de Mali con Taoudenni y Araran, San Luis de Senegal, Mauritania, el Sáhara Occidental, Sidi Ifni, Ceuta y Melilla.

En efecto, la propuesta de El-Fassi se basaba en lo que consideraba los límites “naturales e históricos” de Marruecos, que identificaba con aquellos del imperio almorávide del s. XI, toda vez que remarcaba la importancia económica de tales territorios. Así, hablaba de un futuro “enriquecido con el carbón de Kenadsa, el hierro de Tinduf y Zuerat, el petróleo de In Salah y con diversos yacimientos de plomo, manganeso, cobre y uranio”. 

El Gran Marruecos según las tesis de Allal-el-Fassi, líder del Istiqlal

Fuente: FUENTE COBO, I. y MARIÑO MENÉNDEZ, F. (2005) El conflicto del Sahara Occidental, Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, pág. 24

La instrumentalización del irredentismo en la tensión monárquica – nacionalista: el caso del Sáhara Occidental

A pesar del romanticismo que puedan inspirar las tesis irredentistas, éstas deben ponerse en relación con dos elementos clave que marcaron la realidad de Marruecos durante las dos décadas que siguieron a su independencia. 

De una parte, si bien no encontrarán muy buena acogida durante los primeros años de independencia, las tesis irredentistas terminaron convirtiéndose en un poderoso instrumento movilizador, especialmente en el contexto de competencia interna entre la monarquía y los nacionalistas del Istiqlal por el control del nuevo Estado independiente. Más allá de los intentos por disolver la influencia del Istiqlal a través del pluripartidismo, el majzen fue progresivamente apropiándose de las reivindicaciones irredentistas, incorporándolas a sus discursos oficiales dentro y fuera del país. Así, el 14 de octubre de 1957, el gobierno marroquí reivindicaba ante la Asamblea General de la ONU los territorios de Mauritania, Ifni y el Sáhara Español, haciendo lo propio más tarde respecto de Ceuta y Melilla.

Además, este discurso anticolonial, ligado a una serie de referencias al pasado glorioso marroquí en un estado de euforia independentista, se vio alimentado por la recuperación de territorio en distintas fases: Tarfaya en 1958, la ciudad internacional de Tánger en 1960 y Sidi Ifni en 1969. A su vez, persistirá en sus reivindicaciones sobre Mauritania hasta 1970, cuando reconoce su constitución como Estado soberano e independiente.

De otra parte, durante la primera mitad de la década de los setenta, la monarquía marroquí se encuentra en una verdadera crisis existencial, con su legitimidad siendo cuestionada por amplios sectores del Estado. Habiendo visto su integridad amenazada por dos intentos fallidos de golpes de estado (coup d’État), la monarquía emprendió una serie de reformas para tratar de recuperar la confianza y reforzar su posición al frente del Estado. Para ello, más allá de una serie de reformas de carácter político y económico todavía cuestionadas por los distintos actores del Estado, termina congregando en el verano de 1974 a los distintos partidos políticos en torno a un objetivo nacionalista común: la recuperación del Sáhara Occidental. 

Como explican los profesores Bernabé López y Francisco Villar, las tesis irredentistas se convertirían en el vector de movilización con el que la monarquía trataría de consolidar su posición, pretensión que consumará el 6 de noviembre de 1975 mediante la archi-conocida Marcha Verde: la ocupación del Sáhara Occidental por unos 350.000 civiles “con el Corán en una mano y la bandera de Marruecos en la otra”, además de un sólido respaldo militar. Estratégicamente, este movimiento resultaba de gran interés para los objetivos de la monarquía, ya que renovaba la tradicional idea del Rey como símbolo de unidad territorial, lo que eventualmente acabaría reforzando su posición en el poder, al consolidarse como uno de los elementos que legitiman la figura del monarca. 

La cuestión del Sáhara Occidental en la actualidad

Tras la Marcha Verde, comenzó una guerra que duró dieciséis años, finalizando en 1991 con la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), cuyo objetivo sería organizar un referéndum para esclarecer los deseos de los saharauis. A día de hoy, las negociaciones siguen estancadas debido a las dificultades para definir a la población que pertenecería al censo electoral. Es así como llega la congelación del conflicto hasta nuestros días, con un Polisario enrocado en la necesidad de un referéndum, y un Marruecos cómodo con su control sobre el territorio y a la espera de que el desgaste provocado por el conflicto logre que, finalmente, el territorio caiga bajo su soberanía. 

No debemos pasar por alto que, como todas las guerras de la época, el conflicto del Sáhara Occidental fue enmarcado en la polarización de la Guerra Fría. Mientras Marruecos basaba sus relaciones internacionales en Estados Unidos, Francia y el mundo occidental; el Sáhara Occidental se alió con Argelia (enemigo de Marruecos desde la Guerra de las Arenas de 1963), la URSS y Cuba. Estas alianzas y enemistades llegan hasta día de hoy, y explican la carrera armamentística instaurada entre Rabat y Argel: Argelia casi ha triplicado su presupuesto militar en los últimos diez años, destinando el 5,27% del PIB, y Marruecos el 3,2%. Del mismo modo, también explican situaciones como la acontecida en diciembre de 2020, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una declaración reconociendo la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. 

Así pues, lo que parecieron tiempos de cierta inactividad desde el alto el fuego de 1991, se han traducido en una escalada de tensiones en 2020. El Frente Polisario, tras años sin soluciones para el problema saharaui, decidió actuar  con una protesta pacífica cortando la principal carretera que une Mauritania con el Sáhara y Marruecos, una vía fundamental para el comercio marroquí. El ejército de Marruecos decidió actuar para despejar la zona, y el Frente Polisario consideró el alto al fuego vulnerado y, por tanto, la reanudación de la guerra. Desde entonces, se han estado produciendo enfrentamientos a lo largo del muro de 2700 kilómetros construido por Marruecos en territorio saharaui.

Política exterior de España ante el irredentismo marroquí

Marruecos es, por muchos motivos, una prioridad para la política exterior española. No obstante, España ha pasado de apostar por un “equilibrio de intereses” a promover una “estabilidad dinámica” en la región, adoptando una postura más pragmática. Esto se explica porque la política exterior española parte ahora de un concepto de seguridad más amplio, en el que se incluyen aspectos de desarrollo económico y social. 

Así pues, llegamos a la Estrategia Española de Acción Exterior 2021-2024, la cual indica que las relaciones con Marruecos serán una de las prioridades de España en la región de Oriente Medio y Norte de África. La Estrategia en la zona incluye “fortalecer el diálogo con todos los países de la región y realizar consultas políticas y reuniones de alto nivel con los países del Magreb, especialmente Marruecos y Argelia”. Además, no se debe olvidar que Marruecos está incluido en la Política europea de Vecindad (PEV), y que mantiene su condición de socio privilegiado de la UE a través del Estatuto Avanzado. 

Sin embargo, a pesar de su carácter prioritario, las relaciones entre España y Marruecos han estado caracterizadas por su complejidad y los conflictos cíclicos relacionados en su mayoría con las tesis irredentistas marroquíes. Los principales focos de tensión siguen girando en torno a la situación de Ceuta, Melilla y los islotes españoles (recordemos la crisis del Perejil de 2002), la postura española -y europea- hacia el territorio del Sáhara Occidental, la gestión de la inmigración irregular, el contrabando, el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero, entre otros. 

Sin embargo, las empresas españolas tienen allí importantes negocios, y más de un millar están establecidas en el país magrebí. España es el segundo inversor extranjero (con el 14% del total registrado según la Oficina de Control de Cambios del Ministerio de Economía y Finanzas de Marruecos), sólo superada por Francia. Igualmente, los nacionales marroquíes residentes legalmente en España son la comunidad extranjera más numerosa, con más de 760.000 personas, por delante de Rumanía y más del doble que los británicos. 

La necesidad de unas buenas relaciones son evidentes para poder mantener la estabilidad comercial. Y es que, Marruecos también mantiene intereses que le guían a una buena diplomacia con España y la UE. En el país predomina el sector primario, es decir, agrícola y agropecuario, ocupando al 32,5% de la población. Por ello, las importaciones tanto españolas como europeas son un factor fundamental. Por otro lado, la cercanía del país al viejo continente y la ausencia de conflictos abiertos en su territorio llamaba -antes de la Covid-19- a una gran masa de turistas, entre ellos, españoles. 

Reflexión estratégica

De los vínculos e intereses que unen a Marruecos y a España se desprende una interdependencia que obliga a ambos países a entenderse, a pesar de las diferencias. El incidente de la isla del Perejil en 2002, cuando un grupo de militares marroquíes ocuparon el peñón español, demostró que aunque las relaciones diplomáticas son la norma entre ambos país, estas pueden llegar a ser frágiles. Esto lo hemos vuelto a comprobar con la actual crisis diplomática que sufren Madrid y Rabat desde mayo de 2021.   

Las acciones del gobierno marroquí se pueden entender a causa de la dependencia de España con el país del norte de África. Además de las razones para mantener buenas relaciones con Rabat que hemos visto anteriormente, Marruecos es el primer productor y exportador en el mundo de fosfato con un 75% de las reservas mundiales. No obstante, este mineral, que es imprescindible para producir los fertilizantes de los cultivos, se extrae de yacimientos de territorio saharaui. Por otro lado, España es el primer país al que exporta Marruecos, que cuenta con un 24,1% del total de exportaciones; su principal aliado europeo, Francia, es el segundo país. Por último, Marruecos es la puerta de la inmigración irregular hacia Europa, por lo que juega un papel fundamental en la disminución del flujo migratorio. 

Si bien Marruecos es un aliado imprescindible para la seguridad de España y Europa, con una estrecha cooperación en materia de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, así como del control de la inmigración irregular; también es un actor que ha desafiado abiertamente la soberanía de España sobre Ceuta y Melilla. La política exterior española deberá tener en cuenta esto a la hora de decidir cómo actuar con Marruecos. Así pues, en lo relativo al caso del Sáhara, es una cuestión incómoda para España. Y es que, el gobierno español, en sus decisiones sobre el territorio del Sáhara Occidental, tiene muchos factores que ponderar: desde su autonomía estratégica en la política exterior, pasando por el respeto del Derecho Internacional, hasta las potenciales consecuencias de una relación disconforme con un socio comercial y estratégico de primer orden como Marruecos. 

Gretel Morales, José J. Pérez e Isabel Renedo 

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