Organización de Cooperación de Shanghai: seguridad internacional y consideraciones ideológicas
Análisis Nº 207
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Belén García-Noblejas, Centro de Estudios de Asia Oriental (Universidad Autónoma de Madrid)
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La hasta recientemente incuestionable soberanía mundial de la ideología liberal, representada por Estados Unidos y Europa, se encuentra en Asia-Pacífico con un bloque ideológico alternativo cada vez más prominente. En este contexto, China y su imprenta normativa no pasan desapercibidas, y sus implicaciones para la seguridad internacional merecen ser, al menos, tomadas en consideración.
Desde 1978, a partir de su opening-up, el discurso del gobierno chino defiende la modernización de China y el objetivo de convertirse en una sociedad moderadamente acomodada. Con un sistema político que permite la planificación e implantación de estrategias políticas a largo plazo, mantiene desde el final de la Guerra Fría un discurso estable a grandes rasgos, enfatizando la legitimación de su soberanía e independencia política, su integridad territorial y la modernización del país a nivel económico, político y social. Desde 2013, bajo el liderazgo del presidente Xi Jinping, el papel de la ideología y la teoría marxista-leninista cobra una importancia renovada como base del socialismo con características chinas y el papel del PCC se presenta especialmente vital para el futuro de China y su sociedad.
Estas características constantes del discurso del Gobierno Chino se reflejan también en organizaciones regionales cada vez más relevantes como la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Heredera de Shanghai Five, esta institución nace en 2001 de la necesidad de garantizar la seguridad de sus Estados Miembros: China, Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán y, desde la Declaración de Astana en 2017, India y Pakistán. El grupo lo completan Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia como miembros observadores y Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Nepal, Turkia y Sri Lanka como socios de diálogo.
Las similitudes entre el discurso del gobierno chino y la OCS son interesantes. Entre ellas, se encuentra el objetivo prioritario de combatir el separatismo, el radicalismo religioso y el terrorismo, una tríada denominada por Pekín «san gu shi li» o “tres males”. La ya de por sí polémica conceptualización y delimitación de estos tres conceptos independientemente no sienta bases sólidas para su agrupación en un único término, incrementando pues el desacuerdo sobre su aplicación entre potencias liberales y no liberales. A pesar de la existencia de una definición de terrorismo bajo el auspicio de las Naciones Unidas, el término ha sido y es objeto de discordia dentro de la comunidad internacional y es que, como ya afirmó Crenshaw, se trata de un fenómeno dependiente del contexto histórico, cultural, político y social donde se produce. Cierto es que este relativismo conceptual no facilita un acuerdo global en materia antiterrorista, especialmente cuando nos planteamos el potencial de colaboración entre socios con bases ideológicas muy distintas. Estamos hablando de la cada vez más vigente dicotomía entre libertad-seguridad y sobre cómo aplicar tácticas de seguridad no para combatir, sino para prevenir; sobre cómo limitar las probabilidades de que una ideología pase a la acción violenta. Sin tener en consideración las metodologías y los límites concretos entre unos y otros fenómenos, la dificultad para establecer acuerdos entre potencias liberales y no liberales radica en las bases ideológicas y, consecuentemente, las prioridades sobre las que se asientan cada una.
En noviembre se celebró el segundo evento especial de alto nivel «ONU-Organización de Cooperación de Shanghai: Cooperación para el fortalecimiento de la paz, la seguridad y la estabilidad», durante la cual el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, reconoció la importancia de la organización para la estabilidad regional e internacional y la necesidad de fortalecer la cooperación entre ambas organizaciones. Como decíamos anteriormente, las diferencias ideológicas y normativas limitan las capacidades prácticas de colaboración entre instituciones con intereses, prioridades y metodologías no siempre afines.
Como conclusión, señalar que la consolidación de la Organización de Cooperación de Shanghai es un proceso interesante ya que ofrece a las Naciones Unidas y la Unión Europea un socio de influencia en una región del mundo cada vez más relevante para la seguridad internacional. Sin embargo, es indispensable tener en cuenta las limitaciones reales de colaboración debido a las prioridades de cada institución y los países que las conforman y, sobre todo, las implicaciones de estas diferencias para los derechos humanos y libertades fundamentales del individuo.
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