Un ciberespacio de riesgo
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Paper 57
18 Febrero 2025
En el último año, la atención mundial se ha centrado en eventos de gran magnitud como la guerra en Ucrania, el conflicto entre Israel y Palestina, la caída de Bahsar al-Assad en Siria. Incluso el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, o mejor dicho la salida de Joe Biden, es un reflejo de cómo todas estas noticias, entre muchas otras, nos afectan directa e indirectamente.
Aunque a primera vista, muchos de estos titulares pueden parecer desconectados, existe un denominador común que los une: numerosos ataques e incidentes terroristas están vinculados a estos eventos. Un claro ejemplo es el atentado de Año Nuevo en Nueva Orleans, llevado a cabo por un individuo que exhibió una bandera del Estado Islámico (ISIS) en su vehículo; los constantes ataques terroristas en Siria; e incluso la participación de grupos como Hamás y Hezbolá en el conflicto entre Palestina e Israel, actualmente en tregua. Estos hechos evidencian una de las mayores amenazas globales: el terrorismo.
El Instituto para la Economía y la Paz (Institute for Economics & Peace), con sede en Sídney, Australia, publica anualmente un análisis exhaustivo sobre la amenaza terrorista global, conocido como el Índice de Terrorismo Global (GTI, por sus siglas en inglés). En el informe de 2024, se destaca un aumento del 22% en las muertes relacionadas con el terrorismo en 2023, alcanzando un total de 8.352 víctimas, lo que marca el nivel más alto de muertes por terrorismo desde 2017. Cabe señalar que, si se excluye el ataque de Hamás ocurrido el 7 de octubre, las muertes habrían subido un 5% en lugar del 22%, subrayando la magnitud del ataque que desató un conflicto a gran escala entre Israel y Gaza.
El GTI hace una clasificación de los países según cuatro indicadores: incidentes, víctimas mortales, heridos y rehenes; y para medir el impacto del terrorismo, se aplica una media ponderada de cinco años. Finalmente, el Índice puntúa a cada país en una escala de 0 a 10; donde 0 representa ningún impacto del terrorismo y 10 representa el mayor impacto.
En base a los resultados, se concluye que Burkina Faso e Israel son los países más afectados por el terrorismo con una puntuación de 8,571 y 8,143 respectivamente. Por un lado, el desplazamiento del epicentro del terrorismo fuera de Oriente Medio hacia la región subsahariana del Sahel central es el responsable del aumento del impacto del terrorismo en Burkina Faso, así como en sus países vecinos Níger y Mali. Asimismo, el conflicto entre Palestina e Israel es el causante de que este último ocupe el segundo puesto del ranking.
Sin embargo, este riesgo no se manifiesta solamente fuera de las fronteras españolas, aunque es cierto que el terrorismo en Occidente presenta su nivel más bajo en 15 años. En el caso específico de España, aunque ocupa el puesto número 55 en el ranking del GTI con una puntuación de 1,669, la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), en sus últimas ediciones, destaca el terrorismo como una de las mayores amenazas para el país.
En 2024, se registraron un total de 82 detenciones relacionadas con el yihadismo en España, marcando un récord significativo. Sin embargo, si las cifras ya despiertan alertas de por sí, la preocupación se agrava con el hecho de que una parte considerable de los detenidos por yihadismo en territorio español (el 18%), son menores. Aquí es dónde surge la pregunta: ¿Qué está ocurriendo entre los jóvenes?
Pues bien, la penetración del yihadismo entre los jóvenes y las conexiones que impulsan la radicalización se encuentran en lo que se suele llamar “hábitat natural” de la juventud actual: las redes sociales y el entorno digital. Las plataformas se han convertido, no solo en el día a día, sino también en un terreno fértil para la difusión de propaganda extremista y el reclutamiento de nuevos adeptos, representando un desafío crucial para la seguridad nacional y la estabilidad social.
Los grupos extremistas aprovechan el alcance y la accesibilidad de Internet y de las redes sociales para reclutar y radicalizar a jóvenes. Incluso los videojuegos también han sido identificados como una herramienta potencial para la radicalización.
En este contexto, los grupos terroristas han sabido aprovechar los algoritmos de recomendación implementados en plataformas como YouTube, Facebook y Twitter. Estos algoritmos, diseñados para ofrecer contenido personalizado basado en los intereses y comportamientos previos de los usuarios, se han transformado en una herramienta clave para la propagación de propaganda extremista. El mecanismo es simple pero efectivo: a medida que un usuario interactúa con temas o contenido relacionado, los algoritmos comienzan a sugerir material cada vez más radical, creando un efecto de “cámara de eco” que refuerza ciertas ideas y creencias. Este proceso no solo facilita el acceso a narrativas extremistas, sino que también aumenta las probabilidades de que los usuarios sean gradualmente atrapados en un ciclo de radicalización dentro del entorno digital, que se expande y evoluciona constantemente.
Además, al problema de la radicalización terrorista a través de las redes sociales se suman cuatro factores detonantes clave: la edad temprana de acceso a internet, las circunstancias personales de los jóvenes, el tiempo prolongado que pasan conectados y la rapidez con la que se difunde la información on-line.
En este sentido, el acceso a internet y las redes sociales a edades cada vez más tempranas tiene un impacto significativo en el proceso de radicalización. Esto no solo expone a los jóvenes a contenidos potencialmente dañinos desde etapas formativas, sino que también aprovecha su vulnerabilidad emocional. En esta etapa de búsqueda de identidad y propósito, propia de la adolescencia, los jóvenes son significativamente más susceptibles a las tácticas de captación y radicalización en comparación con los adultos, convirtiéndose en un objetivo prioritario para los grupos extremistas.
Por otra parte, la radicalización a través de las redes sociales se ve exacerbada no solo por la edad de los jóvenes, sino también por las circunstancias personales en las que se encuentren. Aquellos que atraviesan situaciones complicadas, ya sea en el ámbito escolar, familiar o social, son especialmente vulnerables a ser captados por grupos extremistas islámicos. Adolescentes que enfrentan problemas como conflictos familiares, abusos o precariedad económica suelen buscar un sentido de pertenencia y apoyo en comunidades o grupos. En este contexto, esa necesidad emocional puede ser canalizada de forma peligrosa hacia redes radicalizadas, que ofrecen una falsa sensación de identidad y propósito, convirtiéndose en un terreno fértil para la captación.
Además, el factor digital añade una dimensión crucial al problema de la radicalización juvenil, con el ciberacoso (o cyberbullying) como un claro ejemplo de una situación difícil que puede aumentar la vulnerabilidad de ciertos jóvenes. Las víctimas de ciberacoso suelen experimentar aislamiento, soledad y una profunda vulnerabilidad emocional, factores que pueden llevarlas a buscar apoyo y pertenencia en lugares y personas equivocadas.
En un entorno digital donde los contenidos pueden alcanzar a miles de personas en cuestión de segundos, el riesgo se multiplica a medida que aumenta, tanto la cantidad de usuarios activos como el tiempo de exposición a estos contenidos.
La situación en España
En España, los usuarios pasan un promedio de 5 horas y 42 minutos al día en internet, de las cuales 1 hora y 54 minutos se dedican exclusivamente a redes sociales. Esta exposición constante crea un terreno fértil para que captadores radicales utilicen algoritmos y estrategias cuidadosamente diseñadas para captar la atención de posibles víctimas. Más allá de la captación, estas tácticas también buscan influir y desestabilizar organizaciones con fines políticos, aprovechando el poder de dominar la narrativa y la opinión pública. Quien controla la opinión en las redes sociales, controla su alcance e impacto, algo que subraya la necesidad urgente de comprender y contrarrestar el papel que las redes sociales juegan en los procesos de radicalización.
En este sentido, las redes sociales y la radicalización forman lo que podría describirse como «una pescadilla que se muerde la cola«, es decir, un ciclo que se alimenta a sí mismo de manera constante. Cuanto más jóvenes utilizan estas plataformas, impulsados por la creciente digitalización de nuestra sociedad, mayor es el número de potenciales víctimas de ciberacoso. Esto, a su vez, incrementa la cantidad de usuarios emocionalmente vulnerables a la radicalización, un fenómeno agravado por las edades cada vez más tempranas de los usuarios.
Paradójicamente, muchas víctimas de ciberacoso buscan refugio en las mismas redes sociales donde son acosadas, aumentando el tiempo que pasan conectadas y, con ello, su exposición a contenidos dirigidos. Este mayor nivel de conexión no solo perpetúa su vulnerabilidad, sino que también eleva significativamente las probabilidades de que sean alcanzadas por tácticas de captación extremista.
Este ciclo vicioso pone de manifiesto la necesidad urgente de intervenir tanto en la regulación de estas plataformas como en la educación digital para mitigar estos riesgos. Por ello, a partir de lo expuesto, resulta fundamental destacar la importancia de implementar medidas efectivas para prevenir y abordar la radicalización en el ámbito digital. En España, una de las principales iniciativas es el Plan Estratégico Nacional de Prevención y Lucha contra la Radicalización Violenta (PENCRAV), que aborda de manera específica la radicalización en el ciberespacio. Este plan incluye la supervisión de las plataformas de redes sociales y la eliminación de contenido extremista, con el objetivo de limitar la difusión de propaganda y mensajes radicales.
Conclusiones
En definitiva, se puede concluir:
- Las redes sociales representan una amenaza creciente, especialmente para los jóvenes, en materia de radicalización.
- La facilidad con la que se difunden contenidos radicales y la interacción con algoritmos de recomendación amplifican el riesgo de radicalización.
- Es crucial que se implementen estrategias y políticas efectivas.
- La educación digital, junto con la regulación de las plataformas, es clave para mitigar la propagación de la radicalización
- Es determinante el papel de las familias, profesores y entornos educativos de los jóvenes para frenar la radicalización.
Además, limitar el uso excesivo de tecnología desde temprana edad podría ser un paso importante para reducir los riesgos asociados a la exposición prematura a contenidos dañinos on-line. Los niños no necesitan redes sociales.
Rebeca Radío
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor