Política exterior de Bush: consecuencias para la seguridad internacional

La denominada política de guerra global contra el terror propició el surgimiento de numerosos conflictos en el mundo musulmán y árabe o, al menos, proporcionó una de las justificaciones o excusas para su eclosión.

Los atentados perpetrados el 11 de septiembre de 2001 por al-Qaeda en territorio estadounidense se significaron como catalizadores de la implantación de las tesis neoconervadoras en la agenda de la Administración del presidente George W. Bush: su política contra el terrorismo como instrumento para satisfacer su auténtica agenda, esto es, el establecimiento de un orden internacional favorable a los intereses nacionales de Estados Unidos, e impedir el surgimiento de potencias hegemónicas regionales o globales que pudieran rivalizar con dicho orden mundial.

Con el supuesto objetivo de combatir contra la amenaza terrorista, expandir democracias -entiéndase por ello democracias liberales- y salvaguardar los derechos humanos bajo su visión mesiánica y moralista, en cuanto al papel que Estados Unidos ha de desempeñar en el mundo, la Administración de George W. Bush (2001-2008) adoptó una política exterior unilateralista y una perspectiva instrumental de las organizaciones internacionales a la hora de abordar sus objetivos exteriores.

Sin embargo, con su guerra global, la Administración Bush consiguió que, al contrario de lo que supuestamente pretendía, el mundo fuera más inseguro a nivel global, con un muy notable incremento de la inseguridad y la violencia a nivel internacional y de la expansión geográfica del terrorismo yihadista en áreas en las que previamente no existía, no era relevante o estaba latente, como en el norte de África, creando un nuevo emergente desorden mundial con consecuencias aún por determinar.

No se avanzó en la promoción de la democracia en el Próximo y Medio Oriente, a pesar de que ésta era una de sus máximas principales en cuanto a la implementación de su argumentada política contra el terror. Así pues, no incrementó la seguridad internacional sino que, más bien, la ha deteriorado, propiciando el surgimiento de numerosos conflictos a lo largo y ancho del mundo musulmán y árabe. O, al menos, proporcionando una de las justificaciones o excusas para su eclosión.

La arena geopolítica mundial ha venido observando de este modo un estallido de inestabilidad global con la aparición de riesgos asimétricos y difusos de actores cada vez más incontrolables por los Estados (como el terrorismo yihadista), un aumento de la tensión entre Estados y actores emergentes, la incapacidad de organizaciones internacionales para mantener y procurar la paz y estabilidad mundial, etc. Todo ello, puede producir imprevisibles consecuencias en el ámbito de la seguridad internacional.

Muy probablemente, estas amenazas a la seguridad van a impedir alcanzar la estabilidad mundial durante el siglo XXI. A día de hoy están pendientes la resolución y los efectos a medio y largo plazo de varias cuestiones fundamentales en el panorama internacional, como son la situación de Afganistán e Irak; la guerra civil siria; los conflictos entre chiíes y suníes en el Próximo y Medio Oriente junto con la violencia etnosectaria que deriva de los mismos; la amenaza global que supone el salafismo yihadista con al-Qaeda Central y sus franquicias, la organización del Estado Islámico con su extensión al norte de África y el África Subsahariana y, la pugna entre al-Qaeda y el denominado Estado Islámico por acaparar la dirección del movimiento yihadista global.

Ana Belén Perianes, doctora en seguridad internacional, experta en seguridad en el Mediterráneo, Próximo Oriente y Oriente Medio

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Fotos: AP