El crimen organizado: el quinto jinete del Apocalipsis

Paper 9/2019

La guerra como batalla entre hombres y maquinas o como suceso decisivo en una disputa relacionada con asuntos internacionales ya no existe. El paradigma de la guerra ha cambiado, pero no parece claro que hayamos asimilado sus consecuencias. La guerra ha perdido sus contornos. La necesidad de redefinirlos ha puesto en circulación distintos términos, conceptos y enfoques para intentar aprehender los efectos de la desestatalización, la desmilitarización y el carácter asimétrico del fenómeno guerra en nuestros días.

Los Estados, que durante siglos se habían apoderado y empoderado por la guerra, son cada vez más reticentes a utilizar la guerra como mecanismo de resolución de conflictos, consintiendo que otros actores compitan utilizando la violencia con una finalidad política o no del todo. El resultado es que las guerras se prolongan y terminan siendo la continuación de los negocios por otros medios.  El crimen organizado con implicaciones internacionales tiene un papel clave en la prolongación de la guerra al alimentarla con los recursos que genera. Inicialmente puede ser una actividad relacionada con la financiación de grupos armados pero la dinámica del negocio y sus grandes beneficios pueden terminar por transformar una función instrumental en la finalidad fundamental del conflicto. El crimen organizado se convierte en el quinto jinete del Apocalipsis encargándose de alimentar a todos los demás.

En 1999 Edward Luttwak publicó un artículo en Foreign Affairs titulado “Give war a Chance”. El artículo señalaba que en las guerras de hoy, la mayoría de ellas internas, la opción más sabia era dejar cumplir a la guerra su función. La idea central del artículo es que la guerra, aunque es un mal evidente, tiene una virtud y es que resuelve conflictos políticos y trae la paz, aunque solo es así si se permite a la guerra seguir su dinámica sin intervenciones externas.  El artículo es una dura crítica a las misiones de mantenimiento de la paz o de imposición de la paz porque terminan convirtiendo los conflictos intrasociales en transnacionales, prolongando su duración.

Los académicos que introducen el análisis de las llamadas “nuevas guerras” se oponen a esta aproximación de Luttwak porque no considera los vínculos que se establecen a través de los canales de la globalización en la sombra. Los flujos económicos ilícitos y sin control siguen alimentando la hoguera de los conflictos internos que se prolongan sin horizonte de final.

El crimen organizado tiene de esta manera un papel determinante en la prolongación de la violencia. A los cuatro destructores jinetes del Apocalipsis se incorpora uno más, que se ocupa de convertir el caos que generan los anteriores en una oportunidad de negocio. Su objetivo es perpetuar el conflicto y mantener así la posibilidad de obtener beneficios, que bien invertidos permiten aumentar las expectativas de rentabilidades futuras crecientes. Beneficios grandes o pequeños pero suficientes para crear dos categorías de personas, los que ganan con la violencia y los que pierden con ella.

Henry Hill en la película “Uno de los nuestros” explica la situación a su manera. “Para nosotros vivir de otra manera era impensable… Si nosotros queríamos algo lo cogíamos y si alguien se quejaba dos veces le dábamos tal paliza que jamás volvía a quejarse, era una simple rutina ni siquiera lo pensábamos.”

Las nuevas guerras se prolongan indefinidamente, se instalan para quedarse, siendo un conglomerado de ansias de poder personal, convicciones ideológicas, tensiones étnicas y culturales, problemas sociales y de desarrollo, desigualdades sin posibilidad de ser desbloqueadas, a las que se añaden la codicia, la corrupción, los negocios ilegales. El resultado es un todo junto difícil de sondear, donde los objetivos y fines no son fáciles de identificar. De esta manera nos encontramos con un perverso efecto de acoplamiento de los actores entre sí y de cada uno con los procesos de globalización, que permite mantener un flujo de recursos en razón de la guerra y para alimentar la guerra.  Esta mezcla pegajosa complica cualquier intento de buscar acuerdos de paz.

Repasar las guerras en Europa antes de la paz de Westfalia y de forma especial durante la Edad Media nos permite descubrir muchos de los elementos que ahora en nuestro mundo desarrollado nos resultan ajenos. El protagonismo de los señores de la guerra, los mercenarios, los merodeadores, los empresarios de la guerra, el pillaje, el botín de guerra, la violencia contra la población para despojarla de sus recursos, el saqueo, la prolongación de la guerra, la coalición entre grupos antagónicos para de forma indirecta mantener el común interés por perpetuar el expolio y garantizar su dominio sobre los recursos no son componentes nuevos de la guerra, pero a Occidente ahora su regreso le desconcierta.

La desestatalización de la guerra todavía no permite saber si este fenómeno dará lugar a la destrucción del Estado o a la construcción del Estado en las periferias del mundo. En cualquier caso, lo que no deberíamos esperar es que esta realidad no termine desplazándose de alguna manera hasta nuestras fronteras y penetre en nuestro orden poniéndolo a prueba.

La inestabilidad, la debilidad del Estado, la presencia de distintos tipos de violencia, las limitadas oportunidades de prosperar o simplemente subsistir de la población permiten emerger espacios abiertos al control de organizaciones criminales. El crimen organizado aspira a ejercer cierto control en un espacio y sobre una población, a la que proporciona seguridad gestionando sus miedos, algunos servicios básicos que nadie más puede ofrecer y al mismo tiempo generando oportunidades económicas, no necesariamente dentro del espacio legal. El patronazgo de estas organizaciones criminales vincula a la población con las dinámicas delictivas que practican, constituyendo vínculos básicos, personales y concretos difíciles de sustituir por propuestas más abstractas, que desde el Estado aspiran integrar como ciudadanos a toda la población.

Realmente la guerra o el conflicto, en cualquier caso, la existencia de violencia, es un entorno de negocio y solo eso para el crimen organizado, que si no dispone de un orden necesario para sostener su actividad económica lo constituirán para sustituir al Estado en su función. El conflicto y la criminalidad mantienen una relación biunívoca con mutuos beneficios, tantos como para llegar a convertirse en un dominio donde las partes de la correspondencia son difíciles o imposible de diferenciar. El hecho de que el conflicto y la criminalidad se hayan transformado en socios invita a considerar a los grupos criminales organizados trasnacionales como una amenaza a la paz y seguridad internacional y no solamente un problema legal y policial de un Estado concreto. El cambio de posición del crimen organizado difumina más las diferencias entre los distintos fenómenos que convergen en las zonas grises.

Tradicionalmente el crimen organizado se ha identificado con un parásito del Estado al que utiliza como soporte en el que instalarse como huésped. Por supuesto, intentará infiltrase en el Estado y utilizarlo en su beneficio, pero no buscará destruir el sistema porque lo necesita vivo para seguir haciendo sus negocios. El objetivo de la relación es corromper al Estado para lubricar el funcionamiento de la maquinaria de los negocios ilícitos. Este enfoque, aun reconociendo la amenaza, invita a considerarla menos peligrosa que el terrorismo, la insurgencia o la lucha de los grupos guerrilleros. Aislar a los actores más allá de lo que la realidad los une es un error.

La dimensión política del problema no debe desatenderse porque este tipo de violencia es un discurso de impugnación permanente contra el Estado, especialmente cuando inevitablemente su importancia supone una connivencia de las instituciones con el crimen. Comprender la economía que alimenta al conflicto, sea guerra, terrorismo o cualquiera de las manifestaciones de violencia política posible, es una necesidad, que está asociada al estudio del papel del crimen organizado como parte sustancial del choque de voluntades. En algunos casos las voluntades mutan y lo que permanece es una forma de perpetuar el privilegio de una organización para acceder a beneficios por el hecho de portar armas.

La existencia de un nivel de violencia criminal crónico y perturbador termina siendo un argumento político que deslegitima al Estado y puede ser utilizado con violencia o sin ella para debilitarlo políticamente reduciendo todavía más su capacidad de respuesta. La lucha contra la delincuencia organizada debe verse en un contexto amplio, que permita identificar las vulnerabilidades de un Estado para actuar progresivamente fortaleciendo su capacidad de recuperar las funciones que le son propias. Las organizaciones criminales tienen un carácter mafioso que suplanta al orden político que no llega lo suficientemente lejos como para ser aceptado como legítimo. Perseguir el crimen con la fuerza sin crear un poder digno de ser reconocido puede suponer solo una manera de intensificar la violencia. La política tiene que ganarse el derecho a ser escuchada para poder finalizar el conflicto. La paz se alcanzará con el fortalecimiento del Estado, paso a paso, en la lucha contra el crimen y sus vínculos con el terrorismo o con otros tipos de grupos armados. 

Por otra parte, no se puede considerar la lucha contra el crimen organizado solo en un contexto nacional, generalmente es un problema transnacional que debe abordarse en cooperación con otros países. La crisis de gobernanza mundial es una buena noticia para el quinto jinete del Apocalipsis.

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TCol. Andrés González, Instituto Español de Estudios Estratégicos (CESEDEN)

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