El contexto tecnológico está en un constante cambio y el militar no es una excepción, es más rápido y complejo que nunca. Nuevas tecnologías irrumpirán en los próximos años en el ambiente operativo incluyendo sistemas de armas como ciber, misiles hipersónicos, energía dirigida, armas anti-satélite, etc, cambiando los fundamentos estratégicos al uso. Veamos algunas de sus posibles consecuencias.
Las armas cibernéticas no son la panacea. Sus ataques deben ser adecuados a la configuración del blanco, algo que puede cambiar con rapidez, mitigando los efectos esperados. Los especialistas de las potencias nucleares aumentan sus dudas de que puedan proteger sus redes durante una crisis. Esto puede llevar a la toma de decisiones precipitadas, pues el retraso podría permitir al atacante disponer de tiempo para desmantelar sus sistemas estratégicos. La novedad que suponen las armas cibernéticas aumenta el riesgo de escalada involuntaria si, por ejemplo, se advierte la presencia enemiga en los sistemas propios, ya que será difícil discernir si se trata de ataque o espionaje, circunstancia que podría desencadenar una escalada no intencionada.
La actitud “actuar o perder” también está ligada al espacio exterior, ya que el apoyo en satélites del ámbito operativo es enorme y el desarrollo de armas anti-satélite, en forma de láser o satélites “suicidas” es un hecho. Si se utilizasen armas anti-satélites, el actor podría considerarse relativamente seguro de represalias, pues cualquier actor estratégico se apoya en satélites para sus operaciones ofensivas o defensivas. Esta dinámica aumenta la probabilidad de rápida, o inadvertida, escalada de conflicto.
En el caso de la armas hipersónicas, tales como “hypersonic boost-glide” y misiles hipersónicos de estatorreactor de combustión supersónica. Esos misiles podrían posibilitar ataques estratégicos sin apenas tiempo de reacción creando un ambiente de “actuar o perder”. Otros elementos a considerar es la tecnología electromagnética de los railgun, el cañón de riel, arma eléctrica que, por medio de un campo magnético, dispara proyectiles metálicos a alta velocidad, por encima de Mach 5.6. Otro ámbito es el de armas de energía dirigida, que empelan energía concentrada electromagnética para destruir o anular blancos enemigos.
Se admite que la puesta en servicio de estos sistemas podría aumentar las defensas contra misiles balísticos. Si se llega a una relación coste eficacia esos sistemas hipersónicos pueden saturar el aire de metralla o energía para interceptar misiles, si además sus silos ya han sido previamente atacados. Otras inversiones en el ámbito convencional se dirigen a combinar sensores altamente cualificados y procesadores de datos, vehículos no tripulados y protocolos de saturación, podrían otorgarle al que inicia las hostilidades, una decisiva ventaja convencional.
Si se crea tal desequilibrio militar podría incrementarse la probabilidad de que el adversario más débil confiara en el arma nuclear para prevenir la agresión. En este caso UAVs podrían servir para lanzar armas nucleares, introduciendo un nuevo riesgo de escalada no pretendida. Además existe la posibilidad que, algún día, un armamento autónomo sea capaz de amenazar directamente los sistemas nucleares, como procesadores de datos altamente automatizados: podrían permitir a uno de los bandos alcanzar plataformas móviles de misiles. Si cualquiera de esas amenazas se materializan, las potencias tendrían potentes incentivos para el “actúa o pierde” Pero si incluso no se materializan, la sola posibilidad de la probabilidad de hacerlo podría llevar a las potencias a arrostrar acciones desestabilizadoras, como elevar estados de alerta o delegar, o delegar la autoridad de lanzamiento.
Este asunto, que una amenaza no necesita materializarse para ser desestabilizadora, es cierto para todas las tecnologías tratadas aquí. En tanto en cuanto una potencia se percibe bajo amenaza, sea cierta o no, puede verse incentivada a comportarse de forma desestabilizadora. Nuevas estrategias son necesarias para mitigar una posible escalada tecnológica y restablecer la disuasión.
Enrique Fojón, Doctor en Relaciones Internacionales