1 Julio 2025
Llevo varios años interesado en asuntos de seguridad y defensa y hay dos preguntas a las que no he conseguido obtener respuesta: ¿por qué la Alianza “Atlántica” se planteó sólo para el norte? Y ¿por qué México ha sido el único país del Atlántico norte que no ha sido invitado formalmente a unirse a la OTAN? De hecho, la mayor amenaza que sufrieron los EEUU, tras la segunda guerra mundial, no fue en Europa sino por unos misiles desplegados en otro país del Atlántico norte al que no se invitó en su día a ser miembro: Cuba. La OTAN se crea en 1949 y la revolución castrista ocurrió en 1959. ¿Irrelevante?
Sea cual sea esa respuesta, hoy resulta obvio que el despliegue hacia el sur de la OTAN resulta esencial para proteger nuestra seguridad. Pero aún más esencial resulta reconocer que, tanto en términos políticos, morales y filosóficos, una alianza defensiva de Occidente que deja abandonada a una parte esencial de ese mismo Occidente, Iberoamérica, está coja. Cuando Europa corría un serio riesgo de convertirse en colonia del mundo otomano y árabe, solo la apertura de rutas comerciales y civilizatorias, precisamente, hacia el Atlántico, permitió a Occidente resituarse en el mundo. Olvidar el pasado nos condena a errar a la hora de plantear estrategias para el futuro.
Si el componente norteño de la OTAN se muestra incapaz de reconocer este hecho, España, al menos, no debería hacerlo. Son varios los esfuerzos que nuestro país hace para mantener lazos con los países hermanos con los que compartimos lengua, cultura e historia, pero todavía estamos lejos de mantener una cooperación estratégica estable en asuntos de seguridad y defensa, a pesar de compartir riesgos similares. Cuando se habla de la dificultad de incrementar número de efectivos, España no debería rechazar la posibilidad de integrar, mediante los oportunos convenios y de forma provisional, a miembros de otros ejércitos del mundo hispano. Nosotros incrementaríamos nuestra fuerza, de manera sencilla —para puestos deficitarios y con un esfuerzo presupuestario más reducido—, y ellos recibirían formación y experiencia en un ejército OTAN y hermano.
Dentro de esta estrategia, tiene todo el sentido crear una Academia de formación donde los jóvenes cadetes de los tres ejércitos de los países iberoamericanos que así lo quisieran, pudieran compartir formación multinacional y compañerismo durante un mes o dos, dentro de su proceso formativo regular. Esta AFAIB podría tener tres sedes. La del mar, que en buena lógica residiría en Cartagena de Indias (Colombia), aprovechando las instalaciones ya existentes, que rememora una gran victoria cuando los hispanos estábamos unidos, y que allí recala el Juan Sebastián Elcano cada año. Bastaría alargar su estancia un mes para compartir aulas y profesores con cadetes o guardamarinas de otras armadas iberoamericanas. La AFAIB del aire podría tener su sede en Brasil, pues hoy por hoy es el único país iberoamericano capaz de fabricar aviones (Embraer), y la de tierra en Zaragoza. Todo esto quedaría concretado en el correspondiente Tratado multilateral o convenios bilaterales.
El año próximo (2026), tendrá lugar la reunión de la Cumbre Iberoamericana en Madrid. Sería una buena ocasión para concretar este proyecto que no va contra nadie sino en favor de facilitar una mayor cooperación defensiva en zonas con lenguas mutuamente comprensivas. Perder este tren sería dar la sensación de que los hispanos no sabemos aprovechar las oportunidades, como hacen otros, y que nos merecemos el papel irrelevante que nos concede la geopolítica actual.
Alberto G. Ibáñez, Doctor en Derecho y en Ciencias de las Religiones. Autor de “El Sacro Imperio Romano Hispánico”
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