Análisis Nº 203
Rafael Santiago Ortí, Profesor. Máster en Economía y Relaciones Internacionales
Jamal Khashoggi, periodista saudí crítico con el régimen de Riad, acudió a la embajada de su país en Estambul para solicitar unos documentos que le permitiesen contraer matrimonio con su pareja turca. El periodista sospechaba que se podía estar metiendo en la boca del lobo como así fue, pero lo que seguramente no sospechaba es la reacción geopolítica en cadena que ha generado su muerte. Si bien las relaciones entre Turquía y Arabia Saudí son cordiales, existen dos puntos que la capital del Bósforo tiene pendiente con el régimen saudí.
El primer punto de desencuentro es de ámbito geopolítico. Los dos países luchan por hacerse con el liderazgo de la región aunque es Arabia quien, a día de hoy, esta mejor posicionada. Y no es una región cualquiera, ya que se trata de la vasta zona de Oriente Medio. Históricamente, el país que ha tenido mayor peso ha sido Egipto pero, recientemente, ha perdido el pulso ante otros competidores; Irán tuvo sus opciones de ser el líder regional, pero sus apoyos no son significativos en la zona; Rusia tiene un papel subordinado a Estados Unidos en esta parte del globo y Siria actualmente está inmersa en un largo conflicto bélico. Además su condición de chií supone una desventaja con respecto a la mayoría suní de la región. Con estos dos rivales descartados, los únicos candidatos que quedan sobre la mesa son los dos implicados en el caso Khashoggi.
El segundo punto es más personal. El gobierno de Erdogan recela, y mucho, del príncipe heredero saudí, Mohamed BinSalmán. Motivos no le faltan. El príncipe heredero tiene una postura más extrema que su padre en diferentes temas. A Turquía no le han gustado los excesivos guiños del príncipe heredero al Gobierno de EE.UU, ya que considera que pueden crear inestabilidad en la zona, y menos aún las sospechas de que el gobierno saudí, con el apoyo de Trump, esté financiando a los combatientes kurdos del PKK en el sudeste de Turquía. ¿Por qué motivo? Porque estos kurdos son los únicos que pueden hacer frente al Estado Islámico en la frontera sirio-turca.
El detonante que hizo estallar esta situación se produjo el pasado día 2 de Octubre. Erdogan ha utilizado la desaparición del periodista para intentar ganar posiciones en el liderazgo en la región. Sin embargo, su estrategia debe ser muy meditada pues un paso en falso podría suponer un fracaso. La táctica es clara: desprestigiar al príncipe heredero evitando que ello perjudique las relaciones con su padre, el rey, SalmánBiz Abdulaziz. Lo que ya ha conseguido es que Riad, tras mucho tiempo de evasivas, reconozca que el periodista no salió vivo de la embajada. Ello ha generado un movimiento de doble sentido con respecto a Europa. Por un lado, de rechazo a Riad, y por el otro, de simpatía hacia Erdogan por la gestión del caso, en unos momentos en los que su popularidad estaba tocando fondo. Incluso aparece como una tierra acogedora, abierta a exiliados políticos de otros países del entorno.
Atrás queda ya el endurecimiento de sus políticas hacia una parte de la población, su más que discutida política económica, su persecución a los kurdos y la dura represión a determinados sectores a los que consideraba responsables del intento de golpe de Estado. En una jugada maestra, ha conseguido que Washington dejase de mirar hacia otro lado cuando salió a la luz el caso, y ha creado una crisis entre Estados Unidos y su principal aliado en esta parte del globo. En las próximas fechas veremos cómo evoluciona el caso Khashoggi, y de forma indirecta, podremos apreciar las posiciones que toman los diferentes actores geopolíticos, ya que pueden dar un giro inesperado en Oriente Medio.