Análisis 299
22 Junio 2025
En un contexto internacional marcado por la creciente rivalidad entre potencias, los recientes ataques cruzados entre Irán e Israel y la posterior implicación militar directa de Estados Unidos reavivan una doctrina estratégica que parecía reservada a los tiempos de la Guerra Fría: la disuasión extendida. Esta consiste en garantizar, por parte de una superpotencia, la defensa de un aliado frente a amenazas estratégicas –en este caso, nucleares o cuasi-nucleares– mediante una promesa creíble de represalia.
La doctrina, formulada durante la bipolaridad entre Estados Unidos y la URSS, sustentaba la arquitectura de seguridad de Washington con sus aliados europeos y asiáticos. Sin embargo, su aplicación al escenario de Oriente Medio, y más concretamente al conflicto entre Irán e Israel, sugiere una adaptación contemporánea: la disuasión extendida ya no es solo global, sino también regional.
El 13 de junio de 2025, Irán lanzó una ofensiva masiva compuesta por más de 150 misiles balísticos y un centenar de drones explosivos contra territorio israelí. La acción fue justificada por Teherán como respuesta a operaciones encubiertas atribuidas al Mossad en territorio iraní, así como a ataques israelíes contra milicias proiraníes en Siria y el Líbano. Israel respondió dos días después con una operación aérea contra más de 100 objetivos en Irán, incluyendo instalaciones vinculadas a su programa nuclear. Por otro lado, el 21 de junio, Estados Unidos intervino directamente, bombardeando los sitios nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán con misiles Tomahawk y bombas antibúnker.
En línea con lo anterior, la implicación directa de Washington —especialmente en un momento de tensiones globales por Ucrania, Taiwán y el mar Rojo— no solo evidencia el compromiso con su aliado histórico, sino que reproduce el patrón estratégico de disuadir a terceros mediante una amenaza creíble de defensa militar activa. Además, en la práctica, Estados Unidos no está disuadiendo solo a Irán, sino que está enviando un mensaje a cualquier actor regional con aspiraciones nucleares, incluidos Turquía o Arabia Saudí, de que el umbral de la disuasión no se limita a la posesión de armas nucleares, sino que también puede activarse ante su desarrollo avanzado.
En este sentido, el caso israelí constituye una anomalía estratégica, ya que es la única potencia nuclear de facto no signataria del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que, al mismo tiempo, se beneficia del paraguas nuclear estadounidense sin estar sometida a los mismos compromisos multilaterales que otros aliados. Por ello, esta simbiosis da lugar a una forma peculiar de disuasión expandida, de forma que mientras Israel mantiene la ambigüedad nuclear, Estados Unidos actúa como garante de su seguridad frente a una hipotética amenaza nuclear emergente.
En este sentido, lo que está en juego no es solo la estabilidad regional, sino la credibilidad de Estados Unidos como garante global del orden estratégico. Esto significa que, en un mundo cada vez más multipolar y fragmentado, Washington necesita reafirmar su capacidad de responder rápida y eficazmente frente a desafíos asimétricos que impliquen tecnologías estratégicas como la nuclear. La disuasión extendida, por tanto, vuelve a ocupar un lugar central en la arquitectura de seguridad de EE.UU., no por nostalgia con respecto a los tiempos de la Guerra Fría, sino por necesidad.
A diferencia de la Guerra Fría, hoy no se trata únicamente de impedir una guerra entre superpotencias, sino de evitar la proliferación descontrolada de capacidades nucleares en zonas de alta fricción. Si Irán lograse consolidar su programa nuclear sin consecuencias tangibles, otros actores regionales podrían considerar que el umbral de impunidad ha cambiado, erosionando la lógica misma de la disuasión.
En suma, este caso revela que el conflicto entre Israel e Irán no solo es un enfrentamiento entre enemigos históricos, sino un campo de prueba para la renovación de viejas doctrinas en un orden internacional cambiante. La respuesta de EE.UU. sugiere que la disuasión extendida ha vuelto, y lo ha hecho adaptada a un mundo donde las amenazas son múltiples, los actores más diversos y los límites del uso de la fuerza cada vez más borrosos.
Rebeca Radío Armindo
Ingeniera en Ciberseguridad y Analista de Inteligencia
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.