España en el Consejo de Seguridad: un actor limitado en un entorno obsoleto

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Una gran noticia para España. Compartirá asiento con nueve países más. Frente a ellos, los cinco grandes de la ONU, los dueños de la casa, que son los que gobiernan el mundo: China, Francia, Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos. La misión primordial del Consejo de Seguridad es mantener la paz y la seguridad internacionales. Desarrollo, diplomacia y defensa, por ese orden, son las tres “D” de la prevención, gestión y resolución de conflictos. La decisión de intervenir con las armas dependerá de los cinco miembros permanentes.

Durante dos años (2015-2017) España tendrá capacidad de influencia y se podrá intervenir en los debates, procesos y decisiones que afecten a la resolución conflictos. El gobierno podrá mostrar su punto de vista y ejercer sus responsabilidades, lo que implica también un coste para sus intereses políticos y económicos por las tensiones diplomáticas que se van a dar. A ver qué ocurre con la inestabilidad en el norte de África. Conviene recordar que somos la frontera sur de la Unión Europea y la OTAN.

Esta elección vuelve a poner en cuestión la estructura y la forma de proceder del Consejo, en cuanto al estatus de los miembros permanentes y no permanentes. Las cinco naciones con derecho a veto es fruto del orden mundial creado tras la Segunda Guerra Mundial. Veinticinco años después del fin de la Guerra Fría seguimos con el mismo esquema, pero en un mundo que ha cambiado notablemente. Naciones emergentes en lo político y lo económico llaman a la puerta. La geopolítica configura su liderazgo y un acuerdo de 1946 no puede dar respuesta a lo que ocurre en el siglo XXI, una realidad globalizada y unos conflictos con unas características complejas que van a configurar nuevas fronteras, como es el caso de Oriente Medio.

Llegar a acuerdos por medios pacíficos, imponer embargos o sanciones económicas, o autorizar el uso de la fuerza implica nuevos actores. La multilateralidad se impone. Pero los cinco grandes no van a querer ceder su soberanía. Se podrá compartir de forma limitada en tiempo y forma, pero nunca perder capacidades. Francia y Gran Bretaña, por ejemplo, nunca van a ceder el puesto a un representante de la Unión Europea. Un nuevo conflicto bélico a escala regional con evidentes efectos globales, o bien el derrumbamiento de una gran potencia, será lo único que configure un nuevo orden mundial. El resto son ejercicios de prospectiva teórica pero no realista. Y para quienes afirman que la economía mueve al mundo hay que señalar que ni la profunda crisis económica ha podido modificar sustancialmente este equilibrio de poder.

¿Y cómo verán a España? Es cierto que contamos con cierto prestigio internacional pero la falta de compromisos coherentes en el exterior y la realidad de la política nacional hace que no siempre sea reconocido. Hablar con nombre propio en el Consejo de Seguridad no será fácil y defenderlo en el Parlamento tampoco. La homogeneidad de estos dos discursos es lo que distingue a una nación sólida. La política exterior, así como la de defensa, deben ser un asunto de Estado, con repercusión en presupuesto a largo plazo. Hoy no lo es.

La actual situación implica un perfil bajo entorno a la voluntad de promover la paz a través del diálogo, la mediación y la prevención de conflictos. Ya sea mediante “Unidos por el consenso” o por el interés, el eje geopolítico compartido con Europa, Iberoamérica y Mediterráneo-Norte de África hace que seamos un actor limitado pero con capacidades para resolver conflictos. Esta credibilidad también reside en nuestras Fuerzas Armadas actuando en misiones internacionales. Por último, señalar que la presencia de España en el Consejo de Seguridad debe ser una oportunidad para dar coherencia y fortalecer nuestra política de defensa.

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