Análisis 265
La crisis desatada por la Covid-19 ha hecho que varias situaciones críticas para la seguridad global hayan quedado durante unos meses en un segundo plano de la actualidad internacional. Una de las más graves de estas crisis es la de la península coreana donde, a pesar de los esfuerzos diplomáticos del último año y medio, la tensión no sólo no ha aminorado, sino que ha empeorado en los últimos meses y amenaza con volver al nivel de malestar existente antes de las cumbres de Singapur, Hanoi y del encuentro entre Trump, Moon Jae In y Kim Jong Un en la Zona Desmilitarizada.
La visita de Kim Jong Un el pasado 27 de julio a un cementerio en conmemoración del final de la guerra de Corea en 1953 no hace sino recordar que, aunque el mundo sigue pendiente de la emergencia sanitaria, el régimen coreano no tiene ninguna intención de quedar en un segundo plano. Prueba de ello es la destrucción de la oficina de enlace intercoreana creada en 2018 que eliminó un valioso canal de comunicación entre las dos Coreas y que volvió a poner una presión cada vez mayor al gobierno surcoreano de Moon Jae-In. Las esperanzas puestas en la sucesión de cumbres entre Corea del Sur y Corea del Norte y entre ésta y los Estados Unidos han dejado paso a un completo estancamiento.
En efecto, en junio de 2018, en Singapur, se produjo la primera reunión en la historia entre un presidente de Estados Unidos y un presidente de la República Popular Democrática de Corea, que fue precedida por la cumbre intercoreana de abril de 2018. La cumbre de Singapur consiguió atenuar levemente las tensiones existentes entre Estados Unidos y Corea del Norte al decidir Washington cancelar sus ejercicios conjuntos con Seúl. Por su parte, Pionyang decidió imponer una moratoria en materia de lanzamiento de misiles y pruebas nucleares, desmantelar instalaciones de su programa balístico y retornar los restos de soldados estadounidenses.
El esfuerzo diplomático fue seguido por más cumbres intercoreanas y reuniones entre los presidentes de Corea del Norte y del Sur con el Secretario de Estado, Mike Pompeo. Finalmente, se decidió celebrar una segunda cumbre, esta vez en Hanoi, para seguir profundizando en una solución pacífica a la crisis nuclear. A pesar de las expectativas creadas, esta cumbre acabó en un fracaso al cancelarse abruptamente las reuniones y la ceremonia de la firma conjunta del comunicado debido a las discrepancias en torno al desmantelamiento del programa nuclear y a la presencia de Estados Unidos en la península coreana, entre otros motivos. La situación se intentó reconducir cuatro meses después aprovechando la cumbre del G-20 en Osaka. En esta ocasión, Trump y Kim se encontraron en la Zona Desmilitarizada sin llegar a ningún acuerdo específico para salir del bloqueo.
Y es que todas las iniciativas que se puedan tomar en torno al conflicto en la península coreana van a chocar de lleno con el elemento crítico que impide cualquier avance sustantivo: el concepto de desnuclearización. Para los Estados Unidos, la desnuclearización implica que Corea del Norte debe renunciar a su programa nuclear y debe desmantelar su programa de misiles de forma completa, verificable e irreversible. Es decir, Corea del Norte debería renunciar a aquello que ha perseguido durante décadas y por lo que se ha expuesto a la condena de la comunidad internacional, al aislamiento y a las sanciones más duras. Por su parte, el gobierno norcoreano entiende que la desnuclearización implica que los Estados Unidos deben retirarse de sus posiciones en Corea del Sur, trasladar sus armas nucleares fuera de la península y abandonar su política de extender su paraguas nuclear sobre Corea del Sur. Ello supondría debilitar de forma considerable la posición estratégica norteamericana, que dejaría a Corea del Sur sola frente a un posible conflicto con el Norte. La imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la desnuclearización ha sido un tema que ha hecho descarrilar las negociaciones de sucesivos presidentes estadounidenses y hace imposible cualquier negociación con la actual administración. Lo más probable es que acabe por tumbar cualquier intento futuro.
El tradicional discurso de año nuevo de Kim Jong Un ya hacía prever un aumento de las tensiones fruto de la frustración provocada por el mantenimiento de las sanciones internacionales contra Pyongyang. En este discurso Kim avisaba de que cuanto más dudasen los Estados Unidos en solventar el problema coreano más indefenso se encontraría frente a la fuerza norcoreana, desentendiéndose de la moratoria de pruebas de misiles y reiniciando el lanzamiento de misiles en marzo de 2020.
Para asegurarse la atención de la comunidad internacional en medio de la crisis sanitaria, el pasado junio, Corea del Norte decidió demoler la oficina de enlace entre las dos Coreas, situada en la ciudad fronteriza de Kaesong, mostrando con ello que las cumbres de los dos últimos años no han conseguido aplacar al gobierno norcoreano y que este ‘statu quo’ no es aceptable para Pyongyang, que demanda acciones por parte de Estados Unidos y Corea del Sur al entender que Corea del Norte ya ha dado los pasos suficientes para comenzar a obtener el levantamiento de las sanciones que la ahogan.
Los últimos meses han demostrado que la crisis coreana está todavía muy lejos de solucionarse y que las posiciones entre los principales actores apenas se han movido, lo que impide cualquier entendimiento y, por ende, el avance en una solución pacífica. Lejos del relativo optimismo de los años 2018 y 2019, el año 2020 y el 2021 parecen condenados a un empeoramiento de la crisis. Las elecciones en Estados Unidos, la crisis bilateral entre Estados Unidos y China, las posturas alejadas en torno al concepto de desnuclearización, entre otros motivos, van a impedir una solución viable lo que nos puede llevar, de nuevo, a una situación tan amenazante como la que existió en 2017.
Borja Llandres
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