El honor en los tiempos de Pandemia

Paper 35 / 2020

El 25 de octubre, con identidad falsa, el líder opositor venezolano Leopoldo López aterrizó en Madrid. Era el final feliz de una peligrosa huida, planeada con gran riesgo, nocturnidad y alevosía, desde su refugio precario en la embajada española de Caracas. Ya en Madrid, pudo reunirse felizmente con su mujer e hijos, quienes, por razones de seguridad, tras años sin poder abrazarle, no sabían nada de dicha operación. El amor acabó abriéndose camino entre el cólera.

Días más tarde, el líder opositor se reunió, entre otros, con el mismísimo presidente del gobierno español, eso sí, como han matizado desde Moncloa misma, en su calidad “no” de presidente del ejecutivo, si no en calidad de Secretario General del PSOE, partido socialista hermano del señor López. Éste no ha dudado no solo en reafirmar, por si fuese necesario, la condición de dictatorial, corrupto y asesino de la persona y régimen de Maduro, si no que ha asegurado también que el señor Pedro Sánchez, por lo menos en su condición de Secretario General del PSOE, comparte tal descripción.

A nivel de gobierno de España, esta reunión y las declaraciones e impresiones que han emanado de ella, plantea un serio problema para el ejecutivo español: a nadie se le escapa que el régimen actual instaurado en Venezuela liderado por el Dictador Nicolás Maduro, es considerado legítimo y hasta un socio de referencia, mentor y ejemplo a seguir por el socio minoritario (y apoyo imprescindible) de este gobierno, el líder de Podemos Pablo Iglesias.  Los intereses internos de estabilidad en el seno del ejecutivo primarán sobre cualquier otra consideración, a nadie le cabe duda, pero el conflicto interno planteado sin duda será un escollo y fruto de fricción constante en este ejecutivo.

En febrero de 2019, la mayoría de los países de la Unión Europea finalmente se posicionaron (de forma no unánime, dejando a vistas del mundo nuestras múltiples carencias a nivel institucional en cuanto a política exterior común) a favor de reconocer a otro líder opositor Juan Guaidó, como “Presidente Encargado” de Venezuela. A falta de un criterio común, ni siquiera en un caso tan claro y nítido como este, la UE optó por la clásica opción de “tercera vía” imaginativa e imaginaria, para seguir jugando al juego de aparentar “hacer algo para no hacer nada”.

En España, el sumarse a esa “posición” supuso por lo menos una reafirmación y alivio moral para muchos, aunque poco cambió sobre el terreno: Tanto la embajada en Madrid como los distintos consulados siguen a día de hoy bajo la ocupación y la tutela del régimen de Maduro y sus representantes. Por el contrario, los representantes de Guaidó ejercen su representación en unas dependencias y con un estatus dependiente más de contribuciones privadas que del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Para volver al título de la reflexión que hoy nos ocupa: el coronavirus, la pandemia actual, está azotando al mundo entero. Occidente en particular se ha parado, y está en la actualidad (mal) lidiando como puede con la temida y pronosticada segunda ola. Estados Unidos, además, está afrontando sus inminentes y muy inciertas elecciones presidenciales el 3 de noviembre. China, paradójicamente (o no), el origen por lo menos geográfico del virus, por el contrario, empieza a crecer de nuevo (anualmente nunca ha dejado de hacerlo), y de hecho ha “salido” de esta crisis hasta acelerando su afianciamiento como la nueva potencia mundial llamada a rivalizar, cuando no a superar, a los EEUU como gran líder mundial en un marco internacional ya menos liberal en el siglo XXI.

Ciertamente, a nivel mundial, vienen tiempos inciertos, duros e interesantes en todos los campos; el económico, el financiero, el comercial, el social, el estratégico y el militar. La historia y la vida es cambio constante, sí, pero indudablemente, hay puntos de inflexión o “aceleración” de dicho cambio, llamados “crisis”, y sin duda estamos en mitad de una de ellas, y de las grandes. Agárrense los machos. Brace for impact, como dirían los anglosajones. “Achtung Lechen Kommen” los alemanes, para darle un poco de humor al asunto.

España, Europa, occidente y el mundo entero afrontan estos nuevos tiempos con incertidumbre, a la defensiva ante la segunda ola que amenaza con acabar de esclerotizar nuestras economías, nuestros tejidos sociales y productivos, y nuestra sociedad civil en general. El amor debe poder sobrevivir al cólera para que la vida siga. De la misma forma, el honor debe poder sobrevivir estos tiempos de pandemia.

El honor, como la amistad, es ciertamente un termino extraño para utilizar en una reflexión sobre política y relaciones internacionales. Como se atribuye al británico Lord Palmerston, “Inglaterra [los países] no tiene amigos permanentes, ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes.”

Definamos “Honor” pues, como sentido del “yo” en cuanto a entidad, sea nación (España), institución (UE), o “bloque” (Occidente imperfecto, pero a grandes rasgos firmemente liberal). Definamos “Honor” como la parte benévola y no agresiva del muchas veces malentendido y vilipendiado sentido del “Ego”. La cohesión interna (en su diversidad), la coherencia de las políticas con los valores, el valor de la palabra dada y el contrato firmado, el firme respeto por la ley y la dignidad, tanto a nivel colectiva como a la individual de todos y cada uno de sus ciudadanos.

Definido en dichos términos, el Honor tiene que abrirse camino en los tiempos del cólera: Occidente, Europa, España, el mundo, tiene que luchar contra la segunda ola del virus, sin duda, pero tiene que vivir, tiene que volver a aprender a abrirse camino de nuevo, como sociedad, como humanidad; Occidente en general, como “bloque”, tiene que sí, aceptar, incluso abrazar, el desembarco de China como gran potencia a nivel mundial, pero con honor, con respeto a sí mismo y con respeto a sus propios legítimos intereses en una relación de tú a tú, de igual a igual; Occidente tiene que resurgir respetando y fomentando el libre comercio y flujo de capitales como siempre, pero exigiendo reciprocidad absoluta a la hora de poder invertir en China y participar en sus empresas y mercados de la misma manera y con la misma libertad que China hace en los nuestros.

Respetando y hasta abrazando el surgimiento de nuevos y legítimos competidores, pero exigiendo tajantemente el respeto a las patentes y demás reglas del juego que hemos establecido entre todos. Se tiene que acabar con esa práctica “cultural” china de “ingeniería reversa”, que consiste llana y burdamente nada más que en desmantelar el producto de tu competidor y proceder a copiar cada uno de sus componentes para acto seguido sacar al mercado un producto exactamente calcado. Dicho producto resulta obviamente mucho más barato al haberse beneficiado de la ausencia de cualquier coste de investigación y paciente desarrollo, además de obviamente costes laborales más baratos, fruto exclusivamente de sueldos mas bajos y ausencia de cualquier gasto de seguridad social, impuestos medioambientales, garantías laborales y un largo etc.

En lo que nos concierne como europeos, la UE, tal y como afirmó hace escasos días a finales de octubre, nuestro flamante alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea José Borrell, con una mezcla de cinismo y resignación me imagino, “Europa debe aprender rápidamente a hablar el lenguaje del poder”.

España, como miembro (como “socio fundador” me atrevería a decir, en esto no llegamos tarde al club) consustancial de occidente, no puede simplemente resignarse a unirse a la corriente que adopte o siga la UE, la OTAN y el “bloque” en general, más veces el resultado de un tancredismo consciente que de cualquier visión o proyecto proactivo.

Para volver al tema original, España se encuentra en una situación especialmente delicada, reactiva y defensiva ante retos tan aparentemente insuperables e irreversibles como la embestida de la segunda ola pandémica, el descalabro económico y consustancial agujero de deuda, el desmembramiento centrífugo territorial y un tan largo etcétera, que nos ha llevado como sociedad, como tristemente ilustran las conclusiones de muchas encuestas, a una actitud pasiva y hasta derrotista. Las encuestas indican que, rechazando a muchísimos niveles la gestión de la actual crisis, resulta que lo que exigimos los españoles es más confinamiento, más parón económico y, en suma, más (falsas) garantías de futuro por parte de nuestros líderes y gobernantes.

No. El honor, el trabajo, la iniciativa, el ingenio, la actividad, la vida, tiene que poderse abrir paso en estos tiempos de pandemia. El 25 de octubre, con identidad falsa, el líder opositor venezolano Leopoldo López aterrizó en Madrid. Es un representante de una oposición valiente a un régimen dictatorial y despótico en Venezuela. España, oficialmente reconoce el al líder opositor Juan Guaidó como “Presidente Encargado” de Venezuela. Retírese de una vez la embajada y consulados venezolanos en España a los representantes del régimen de Maduro y otórguense a los representantes del señor Guaidó. España tiene que seguir operando diplomáticamente en el mundo real también; reubíquense los representantes actuales del régimen existente en otras dependencias diplomáticamente adecuadas -pero mucho más espartanas, no está el estado para grandes dispendios y mandaría un claro mensaje al régimen actual-.

¿Es un paso incómodo? Sin duda. ¿Traerá consecuencias a corto plazo desagradables y posiblemente hasta contraproducentes? Pues posiblemente. Ahora bien, ¿es lo correcto? Sin duda también. ¿Es consecuente con nuestros valores y con nuestra posición? Pues no hay (o no debería haber) más preguntas.

España, Europa, occidente, afronta sin duda una gran crisis y está ante una gran encrucijada. Aunque no es evidente ya que las ramas no nos acaban de dejar ver el bosque, ya que lo urgente, como tantas veces, nos impide encarar y tratar lo importante, paradójicamente esta crisis no es tanto sanitaria o económica como de valores. Los dos primeros factores (sanidad y economía), no nos dejan reconocer al tercero como el verdaderamente importante. España no saldrá de esta crisis de la noche a la mañana, pero sí puede, desde hoy mismo si así lo decidiéramos, empezar a andar, (incómodo pero correcto) paso a (incómodo pero correcto) paso. Aunque al principio seamos los únicos cambiando de dirección y yendo “contracorriente”. Otros se sumarán.

Hoy hemos tratado este escabroso, incómodo y aparentemente menor tema de la inconveniente llegada de un líder opositor venezolano a Madrid. Existen, como hemos mencionado anteriormente, una infinidad, sí, de temas, menores y mayores, que tratar; la cuestión territorial interna y nuestro modelo autonómico; nuestro concepto mismo de nación, de fronteras, de identidad cultural; nuestro modelo productivo y la sostenibilidad de nuestro estado de bienestar, etc. El honor, nuestra forma de ser y de vivir, tiene que poderse abrir camino en estos tiempos de pandemia.

Jesús de Ramón-Laca

Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.

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