Muchos se preguntan cómo es posible que un país tan próximo al conflicto Afganistán-Pakistán haya podido mantenerse en paz durante sus primeros 25 años de independencia. Una de las claves hay que buscarla en su modelo de tolerancia religiosa. En una región donde el hecho religioso se vive como un problema, Kazajstán ofrece al mundo vivir ese fenómeno como parte de la solución.
El 16 de diciembre de 1991 se independizaba Kazajstán, el gigante de Asia Central, la última república de la URSS que aún quedaba dentro de la Unión. Desde entonces, Nursultán Nazarbáyev ha liderado el país, gestionando la política exterior y buscando un marco de convivencia válido que le otorgara un amplio periodo de paz y estabilidad. Uno de los principales retos fue que el marco legal garantizara el respeto a los más de 120 grupos étnicos presentes en el país, muchos de ellos forzados. Poner en valor esa realidad ha hecho de Kazajstán un modelo de convivencia pacífica entre etnias.
En el aspecto religioso, frente al esquema soviético de ateísmo y la sharía musulmana, la Constitución garantizó una separación neta entre religión y el Estado. Frente al modelo laicista francés en el que la religión tiene una peor consideración, acorralándola al espacio privado, optó por seguir el modelo estadounidense, donde se reconoce que lo religioso es positivo en lo social y cultural.
Con una serie de medidas legales, las más de 40 confesiones religiosas han encontrado un marco de convivencia estable, adecuado, para seguir su evolución natural sin interferencia alguna por parte del Estado. Los atentados terroristas de 2011 hicieron que ese año se reformara la ley de libertad religiosa para evitar que se infiltrara el fundamentalismo proveniente de otros países, para evitar que se asentaran en aquel país asociaciones religiosas radicales y que pudieran predicar su odio impunemente.
Desde el punto de la geopolítica, Kazajistán no tiene salida al mar y es vecino de dos gigantes (Rusia y China), además de estar cerca de otras potencias nucleares (India, Pakistán y presumiblemente Irán). De ahí que Nazarbáyev optara desde el principio por una diplomacia multivectorial y una práctica de buena vecindad.
España fue uno de los primeros países en reconocer a los nuevos Estados de la URSS. Sin embargo, varios factores coincidieron para que esa ventaja se desvaneciera: lejanía, diferencias culturales e idiomáticas, y la prioridad por otros temas “más importantes” (Europa, Magreb, América). Con grandes esfuerzos diplomáticos, sobre todo a partir de la aprobación del Plan Asia 1, las agendas bilaterales se fueron llenando de contenido, obteniendo buenos resultados.
En materia de defensa, hay que subrayar que su doctrina militar insiste en la idea de que al menos el 70% de su armamento (ligero o pesado) debe provenir de una industria armamentística propia, con lo que se buscaría así la independencia militar, cortando así con su tradicional dependencia de Moscú. A lo largo de estos años ha logrado fomentar buenas relaciones y medidas de confianza con sus vecinos a través de su participación en distintas organizaciones: la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, donde Rusia posee un peso definitivo, la Organización de Cooperación de Shanghái, de gran influencia china, la Asociación para la Paz, de fuerte presencia estadounidense, y la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa, formada por 56 países del hemisferio norte, desde Vancouver hasta Vladivostok.
Antonio Alonso Marcos, Profesor de la Universidad CEU