Paper 56
21 Enero 2025
Desde su fundación en 1979, la República Islámica de Irán ha desarrollado una extensa y compleja red de alianzas con grupos armados no estatales en el Medio Oriente. Esta estrategia ha sido impulsada principalmente por la Fuerza Quds, una unidad de élite del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica que desempeña un papel fundamental en la proyección del poder iraní en la región. Bajo el liderazgo de Qassem Soleimani hasta su muerte en enero de 2020 a manos de Estados Unidos, la Fuerza Quds se consolidó como el principal mecanismo de coordinación y apoyo a estos actores no estatales.
En este contexto, surgió el concepto «Eje de la Resistencia», que contrasta con la noción de «Eje del Mal» promovida por el expresidente estadounidense G. Bush, describiendo la red de alianzas que Irán ha cultivado en la región. Este último provee recursos y coordinación, además de tener relaciones que van más allá de una simple dinámica de patrocinio, también presentan diversos grados de autonomía y muchos de estos grupos han establecido lazos directos entre sí, tejiendo una compleja red de interacciones que trasciende el apoyo directo de Teherán.
Dichos aliados se denominan comúnmente en occidente como ‘proxys’, haciendo simplemente una separación entre los ‘amigos y enemigos’ que la República islámica posee en la región. No obstante, esto se reduce a un significado demasiado simplista para la complejidad de la cuestión. Es importante emplear correctamente este término si se desea aclarar la comprensión de los problemas relacionados con los grupos armados respaldados por Teherán en Oriente Medio.
Así pues, los grupos no estatales de Oriente Medio considerados por algunos como proxies de Irán incluyen al Hezbolá libanés, los hutíes yemeníes, diversas milicias chiitas en Irak, así como a Hamas y la Yihad Islámica Palestina. Tras los acontecimientos del 7 de octubre y el actual conflicto, se ha reavivado el debate sobre la influencia y responsabilidad de Teherán sobre sus aliados no estatales y sus acciones. Su respaldo a estos movimientos ha sido clave para consolidar su influencia en un entorno regional cada vez más tenso, pero cabe cuestionarse si se les puede realmente considerar como proxies, o dicho de otra manera, sumisos al régimen iraní.
La República Islámica de Irán, al ofrecer su apoyo a grupos no estatales busca principalmente evitar los elevados costos políticos y materiales que implicaría una intervención directa. Además, cualquier agresión dirigida a los intereses de Irán podría detonar enfrentamientos en diversos frentes, otorgándole a Teherán un considerable poder disuasorio y la habilidad de causar daños indirectamente mediante intermediarios.
La estrategia de Irán se sustenta también en un fuerte componente identitario e ideológico, con el Islam chiita como pilar fundamental para fortalecer sus alianzas. No obstante, este factor religioso no determina por completo sus decisiones, ya que Teherán también respalda a grupos de distinta orientación. Esto evidencia que su política exterior responde a una mezcla de intereses estratégicos y pragmáticos, donde la ideología tiene peso, pero no es el único motor de acción.
Sin embargo, la estrategia de Irán de apoyar alianzas no estatales implica un riesgo significativo: la asimetría de información. La falta de un control total sobre las capacidades y la lealtad de los grupos que respalda obliga al Estado a tomar decisiones estratégicas sin garantías de que sus objetivos se cumplan como espera, haciendo de la intervención indirecta en el conflicto una posición vulnerable para Irán y dando una ventaja considerable en cuanto a flexibilidad estratégica a sus aliados.
Aunque Irán busca ejercer control sobre las operaciones de sus aliados, su capacidad para hacerlo varía considerablemente según la estructura y organización interna de cada grupo. Aquellos con sistemas más centralizados y jerárquicos, como Hezbolá, permiten una alineación más directa con los intereses de Teherán, ya que las decisiones estratégicas y su ejecución están concentradas en pocos líderes. Por el contrario, las milicias en Irak, con estructuras más fragmentadas, dificultan la coordinación y el control iraní.
Esta dinámica implica que el apoyo de Irán a los grupos armados no es uniforme, sino que se adapta según las circunstancias y las características de cada organización. En algunos casos, Teherán proporciona asistencia clave en forma de armamento, entrenamiento y apoyo logístico, mientras que en otros solo representa una fuente más dentro de un abanico de respaldos que estos grupos buscan diversificar para mantener su operatividad.
La relación y el control de la República islámica de Irán sobre sus principales aliados armados no estatales
Hezbolá
Entre los aliados no estatales de la República islámica de Irán, el Hezbolá podría ser considerado como el que más se ajusta a la definición de proxy. Esta organización chiita creada durante la guerra civil del Líbano de 1982, nació como una milicia que contaba con el apoyo de Irán, asentando su influencia en el país por la debilidad interna existente. Con el paso del tiempo fue ganando en importancia, y en la actualidad, si bien cuenta con financiación proveniente de Irán, la organización no se sostiene únicamente por su respaldo, incluso se estima que genera cerca de 300 millones de dólares anuales a través de diversas operaciones ilegales. A pesar de que los lazos entre el Hezbollah e Irán sean muy sólidos, el control iraní no es absoluto ya que cuenta con otros apoyos que le permiten conservar cierto grado de autonomía y operar con iniciativa propia e incluso oponerse a las órdenes emitidas por el régimen iraní.
No todos los aliados de Irán son igualmente relevantes para el Estado iraní, pero este grupo ocupa una posición destacada dentro del denominado «Eje de Resistencia». El interés que Irán tiene en el Hezbolá radica sin duda alguna en la importancia estratégica territorial del Líbano. Esto es así por la eficacidad que brinda para trasladar recursos militares, pero también por su frontera con Israel desde la cual el régimen de los ayatolás puede incrementar la presión. Además, el grupo libanés también actúa como intermediario canalizando la asistencia iraní a otros movimientos y ha desempeñado un papel crucial en los esfuerzos de Irán para establecer un corredor chiita que conecta Teherán con Damasco, Beirut y Bagdad, lo que refuerza su influencia política y militar en la región.
Esta alianza ofrece por lo tanto a Teherán ventajas operativas significativas, ya que le permite, como hemos evocado anteriormente, participar en conflictos con un costo relativamente bajo y, si lo desea, negar su involucramiento en situaciones fuera de su territorio. Además, el grupo se ha transformado en un actor clave en la geopolítica del Medio Oriente reforzando su alianza estratégica con la República Islámica de Irán, el cual le brinda apoyo financiero, logístico y militar. En cuanto a Irán, además de tener un brazo militar para sus propios intereses, también tira beneficio del hecho de vincularse con Hezbollah, un grupo que ha ganado un considerable prestigio en la región (especialmente por sus confrontaciones con Israel en los años 2000 y 2006 y su papel en el conflicto sirio en la década de 2010 tras respaldar a Bashar al-Assad enviando miles de combatientes), lo que le permite obtener beneficios estratégicos para otros movimientos armados en la zona y una considerable influencia en regiones donde mantiene intereses estratégicos en donde el grupo actúa como un eje de apoyo a las milicias chiitas y otros grupos alineados con la República Islámica.
Aunque resulta evidente la relevancia de Irán en el apoyo a Hezbollah, resultaría inapropiado interpretar a esta organización como un mero instrumento controlado por la Guardia Revolucionaria iraní. De hecho, Hezbolá declaró en 2018 que no es la ayuda material y financiera proporcionada por Irán lo que crea y fortalece la relación entre ambos, siendo por lo tanto una conexión que de ningún modo implica subordinación.
Lo que sí que es cierto es que ambos comparten la misma visión política basada en la doctrina de Velayat-e Faqih (idea que fue implementada por el ayatolá Jomeini en Irán después de la Revolución Islámica de 1979, creando un sistema donde el Líder Supremo tiene el máximo poder político y religioso) y la lucha contra un enemigo común: la influencia occidental. No obstante, esto no implica una subordinación, dado que Irán no es percibido como un Estado-Nación y que el Faqih representa únicamente la idea y posibilidad de desarrollar una identidad política musulmana independiente.
Hamás
Fundado originalmente en 1987 como una rama de los Hermanos Musulmanes en Gaza, Hamas controla la franja de Gaza desde 2007. Durante la convulsa década de 1990, Irán tejió una alianza estratégica con Hamás, impulsado por su exclusión de la Conferencia de Madrid en 1991. Aislado de las negociaciones de paz y enfrentando la sombra de un posible boicot, Teherán decidió reinventarse como el protector incuestionable de la causa palestina, desafiando abiertamente el dominio de las potencias occidentales en Medio Oriente. Fue así como el respaldo a movimientos como Hamás pasó a convertirse en un eje central de su política exterior. El destino quiso que esta unión se fortaleciera aún más cuando Israel, al año siguiente, expulsó a miembros de Hamás y la Yihad Islámica, forzándolos a buscar refugio en Siria y en el Líbano.
Años después, la invasión de Irak marcó otro giro decisivo, ya que puso fin al apoyo financiero que recibían las familias palestinas afectadas por la guerra y fue en ese vacío que Irán emergió como el nuevo benefactor, ampliando su influencia y atando con hilos invisibles a Hamás a su estrategia regional. Así, en medio de guerras y expulsiones, Teherán consolidó un vínculo que trascendía lo político, entrelazando intereses estratégicos con el pulso incesante de la resistencia palestina.
Aunque en sus primeros años, Hamás se esforzó por mantener su independencia y evitar una influencia demasiado directa por parte de Irán, la situación dio un giro crucial en 2004, cuando la organización se vio obligada a acercarse aún más a los mulás tras el asesinato de su líder, un golpe devastador que dejó a la organización debilitada y con la necesidad urgente de reconstituir sus fuerzas. Fue entonces cuando la relación con Irán se profundizó, convirtiéndose en una fuente esencial de apoyo para recuperar su capacidad operativa.
A día de hoy, tal y como señaló uno de los líderes de Hamás en Gaza en 2017, Irán sigue siendo su principal benefactor, tanto en lo económico como en lo militar, aportando alrededor de 80 millones de dólares anuales. Este apoyo no se limita a la financiación, sino que también incluye armamento crucial como cohetes, misiles antitanques y antiaéreos, etc. con el objetivo de hacer frente enfrentamientos con Israel.
A pesar de esto, Hamás no ha renunciado a la diversificación de sus fuentes de apoyo. Catar ha jugado un papel clave en esta estrategia, ofreciendo ayuda financiera que aligera la carga de la dependencia de Irán, lo que otorga a la organización una mayor flexibilidad. Este enfoque ha permitido a Hamás mantener cierta autonomía y la oportunidad de manifestar sus desacuerdos como con el apoyo iraní al régimen de Bashar al-Ásad en Siria.
En el territorio palestino, Irán no solo cuenta con Hamás como aliado armado no estatal, sino que también mantiene estrechos vínculos con la Yihad Islámica, un grupo más radical en su enfoque. Esta organización, al igual que Hamás, depende en gran medida del apoyo de Teherán, que al igual que con Hamás, sigue suministrando armamento avanzado y una significativa ayuda financiera estimada en alrededor de 70 millones de dólares anuales. A través de esta relación, Irán continúa consolidando su influencia en la región, mientras la Yihad Islámica fortalece su capacidad operativa en sus enfrentamientos.
Los hutíes
En el complejo entramado geopolítico de Oriente Medio, la relación entre Irán y los hutíes en Yemen se revela como una alianza sutil pero significativa. Aunque los vínculos no alcanzan la profundidad que Irán mantiene con otros grupos afines, su respaldo a la causa palestina ha facilitado cierto grado de influencia sobre este movimiento chiita. Fundados en la década de 1990, los hutíes representan aproximadamente el 30% de la población yemení, extendiendo su presencia más allá del campo de batalla hasta las esferas políticas del país.
La caída del gobierno en Saná en 2014 precipitó a Yemen hacia una devastadora guerra civil, enfrentando directamente a los hutíes con las fuerzas gubernamentales, y por lo tanto a Irán y Arabia Saudí. Este conflicto se ha convertido en un escenario donde la República Islámica de Irán erosiona a sus adversarios mediante un compromiso limitado de recursos, evitando así el alto coste de una confrontación directa.
Además, la alianza entre Teherán y los hutíes no solo se traduce en apoyo militar, sino también en ventajas estratégicas. El control hutí sobre el estrecho de Bab el-Mandeb, un enclave crucial para el comercio global, otorga a Irán una posición privilegiada para influir en las rutas marítimas internacionales.
Por otro lado, respaldados por Irán (económica y armamentístico, además de con entrenamiento), los hutíes han consolidado su dominio sobre territorios clave, accediendo a recursos locales y preservando un grado notable de autonomía operativa. Gracias a este respaldo, los hutíes han ampliado su radio de acción, enfrentándose a enemigos regionales de Irán. Empoderados por esta creciente capacidad militar, los hutíes también han ejecutado ataques contra embarcaciones estadounidenses e internacionales en el mar Rojo, dejando patente su habilidad para desafiar a actores de alcance global.
No obstante, a pesar de la magnitud del respaldo iraní, los hutíes han sabido mantener una considerable independencia, especialmente en la gestión de los asuntos internos de Yemen. La influencia de Irán, aunque palpable, no se traduce aquí tampoco en un control absoluto. Más bien, los hutíes han emergido como socios estratégicos dentro de la agenda regional de Teherán, desempeñando un rol que trasciende el de simples ejecutores de su voluntad.
Las milicias iraquíes
En Irak, Irán ha cultivado una red compleja de aliados armados no estatales, consolidando su influencia a través de una serie de milicias chiitas que se han integrado en la vida política y militar del país, especialmente tras la caída del régimen de Saddam Hussein.
Entre los actores más relevantes se encuentran las Unidades de Movilización Popular, un conglomerado de milicias chiitas que surgieron en respuesta al avance del Estado Islámico. Estas milicias, aunque oficialmente formen parte de las fuerzas de seguridad iraquíes, han mantenido una estrecha relación con Teherán, recibiendo apoyo financiero, material y en materia de entrenamiento.
Asimismo, Asa’ib Ahl al-Haq y Kata’ib Hezbollah, grupos que operan bajo la égida de la Guardia Revolucionaria Iraní, representan una faceta más radical y militante de esta red, con implicaciones que van más allá de las fronteras iraquíes. En este entramado, también sobresale Harakat al-Nujaba, otro grupo militante que ha jugado un papel crucial en la defensa de los intereses iraníes en la región.
Pero, no todo es unilateral. En el seno del Movimiento Al-Sadr, liderado por el influyente Muqtada al-Sadr, la relación con Irán ha sido compleja y, en muchos momentos, ambigua. Aunque este movimiento ha recibido apoyo de Teherán, al-Sadr ha oscilado entre cooperar y distanciarse de la influencia iraní, buscando en ocasiones mantener una autonomía estratégica dentro de la turbulenta política iraquí.
Además, la mayor parte de las milicias iraquíes están implicadas en actividades económicas tanto legales como ilegales, lo que les proporciona ingresos adicionales, aumentando su independencia financiera y su margen de negociación. De hecho, varias acciones llevadas a cabo por grupos iraquíes así como sus declaraciones en desacuerdo con el régimen iraní, muestran que la influencia de este último es parcial.
Conclusión
La realidad del control que Irán ejerce sobre estas organizaciones y sus acciones resulta ser mucho más compleja de lo que parece a simple vista. Las relaciones entre los Estados y los grupos armados son, en su mayoría, un entramado de influencias más que de subordinación directa, lo que hace que el grado de control sea variable y dependiente de diversos factores, como la naturaleza de la asistencia brindada y las dinámicas locales en cada contexto. Por lo que aunque se podría pensar que para mitigar las capacidades de los grupos armados respaldados por Irán, sería una estrategia efectiva para presionar a la República Islámica, el principal proveedor de apoyo material, probablemente no sería suficiente.
Así, la red de alianzas construida por Irán en la región no se configura como una estructura jerárquica rígida, sino como un sistema de interacciones pluridimensionales, donde las particularidades internas de cada grupo, sus propios intereses y su entorno regional determinan en gran medida el nivel de control que Irán puede ejercer. Las dinámicas de poder internas de los grupos armados, así como las restricciones impuestas por el contexto político y social de cada país en el que Irán interviene, dificultan el ejercicio de un control absoluto. En lugar de una relación unilateral, lo que se observa es una alianza que fluye entre la cooperación mutua y la independencia operativa.
Irán, al intervenir en los asuntos de estos grupos, se enfrenta a los retos de adaptarse a fuerzas y condiciones preexistentes. El tipo y el alcance de su apoyo varían según los intereses estratégicos inmediatos de Teherán, las limitaciones logísticas y las necesidades específicas de cada grupo. Por tanto, cabe cuestionarse si Irán, en efecto, posee un control total sobre sus aliados no estatales y sus operaciones, y es que la respuesta parece evidente cuando la influencia sobre estos actores se ve suavizada por las particularidades de cada grupo y las redes de apoyo alternativas con las que cuentan, lo que dificulta un control riguroso. Si bien el apoyo de Irán a sus aliados es indudablemente importante, su influencia está siempre condicionada por las complejas dinámicas locales, la existencia de otras fuentes de apoyo y la creciente autonomía de los grupos con los que colabora. La relación entre Irán y estos actores no es estática, ni completamente controlada por Teherán, sino que refleja un equilibrio de poder en el que la autonomía de los grupos y las circunstancias políticas de la región juegan un papel fundamental.
Otro factor relevante es la gestión de la información, ya que las relaciones entre los Estados y los grupos no estatales suelen estar marcadas por el secreto y el ocultamiento de ciertos detalles. Aunque Irán ocasionalmente admite su respaldo a algunos de estos grupos, la extensión y los detalles de este apoyo rara vez son divulgados públicamente. Este misterio alimenta la percepción de que Irán ejerce un mayor control del que en realidad tiene, como en el caso de las acusaciones sobre su implicación en la planificación de ciertos ataques.
La red de aliados de Irán constituye sin duda un pilar fundamental en la estrategia de Teherán para ampliar su influencia y luchar contra sus enemigos. A pesar de que no se les pueda considerar como proxies porque el control de Teherán no es absoluto, sus aliados no estatales son la prueba de la capacidad de adaptación de Irán a los contextos geopolíticos complejos y cambiantes a través del Eje de la Resistencia.
Julie Bonin
Politóloga y analista geopolítica especializada en Oriente Medio
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.