Paper 59
22 Abril 2025
Más allá de su dimensión científica y exploratoria, el espacio exterior se ha consolidado como un activo estratégico en la geopolítica del siglo XXI. Como una mina aún por explotar, su valor ya no reside únicamente en la búsqueda de conocimiento, sino en su capacidad para proporcionar recursos energéticos, informativos y de defensa a las grandes potencias. Estados Unidos, China y Rusia compiten por garantizar su supremacía en este dominio, en una pugna comparable a la explotación de un yacimiento de alta pureza.
Los satélites desempeñan hoy un papel crítico: permiten vigilar movimientos enemigos, detectar amenazas, guiar misiles con precisión, coordinar operaciones militares y proteger las comunicaciones estratégicas. Contar con autonomía en el lanzamiento de cohetes, el despliegue de satélites y la operación de sistemas de navegación implica gestionar infraestructuras críticas sin depender de terceros, asegurando la capacidad de actuar de forma independiente y sin restricciones. Es decir, sin pedir permiso.
En esta línea, el espacio no solo representa una mina de recursos materiales, sino también de datos. Cada lanzamiento perfora la atmósfera para colocar satélites que funcionan como sensores de inteligencia, recolectando información vital para las comunicaciones, la navegación, la meteorología o la vigilancia militar. Estos «minerales artificiales» ofrecen a sus propietarios ventajas tácticas, económicas y diplomáticas.
Estados Unidos actúa como líder indiscutible, como el capataz de la explotación espacial. Con una inversión que superó los 62.000 millones de dólares en 2023, ha desarrollado una robusta red satelital completando 170 misiones tripuladas y 109 lanzamientos en ese año.
China, con una inversión cercana a los 12.000 millones de dólares, se ha posicionado como un competidor tenaz. En 2023 llevó a cabo 67 lanzamientos (65 exitosos) y 15 misiones tripuladas, construyendo una constelación de satélites densa y diversificada que le proporciona cobertura global. Su objetivo no es otro que convertirse en la principal potencia espacial del mundo en 2049.
Por su parte, Rusia, pese a operar con un presupuesto mucho más reducido —aproximadamente 2.400 millones de dólares— y enfrentar sanciones y dificultades internas, mantiene su actividad espacial. Es el picador que extrae lo que puede. En 2023 logró 19 lanzamientos exitosos y sigue operando una red satelital que le permite conservar cierta autonomía estratégica.
En cuanto a satélites operativos en 2024, Estados Unidos lidera con más de 5.500 unidades, seguido por China con cerca de 700 y Rusia con aproximadamente 160.
Sin embargo, más allá de la competencia por la presencia física en el espacio, la carrera espacial actual tiene una dimensión digital crítica. Los tradicionales dominios de la guerra —tierra, mar y aire— se han expandido al ciberespacio y al espacio exterior, planteando un nuevo desafío: ¿es posible librar una guerra en el espacio?
Aunque tratados internacionales como el Tratado del Espacio Exterior de 1967 prohíben la militarización del espacio con armas de destrucción masiva, no impiden el desarrollo de capacidades ofensivas más sutiles, como las operaciones cibernéticas. Así surge un nuevo escenario: la ciberseguridad espacial.
La ciberseguridad espacial constituye hoy uno de los pilares más críticos —y a menudo invisibles— de la seguridad global. Su objetivo es proteger los activos que operan más allá de la atmósfera terrestre: satélites, estaciones espaciales, lanzadores y sistemas de control en tierra. Sin embargo, esta moneda tiene una cara B.
Mediante ciberataques es posible, por ejemplo, «cegar» satélites enemigos a través de técnicas de interferencia de señales (jamming) o interceptar y alterar la información transmitida mediante ataques conocidos como Man-in-the-Middle. En este último caso, un satélite podría modificar comunicaciones críticas como la navegación aérea, el guiado de misiles o la sincronización de infraestructuras esenciales.
Asimismo, existen los satélites espía, diseñados para acercarse a otros dispositivos, interceptar comunicaciones o incluso sabotearlos físicamente. Ejemplos recientes incluyen el satélite estadounidense KH-11 Kennan, el vehículo de extensión de misión MEV-1 de Northrop Grumman, el satélite chino Shijian-21 y los satélites rusos Kosmos-2542 y Kosmos-2543, que en 2019 realizaron maniobras de acercamiento a satélites estadounidenses, generando alarma internacional.
Así, la respuesta a la pregunta es clara: el espacio es un campo de batalla y la competencia se centra en el control de órbitas estratégicas, rutas de comunicación, puntos de observación y, sobre todo, en el dominio de la información.
Por ello, disponer de capacidades espaciales como misiles antisatélite (ASAT) o satélites defensivos refuerza el efecto disuasorio: si un adversario ataca, existe la capacidad de «cegarle» en el espacio. Los misiles ASAT están diseñados específicamente para destruir o inutilizar satélites enemigos, mientras que los satélites defensivos protegen, escoltan o reemplazan a satélites críticos mediante maniobras evasivas o neutralización de amenazas.
Incluso, la protección de la información es tan crítica que, en situaciones de riesgo, algunos países prefieren destruir sus propios satélites antes que permitir que caigan en manos enemigas o sean vulnerados. China, por ejemplo, en 2007 destruyó su propio satélite meteorológico Fengyun-1C utilizando un misil ASAT, para demostrar superioridad espacial. Por otro lado, India, en 2019 llevó a cabo una prueba similar. Incluso Estados Unidos, ya en 1985 demostró su capacidad ASAT con un caza F-15 lanzando un misil ASM-135 para destruir su satélite Solwind P78-1.
Esto demuestra que, en el espacio, perder un satélite puede ser un daño asumible, pero perder información crítica puede convertirse en una catástrofe estratégica.
Consciente de esta realidad, Europa ha lanzado su propio proyecto estratégico: IRIS, una constelación de satélites orientada a proteger sus comunicaciones críticas y garantizar su soberanía tecnológica frente a la dependencia exterior. Incluso la Brújula Estratégica de la Unión Europea (EESN 2021, publicada formalmente en 2022) menciona el espacio como un ámbito estratégico de actuación. En concreto, la EESN reconoce que el espacio es un dominio crítico para la seguridad y defensa europea y señala la necesidad de proteger los activos espaciales frente a amenazas como el ciberespionaje, los ataques físicos o la manipulación de satélites. Asimismo, la Estrategia de Seguridad Nacional de España de 2021 (ESN 2021) menciona el espacio como un ámbito prioritario para la seguridad nacional.
En definitiva, la integración del espacio en las estrategias de defensa fortalece los activos más valiosos de los Estados. Cada nuevo lanzamiento amplía la capacidad de observación, defensa y respuesta, consolidando la autonomía nacional e incrementando la influencia internacional. Quienes dominen el espacio no sólo reforzarán su seguridad, sino que también establecerán redes de dependencia global. En este nuevo panorama, quien no construya su propia «mina» estará condenado a comprar el «mineral» de otros.
Rebeca Radío Armindo, Ingeniera en Ciberseguridad y Analista de Inteligencia
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor