Política y fuerza militar en Oriente Medio

discurso_CairoLa política exterior de Estados Unidos para Medio Oriente queda bien expresada en dos discursos. Uno de ellos, hace cinco años en El Cairo, es el de un prometedor presidente Obama, con motivo de su visita en junio de 2009. Su empeño era cambiar de rumbo la política exterior norteamericana, en el sentido de no estar tan vinculada al uso de la fuerza militar y poner límite a la dinámica llevada a cabo tras los ataques del 11-S. A orillas del Nilo se escucharon buenas intenciones de justicia y progreso, tolerancia y dignidad de los seres humanos. No fue posible: al poco tiempo vendría la Primavera Árabe, que se ha convertido en un avispero de tamaño regional, una inestabilidad de compleja solución a medio plazo.

El segundo de ellos, cinco años más tarde, es de Anne Patterson, Secretaria de Estado Adjunto de EEUU para Asuntos del Cercano Oriente y ex-embajadora en El Cairo. Con motivo de su intervención en el US-Islamic World Forum en Doha, el pasado 9 de junio, Patterson mantuvo el argumento de la fuerza permanente militar norteamericana así como las ideas esenciales del discurso de Obama de 2009. Pero apenas había referencias a los derechos humanos. Al contrario, volvieron a sonar las alusiones de “hacer un mundo más seguro mediante la ayuda a nuestros aliados y amigos para defender sus intereses de seguridad nacional”. Pero, al día siguiente del discurso de Patterson, las masas armadas del Estado Islámico de Irak y del Levante (ISIL) tomaban el control de Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, con acceso a los dos recursos más importantes: las aguas del Tigris y los pozos de petróleo.

El reto es definir, hoy, quiénes son esos aliados y amigos, por cuánto tiempo permanecerán como tales, y cuáles son sus intereses. El resultado de Afganistán e Irak demuestra que la política electoral y la política exterior de una potencia hegemónica no siempre van alegremente de la mano, y tienen su coste político en ambas direcciones. La presencia de Estados Unidos en la región ha manifestado los límites de la fuerza militar a la hora de alcanzar y mantener unos objetivos políticos.

Fortalecer las fuerzas de seguridad de otros países para contener el extremismo violento, caso del ISIS por ejemplo, supone poner en las manos de esos aliados unos recursos que no siempre se controlan. El ejemplo del apoyo a grupos suníes en Siria e Irak por parte de las monarquías árabes es otro ejemplo. Además, se trata de fortalecer a unos aliados que, en numerosas ocasiones, tienen muy poco que ver con la defensa y la promoción de los derechos humanos.

Efectivamente, en el plano teórico, estos son un antídoto contra la violencia y el terror. Pero el discurso que aplaude la audiencia occidental no tiene el mismo significado en Oriente Medio. El apoyo debería de ofrecerse a Egipto para lograr su estabilidad política y económica, con un apoyo multilateral norteamericano y por parte de la Unión Europea. El Cairo y Doha necesitan una política coherente de cooperación y seguridad continuada. El apoyo militar a grupos que no respetan unos valores mínimos será semillero de futuros conflictos violentos y extremos. Con la excusa de ayudar a combatir las amenazas de hoy, se estará financiando, armando y entrenando a los terroristas de mañana.

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