Paper 18 / 2020
Para entender lo que ocurre actualmente en el territorio autónomo hay que volver la vista atrás, concretamente a los planteamientos políticos de la negociación por la que se consumó la entrega de Hong Kong en 1997. China consideraba que el hecho de ser colonia británica había supuesto ciento cincuenta años de humillación, por la “posesión ilegítima” de uno de sus territorios en manos de los colonos occidentales. La reunificación territorial ha sido reivindicada constantemente por Pekín. La entrega por parte de Londres supuso el acta de defunción de la libertad para los ciudadanos de Hong Kong, más confiados en el positivismo jurídico que en los efectos del pensamiento maotsetung.
Lo que sucede en Hong Kong tiene consecuencias significativas. El objetivo de este análisis es mostrar el impacto de unas revueltas que devuelve el interés estratégico al eje geopolítico global, que es la región Asia-Pacífico, y por alcance, a la última colonia costera del Mar del Sur de China. La estrategia nacional definida por el presidente Xi Jinping lo deja muy claro, cuando afirma que para 2049, centenario de la Revolución, deberán estar hechos los deberes, y uno de ellos es completar las reivindicaciones territoriales.
No se trata de regresar a China, sino de formar parte de una dictadura comunista tremendamente nacionalista, que ha sabido aprovechar a la perfección sus posibilidades en el ámbito global al haber sido convertida por Occidente en la fábrica del mundo. Como es evidente, la agenda se ha ido cumpliendo y el miedo ha invadido al territorio autónomo, porque lo de “Un país, dos sistemas” nació con fecha de caducidad. El que la gente intente huir es una buena noticia para Pekín, pues las fronteras siempre han estado abiertas para los disidentes. Si el control chino es el eje de todas las medidas que se irán poniendo en marcha, no lo es menos la labor que desarrollan los servicios de inteligencia, preparando el terreno para dar cumplimiento a una hoja de ruta que sabe no tendrá respuesta de disuasión creíble por parte de la comunidad internacional.
China prometió a Hong Kong la libertad de prensa y de reunión, así como el derecho de elegir a su representante. Aparentemente nada había cambiado, pero el gobierno comenzó a hacer modificaciones en el sistema educativo a partir de 2012. El control de la educación es esencial porque en ella reside el pensamiento maotsetung, esa peculiar energía que muchos analistas y líderes de opinión occidentales no se toman en serio a la hora de pensar “en” China.
Es a partir de ese año cuando los estudiantes se organizan al ver cumplirse los peores temores. Londres está muy lejos y Bruselas está demasiado ocupada. Para China, estas manifestaciones fueron definidas como una clara muestra de anti-patriotismo, así que, siguiendo los postulados de la dialéctica, el nuevo plan de estudios se centró en promover el nacionalismo: se trataba de apoyar al país, y el país era el Partido Comunista Chino. Las generaciones que no han conocido cómo se ha gestado el gran imperio asiático, comenzaron a reaccionar a través de las redes sociales, exigiendo libertad de pensamiento y de expresión. Unos años antes, en 1989, la Plaza de Tiananmén se saldó con 2.600 víctimas y miles de heridos, pero no afectó en nada al gran taller del mundo, que iba creciendo y consolidando su presencia geopolítica haciendo ricos a los demás mediante el “Made in China”.
Por esa razón, por el uso de la fuerza y la disuasión creíble, los líderes de Hong-Kong no quieren llegar a ese escenario. El despliegue logístico de tropas, con intención de que se filtrara en medios, era un claro mensaje por parte del gobierno chino. Las protestas insisten en ser pacíficas y no violentas, y piden que la policía no use la fuerza contra ellos, cosa que definía los límites de sus pretensiones, plasmado en un referéndum que logró 800.000 votos, con la esperanza de que el sufragio universal tuviera más legitimidad que el Comité del Partido. El mensaje fue algo así como “podéis votar, pero nosotros elegiremos a quién“. Las huelgas se prolongan hasta 2014 y las manifestaciones de estudiantes terminan con detenciones policiales. En ese momento entran en escena las largas filas de camiones del Ejército y el anuncio de medidas como cortes de la conexión a Internet. La Revolución de los Paraguas surge porque muchos manifestantes los utilizaron para protegerse de los gases de la policía, un aspecto que ayudó a la narrativa y que despertó el interés de la opinión pública, sobre todo por las fotografías coloridas que lograban acaparar las portadas de los diarios, y unas redes sociales más interesadas en la estética y la revuelta, tipo Mayo del 68, que en el significado geopolítico.
La batalla contra el Partido Comunista Chino es de una ingenuidad manifiesta, y Pekín sabe que la solución es cuestión de tiempo y de aplicar el criterio dialéctico del “uno se divide en dos”. Las escenas violentas de las manifestaciones permiten a Xi Jinping posicionarse con declaraciones apelando al orden y a optar por alternativas civilizadas. No cabe duda de que, a la larga, también es un mensaje hacia Taiwán, cuyas recientes elecciones manifiestan la tensión anti y pro-China. Hong Kong formará parte de China y se completará uno de los objetivos de la ruta hacia el centenario de una revolución que tuvo en el ideal nacionalista una de sus aspiraciones. Desear posicionarse como potencia global implica tener resueltas las fronteras, y más aún si se trata de un punto vital desde el que ejercer el dominio naval de la región.
Beatriz Moussa
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