Tres reflexiones sobre la caída del Muro de Berlín

Se cumplen 26 años de la caída del Muro de Berlín. El que fuera uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría y de la separación de Alemania, se derrumbó en la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su construcción. Fe denominado oficialmente por la socialista República Democrática Alemana como “Muro de Protección Antifascista” y se edificó en nombre de la libertad de los pueblos y de la clase trabajadora. Un total de 270 personas murieron abatidos por la policía fronteriza intentando cruzarlo, incluyendo 33 que fallecieron como consecuencia de la detonación de minas que lo rodeaban. En este aniversario, deseo compartir tres reflexiones sobre lo que significó el derrumbamiento de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.

Tras los intentos fallidos de alzarse en armas o reivindicar protestas durante las décadas de los 50, 60 y 70, ningún político, analista o intelectual serio de occidente creía que fuese posible la caída del imperio soviético. Los primeros perdieron la vida por manifiesta inferioridad y los segundos quedaron silenciados por la fuerza. Las calles de Praga o los archivos de las diferentes agencias de inteligencia y policías secretas nos lo recuerdan, como fue el caso de la KGB de Moscú, la SB polaca o la Stasi alemana. Lo único que mantuvo la resistencia contra este totalitarismo no fueron poderosos ejércitos, sino el argumento espiritual y cultural, expresado en la fe de los pueblos. La visita de Juan Pablo II a Polonia en 1979 fue una fecha clave que expresó esa realidad latente y que dio un giro sin retorno. La primera reflexión es que sólo fue posible vencer a este totalitarismo desde dentro, con los recursos espirituales, la cultura y fe perseverante de un pueblo, que muchos creían inocentes e inútiles.

El Muro de Berlín no cayó, sino que lo derribaron. La resistencia efectiva y organizada contra la dictadura del proletariado vino, paradójicamente, de entornos obreros y por reivindicaciones sociales. En Danzig, 1980, unos obreros de mono azul comenzaron a organizarse para defender sus derechos como trabajadores, para exigir mejoras en sus condiciones laborales. Entre ellos estaba Lech Walesa, el que fuera líder del sindicato “Solidaridad” y posteriormente primer ministro de Polonia. Los primeros en extrañarse de este cambio fueros los propios líderes comunistas, quienes, a parte de la violencia, ya no sabían cómo reaccionar. La segunda es que, teniendo en cuenta el uso legítimo de la fuerza armada, una lucha pacífica y digna, fundamentada en reivindicaciones orientadas al bien común, como fue el trabajo, el salario o la justicia social, puede abatir dictaduras que parecían invencibles. Iniciativas organizadas demuestran que, con perseverancia, se pueden destruir muros y barreras bajo el signo de la libertad y de la hermandad de los pueblos.

El socialismo revolucionario surgió como reacción para dar respuestas al problema laboral. La caída del comunismo no significa que la democracia o el modelo económico del capitalismo vayan a solucionar todos los problemas, como un determinismo histórico. Hoy nos enfrentamos a importantes retos. Muchos de éstos tienen su raíz en una nueva versión global del capitalismo, que en ocasiones se manifiesta totalizante y agresivo. Surgen tres preguntas: ¿es posible una economía de libre mercado que no sea sinónimo de egoísmo e injusticia social? ¿Qué sentido tiene la democracia en un mundo en que los Estados pierden progresivamente competencia y soberanía, y no saben explicarlo a sus propios ciudadanos? ¿Sobre qué fundamentos se deben construir una nueva economía y una nueva democracia, especialmente en países en vías de desarrollo? La tercera reflexión es que el principio de solidaridad es decisivo para construir un nuevo mundo, más libre y más justo. Los problemas que tenemos delante -y que afectan al ámbito de la defensa y la seguridad-, no se podrán dejar en manos de “comisiones de expertos”, sino que deberán implicar a la opinión pública de muchos países, y necesitará ideas claras y principios morales.

Gabriel Cortina, analista de defensa y política exterior

Muro Berlin(2)Foto: AFP / Getty Images

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