Paper 7/2019
El 23 de enero, en una manifestación multitudinaria en Caracas, el hasta entonces desconocido presidente de la Asamblea Nacional (parlamento) de Venezuela, Juan Guaidó, fue proclamado “Presidente Encargado” de la nación por dicha Asamblea, desencadenando la crisis que hoy ocupa la mayoría de titulares de los medios de comunicación en todo el mundo. A nadie se le escapa el “pulso” que lleva manteniendo el régimen de Nicolás Maduro con la oposición desde diciembre de 2015, cuando dicha oposición tomó el mando de la Asamblea con una abrumadora mayoría de más de dos tercios de la cámara.
A nadie se le escapa, igualmente, que desde esas elecciones, el régimen de Maduro ha emprendido una deriva cada vez más totalitaria, alegal e ilegal, para afianzar su poder y reprimir violentamente a dicha oposición. El acto de la Asamblea General y del nuevo Presidente Encargado habría quedado en nada más que un epígrafe más en la ya larga historia de gestos valientes y cuasi-quijotescos en contra de la deriva totalitaria del régimen, de no ser por la inmediata reacción de la comunidad internacional, liderada notablemente por nada menos que la primera potencia mundial, EEUU y por Brasil, Canadá, Colombia y Argentina, entre otros. Todas estas naciones reconocieron inmediatamente y sin ninguna ambigüedad al nuevo Presidente Encargado. Por su parte, John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional, se negaba a descartar una intervención militar asegurando que «todas opciones están en la mesa«.
La tentación de este paper era titularlo “Donald Trump y Jair Bolsonaro ante la crisis…” por eso de lograr un efecto más impactante y llamativo: el asociar en una misma frase los nombres de Trump y Bolsonaro con el término “liderazgo”. De ahí también la elección de la expresión, meditada, no al azar, cuasi cómica de “aquí huele a…”, aludiendo a algo que todos perciben pero que nadie quiere mencionar abiertamente.
Donald Trump y Jair Bolsonaro son sin duda dos personajes que han dejado a pocos observadores indiferentes desde sus elecciones a la presidencia de sus naciones en 2016 y 2018 respectivamente: el primero, Donald Trump, fue elegido contra todo pronóstico con un discurso, como poco “rompedor”, y calificado de “divisorio”. A día de hoy, se encuentra domésticamente inmerso en una batalla política con la oposición en su propia administración que ha resultado en un cierre parcial del gobierno federal. El segundo, Bolsonaro, se estrena en el cargo con no menos controversia y polarización de opiniones que su homólogo estadounidense, dado su discurso igualmente rompedor, mezclado con acusaciones de “extremismo”. No sería incorrecto afirmar que el nombre de ambos es, a día de hoy, más sinónimo de términos y adjetivos como “división”, “improvisación”, “radical”, que del término “liderazgo”.
Dicho esto, a nadie se le escapa tampoco que el 22 de enero, un día antes de la declaración de la Asamblea Nacional, nada menos que el Vicepresidente de EEUU, Mike Pence, instó públicamente en un video dirigido al pueblo venezolano a apoyar a Guaidó para derrocar al “ilegitimo dictador Maduro”. Esa declaración el día antes y la inmediata reacción de tantas naciones a la proclamación del 23 de enero evidencian una clara y meticulosa preparación y coordinación internacional, que por premeditada y minuciosamente orquestada no puede ser considerada más que todavía más valiente y loable.
Las adhesiones al reconocimiento fulgurante del otrora desconocido Guaidó se han sucedido desde entonces, algunos más o menos tibiamente. El domingo 27 de enero, Israel y Australia se sumaron oficialmente sin ningún tapujo también. La Unión Europea, por ejemplo, por cuestiones de una ya tradicional cautela a “mojarse” oficialmente en temas clave más allá de declaraciones obtusas biensonantes sobre principios y valores, ha optado por aplazar solemnemente dicho reconocimiento unos “mágicos” ocho días (a día de hoy quedan cuatro). Hoy, 31 de enero, el Parlamento Europeo ha aprobado una resolución reconociendo a Guaidó, a la espera (?) de la declaración de los países miembros tras los ocho días. Todo muy confuso. La lista de “sospechosos habituales” posicionándose claramente a favor del régimen tampoco se ha hecho esperar, y es igualmente reveladora: Rusia, China, Bolivia, Cuba, Turquía… No precisamente un quién es quién de democracias liberales punteras.
Donald Trump y Jair Bolsonaro no son precisamente dos personajes favoritos de la opinión publicada (prensa escrita, canales internacionales de noticias, etc.) mundial. Raro es el gesto puntual, desde un saludo a una mirada, posicionamiento, cumbre o reunión en la que participen, que no es minuciosamente analizada, diseccionada y criticada (muchas veces, todo se diga, con algo de o mucha razón). En EEUU notablemente, inmerso en su Government Shutdown, las criticas a cada movimiento de Trump son incesantes. En su cobertura de la crisis de Venezuela, el silencio relativo acerca del papel y del posicionamiento de ambos dos mandatarios resulta verdaderamente atronador para lo que nos tenían acostumbrados a los observadores habituales. Como si todos percibieran un hedor incómodo o desagradable pero nadie quisiese comentarlo. Tanto Trump como Bolsonaro son dos personajes polarizantes, eso nadie lo duda. Como poca gente duda tampoco de la valentía personal de Juan Guaidó, que a sus 35 años de edad se ha visto catapultado por el destino a la primera línea del incómodo y potencialmente mortal escenario de la oposición al régimen de Maduro en Venezuela. Nadie quiere quitarle mérito o negarle su valentía.
A día de hoy, 31 de enero, este artículo mismo tiene algo de temerario. En los próximos días o semanas la situación puede degenerar a un estado de guerra civil abierta o represión total (sin frivolizar con los más de 40 muertos y centenares, miles de detenidos arbitrariamente a día de hoy, por un momento tampoco), y toda esta “aventura” quedará a posteriori analizada como una irresponsabilidad y una temeridad, improvisada por “aprendices de brujo” que jugaron irresponsablemente con fuego con la vida de tantos inocentes. Si eso ocurre, que nadie dude que el “silencio atronador” actual sobre el papel de Trump y Bolsonaro se tornará en horas y horas y litros de tinta criticando y denostando su temeridad y aventurismo internacional.
Por eso, cabría destacar que, a día de hoy, 31 de enero de 2019, tanto Trump como Bolsonaro arriesgan premeditada y conscientemente su capital moral y político, y la posición y credibilidad de sus respectivas naciones, en pos de la libertad y el bienestar del pueblo de Venezuela, asentando un precedente de actuación y coordinación internacional. Si la crisis se resuelve de una forma positiva o aceptable, ya se encargarán otros de interpretar y destacar el papel de cada cual, pero hoy, el papel de líderes como Guaidó, Trump y Bolsonaro están divinamente retratados.
En otros tiempos, épocas más “simples” antes de la excesiva burocratización y “funcionariatización” de la clase política (por no mencionar las imposiciones de la “corrección política”), a eso se le llamaba por un nombre: liderazgo. Y a día de hoy, salga bien o no la empresa, es de agradecer.
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Jesús de Ramón Laca ha sido asesor de dos ministros de Defensa
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