El jaque mate de Groenlandia

Análisis 293

28 Enero 2025

Al hablar de conflictos geoestratégicos, lo común es pensar en ejércitos, aviones, e incluso en negociaciones diplomáticas. Sin embargo, el mar, a menudo ignorado, ha sido una de las claves del poder global desde la antigüedad. Aunque la geopolítica y el ajedrez puedan parecer disciplinas completamente diferentes, lo cierto es que comparten similitudes. En ambas, la estrategia y el control de espacios clave son esenciales para asegurar una posición de ventaja. De la misma forma que un jugador busca dominar el centro del tablero para controlar el juego, en geopolítica, el control de los espacios marítimos define, no solo la capacidad de proyectar poder militar, sino también de dominar rutas comerciales vitales para la economía global. Por ello, el interés de las grandes potencias por dominar el mar ha sido, y sigue siendo, una constante histórica.

Actualmente, el Ártico, con Groenlandia como su pieza clave, se ha convertido en un tablero en sí mismo, donde los países vecinos —Estados Unidos, Rusia, Dinamarca, Canadá, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia— juegan una partida estratégica por la supremacía en la región y sus aguas. La realidad ambiental ha acelerado esta competición al provocar el deshielo de los océanos polares, revelando nuevas rutas marítimas que reducen significativamente las distancias entre continentes y abren acceso a recursos naturales previamente inaccesibles. Por tanto, este deshielo se puede considerar como un movimiento en el juego que cambia de forma radical la disposición de las piezas y obliga a replantear estrategias.

En esta línea, el control del Ártico, y en particular de Groenlandia, la isla más grande del mundo, representa una oportunidad para las grandes potencias que podría convertirse en lo que se conoce como un «jaque mate» geopolítico. Esta isla ha dejado de ser una simple masa de hielo para convertirse en una pieza cuya posición geográfica permite controlar rutas clave como el Paso del Noroeste y la Ruta Marítima del Norte. Además, alberga la Base Aérea de Thule, un punto neurálgico para los sistemas de defensa antimisiles, las operaciones de vigilancia y las comunicaciones satelitales de Estados Unidos. Por ello, Groenlandia es el alfil que, desde su posición privilegiada, ejerce influencia sobre todo el tablero.

Sin embargo, la dinámica en el Ártico trasciende a las potencias vecinas, involucrando a actores globales. En este contexto, China, a pesar de no tener soberanía ni presencia naval o territorial en la región, ha mostrado un interés estratégico en garantizar la estabilidad de la zona para proteger sus rutas comerciales. Como parte de su estrategia, ha comenzado a invertir en proyectos mineros en Groenlandia, una iniciativa que Estados Unidos percibe como una amenaza directa a su seguridad económica y militar.

Por otro lado, Canadá emerge como uno de los mayores beneficiados en este nuevo escenario. Además de liderar la agenda internacional sobre el cambio climático, el país aprovecha los efectos del deshielo para obtener ventajas significativas: la posibilidad de dos cosechas anuales, el acceso a nuevos bancos de pesca y la explotación de reservas de petróleo.
Rusia, por su parte, se posiciona como un actor clave y estratégico, incrementando su presencia militar en la región. Con la construcción de bases y el despliegue de rompehielos nucleares, Moscú ha reforzado su control sobre la Ruta del Norte, una vía marítima vital que conecta Asia con Europa y que consolida su influencia en el Ártico.

Consciente de la relevancia estratégica del Ártico, la administración de Donald Trump, durante su mandato anterior, planteó la posibilidad de comprar Groenlandia a Dinamarca, con el objetivo de reforzar la influencia de Estados Unidos en la región y contrarrestar los movimientos de sus rivales. Aunque la propuesta fue rechazada en su momento, el reciente regreso de Trump a la Casa Blanca ha vuelto a situar a Groenlandia en el centro de su estrategia ártica. Sin embargo, este plan enfrenta desafíos importantes, ya que Dinamarca, como miembro de la Unión Europea (UE) y la OTAN, representa un obstáculo político considerable. Si bien Estados Unidos tiene antecedentes históricos en la adquisición de territorios, negociar la compra de Groenlandia bajo estas circunstancias se perfila como una tarea compleja y de difícil ejecución.

Por otro lado, ante el aumento de la actividad militar rusa en el Ártico, la OTAN ha intensificado su vigilancia y sus ejercicios conjuntos en la región, actuando como una sólida torre que refuerza las posiciones de sus miembros. Países como Noruega y Canadá han sido clave en estos esfuerzos, proporcionando bases y recursos para las operaciones de la Alianza. Estos movimientos no solo buscan proteger las rutas marítimas, sino también garantizar la seguridad de los territorios de los aliados frente a posibles conflictos territoriales.

España, aunque no desempeña un papel central en las discusiones internacionales, y mucho menos sobre el Ártico, su pertenencia a la OTAN y su alineación con las políticas de la Unión Europea (UE) le permiten tener “voz y voto” en las decisiones sobre aguas internacionales. En el tablero geopolítico, España puede compararse con un peón que, avanzando con estrategia y determinación, contribuye al éxito colectivo del juego.

En definitiva, mientras las grandes potencias compiten por el dominio de las nuevas rutas marítimas y los recursos naturales del Ártico, Groenlandia se perfila como un punto de inflexión que podría inclinar la balanza de poder global.

Rebeca Radío

Ingeniera en Ciberseguridad y Analista de Inteligencia

Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.

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