La cuestión nuclear

19 Julio 2023

El conflicto entre Rusia y Ucrania ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión nuclear. La razón es sencilla: si Rusia dispone de la capacidad militar nuclear, es posible que haga uso de ella. Concretamente, el temor viene ante la posibilidad de poder desplegarla si se viera atrapada en una situación de defensa de su soberanía territorial o bien para acelerar el fin de las operaciones armadas con una drástica decisión, como ocurrió con las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Hasta ese punto queda un largo camino de escalada del conflicto. En 1991 Ucrania tenía el tercer mayor arsenal nuclear de la Unión Soviética (URSS) y lo cedió a cambio de que Rusia respetara sus fronteras.

Hoy los misiles balísticos intercontinentales son capaces de alcanzar objetivos a una distancia de 5.000 kilómetros. La cuestión nuclear se comprende desde dos perspectivas. Una es fruto de los desarrollos científicos. Se ha llegado a la situación de que con la tecnología adecuada ya se puede disponer de lo que los teóricos denominan como “arma total”. Toda nación que desee proteger sus intereses deseará disponer de ella. Esta es la razón de la carrera atómica que se desarrolló en las pasadas décadas. Otra responde a la estrategia, los objetivos militares, y es la de la disuasión. Esto significa que no sólo se puede atacar con más capacidad de letalidad y mortalidad (“represalias masivas”), sino que se ofrecen razones para no ser atacado. Vistos los horrores de las Guerras Mundiales y la capacidad de destrucción, hoy no se trata de hacer la guerra sino de convencer al enemigo de que no la haga.

Las cinco naciones que ocupan el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas disponen del arma nuclear: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China. La proliferación nuclear responde a un criterio de poder e influencia: India, Pakistán y Corea del Norte la tienen; Israel se cree que la tiene; Bielorrusia, Kazajistán, Sudáfrica y Ucrania la han tenido; y Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía la podrían disponer por su pertenencia a la Alianza Atlántica (OTAN). En la actualidad, Irán desarrolla un programa nuclear que hoy es civil pero que mañana será militar. Los Tratados de No Proliferación Nuclear tratan de impedir que lo nuclear-militar se extienda a otros países y que haya un compromiso entre los miembros por ir reduciendo los arsenales existentes.

La lección aprendida de lo que se vive en Ucrania es que si hubiera tenido estos misiles tras el desmembramiento de la Unión Soviética nunca hubiera sido invadida por Rusia. En la competición global, las Grandes Potencias saben que el uso del arma atómica es un juego de “suma cero”, nadie gana. Por esa razón, no habrá un conflicto armado entre China y Estados Unidos, y buscarán otras formas de lograr sus objetivos estratégicos, por ejemplo, mediante la guerra comercial, el acoso diplomático o los conflictos por delegación en terceros países.

Los riesgos nucleares de la década de 1960 regresan a la actualidad y se repiten actores y escenarios. Urge desescalar las pretensiones de Washington en la región y buscar una salida negociada, como ocurrió con la retirada de los misiles de Turquía. La experiencia de la Crisis de los Misiles en Cuba deja en claro que mientras las Grandes Potencias posean grandes inventarios de armas nucleares, se enfrentan al riesgo de usarlas. Ese riesgo ya no es, si alguna vez lo fue, justificable por motivos militares.

La pregunta es para qué disponer de armas nucleares si sabemos que nunca las vamos a utilizar. En las últimas décadas ha habido un cambio en el pensamiento de los principales expertos en seguridad occidentales con respecto a su utilidad militar, pero no son la mayoría. Este cambio no responde a un criterio pacifista, sino profundamente realista. Además, el presupuesto para desarrollar y mantener esta capacidad es enorme. Las bombas sucias o las armas químicas son una alternativa teórica pero tienen numerosos inconvenientes. Es evidente que para proteger los intereses nacionales y reducir la incertidumbre de la amenaza, la disuasión siempre estará presente, y para que sea efectiva debe de ser creíble.

En esta era de armas de alta tecnología, la gestión de crisis es inherentemente peligrosa, difícil e incierta. La acción militar tiene consecuencias no controlables. La historia reciente nos enseña que los errores producidos han sido causados por falta de información y de juicio, y por un error de cálculo en las expectativas deseadas por parte de los dirigentes políticos. El temor es cometer fallos que aceleren la agresión. Lo cierto es que el miedo ha llevado a estrategas y políticos a actuar menos irracionalmente que en el pasado.

Por lo tanto, debemos dirigir nuestra atención y energías a evitar las crisis. Las organizaciones políticas deben comprender la dinámica de los conflictos armados y necesitan desarrollar equipos orientados al pensamiento estratégico en asuntos de seguridad. En este sentido, hay dos lecturas que deseo compartir porque me parecen que contienen lo esencial de los temas comentados. Uno, porque lo vivió, es de Robert McNamara, secretario de Defensa, siendo presidente John F. Kennedy, durante la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962: el Apéndice «The nuclear risk of the 1960s and their lessons for the Twenty-first century» (In Retrospect. The tragedy and lessons of Vietnam, Edición Vintage, 1996). Otro, porque lo enseñó, es el filósofo Jean Guitton, y destacan sus lecciones sobre estrategia «La Pensée et la Guerre» en la Escuela de Guerra de Francia, ya que en 1964 la fuerza atómica francesa era indispensable para sacudirse la doble hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Soviética: el capítulo 5 «Filosofía de la disuasión en la era nuclear» (Pensamiento y guerra, Ediciones Encuentro, 2019).

Gabriel Cortina

Diplomado en Altos Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN)

Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor

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