Paper 39
18 Enero 2021
Nueva agenda política en el Mar del Sur de China y en China Oriental
La preocupación por la escalada de las tensiones entre los Estados Unidos y China ocupó un lugar central en la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), el pasado mes de septiembre, con el Secretario General Antonio Guterres advirtiendo sobre una «nueva Guerra Fría» junto a los presidentes de Indonesia, Filipinas y Francia, quienes expresaban su preocupación por la amenaza que la rivalidad entre las superpotencias supone para la paz y la estabilidad mundial.
Desde su apertura en 1978, China ha llevado a cabo numerosas reformas económicas lideradas por Deng Xiaoping y en el marco del PCCh, en aras de modernizar el país, así como también ha experimentado un crecimiento económico exponencial que ha permitido el ascenso de China como potencia mundial y un cambio de los intereses geopolíticos internacionales a favor de China. Mucho se especula sobre el ascenso pacífico de China, pero ¿desde qué óptica deberíamos analizarlo? ¿Desde una perspectiva occidental? ¿oriental? Un correcto estudio de China debe hacerse a través de su cosmovisión, ya que de lo contrario estaríamos realizando un análisis que ya de por sí es sesgado.
La rivalidad actual gira entorno a un mismo eje: la competencia por la influencia mundial. Por un lado, nace la ambición Xi Jinping por convertir a China en un Estado poderoso, y por su lado, Estados Unidos persigue conservar su posición como superpotencia dominante en el panorama internacional. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, lo más probable es que se adopte una estrategia que integre cooperación, contención y confrontación, siguiendo la línea de Trump, aunque con un tono menos beligerante e incendiario.
Actualmente, las relaciones entre Estados Unidos y China están en su nivel más precario desde hacía décadas en multitud de frentes. No obstante, los jefes navales de EEUU coinciden en que el punto más caliente del planeta actualmente es el Mar del Sur de China. Esta es una disputa territorial en el sudeste asiático, que abarca desde Singapur y el Estrecho de Malaca hasta el Estrecho de Taiwán, en la que se superponen varias reivindicaciones territoriales entre Filipinas, Vietnam, Brunei, Taiwán, Malasia y China, que con su “Línea de nueve puntos”, la soberanía de casi toda la zona, más concretamente, de las islas Paracelso y Spratly.
Estas aguas turquesas paradisíacas albergan una gran riqueza en recursos naturales. Casi un tercio del petróleo crudo mundial y más de la mitad del comercio mundial de GNL pasa por el Mar de China Meridional, lo que lo convierte en una de las rutas comerciales más importantes del mundo. Llegar a administrar estas islas implica ampliar las fronteras marítimas del Estado administrador y, por lo tanto, poseer el derecho a explorar y explotar los recursos y la riqueza pesquera, por lo que es una zona geoestratégica por razones económicas, militares e ideológicas.
Por su parte, Pekín ha construido una cadena de islas artificiales en las Spratly, lleva a cabo frecuentes maniobras militares, ejercicios con fuego real y simulaciones de guerra, ha creado dos distritos administrativos en las Spratly y las Paracel (lo que acentúa la tensión con los países regionales), y se ha inmerso en un proceso de modernización para reforzar su poderío naval. En 2016 comenzó la construcción de un dique seco, para el nuevo portaviones grande Tipo 003 chino en Hainan, un equivalente a los portaaviones de la US Navy. Aunque se desconoce aún su propósito, esto reforzará la presencia naval china.
Por otro lado, Washington no pretende dar vía libre a las ambiciones territoriales de Pekín. Ya desde el mandato de Donald Trump, los Estados Unidos plantean un verdadero desafío a la idea nacionalista de China, un obstáculo para su unidad nacional y su desarrollo, que se ha evidenciado de muchas maneras. EE.UU. ha respaldado las reclamaciones de los estados rivales de China involucrados en la disputa, ha aumentado la frecuencia de las operaciones de “libertad de navegación “(FONOPs), ha expandido la financiación militar a sus aliados, ha promovido la creación de un código de conducta, y ha firmado el Tratado de Defensa de Manila. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, los expertos apuntan que la presión militar y diplomática sobre Pekín se intensificará. De hecho, Jake Sullivan, elegido por Biden como asesor de Seguridad Nacional, solicitó recientemente una intensificación de las operaciones de libertad de navegación contra China en la zona.
El estado del conflicto está empeorando y, al haber fallado los medios diplomáticos, sería natural pensar que la carrera armamentística es el siguiente paso que este conflicto está llevando a los países involucrados.
Similar a las reclamaciones del Mar de China Meridional, China reclama la soberanía de las islas Senkaku (o “Diaoyu”), a pesar de estar oficialmente administradas por Japón. La República Popular China, afirma que estas islas eran territorio sagrado desde la antigüedad, descubiertas, nombradas y utilizadas por China, parte de la defensa marítima desde la Dinastía Ming (1368-1644), que nunca fueron declaradas como «Terra Nullius» por el gobierno chino. Por lo que es una cuestión que se ha transformado en orgullo nacional.
Por su parte, el Japón las administra desde la firma del Tratado de Reversión de Okinawa, en 1972. Según Tokio, la reclamación de China no es sólo una cuestión oportunista (no será hasta los años setenta, cuando la ONU publique la información sobre la riqueza de las islas, cuando el Gobierno chino comience a prestarlas atención), sino también contradictoria (pues argumentan que el Partido Comunista Chino trató en multitud de ocasiones a las islas como parte de Okinawa y, por lo tanto, territorio japonés).
La tensión en China Oriental persiste en la actualidad. El pasado mes de diciembre, se sucedieron una serie de incidentes en los que buques patrulla chinos entraban en aguas territoriales japonesas, lo cual, unido a una mayor presencia naval china a lo largo de todo el año pasado, supone un constante desafío al gobierno japonés, el cual ha aprobado recientemente un aumento en el presupuesto de defensa, para contrarrestar a Pekín.
Esta preocupación de Japón por las maniobras marítimas chinas y sus reivindicaciones territoriales es compartida también por su aliado estadounidense, pues desde la firma del pacto de defensa mutua con Tokio, Washington está obligado a defender estas islas en caso de agresión extranjera. Con Joe Biden, la estrategia hacia China incluye promover las alianzas regionales, por tanto, una agresión contra Japón no pasará desapercibida por Washington.
Cabe mencionar que la literatura y análisis recientes sobre la situación de rivalidad entre las superpotencias y países vecinos en las áreas disputadas del Mar del Sur de China, China Oriental, dibujan una escena dantesca y evocada al conflicto. Si bien las tensiones entre ambas superpotencias parecen ser cada vez mayores, sería sensacionalista y contraproducente concluir que el conflicto bélico es inminente. Al contrario de lo que postulaba Tucídides, la guerra no es la única manera de preservar el status quo en la esfera internacional actualmente, al menos si tenemos en cuenta las bases sobre las que se asienta el pensamiento chino: el yin depende del yang. El concepto de la medianía, Zhong Yong sugiere que los opuestos dan lugar a interacciones positivas, haciendo de la armonía, y no del conflicto, el estado de la naturaleza.
De acuerdo a corrientes de pensamiento orientales, desde Zhao Tingyiang con su teoría de la Tianxia (vertiente del sinocentrismo), hasta Qin Yaqin y su doctrina de la medianía, podríamos argumentar que, según Oriente, las perspectivas contradictorias (democracia y capitalismo vs comunismo) no tienen por qué desembocar en conflicto. Dejando a un lado las perspectivas hegelianas occidentales de síntesis y antítesis, quizá una lectura más apropiada para analizar China sería una que deje de lado el alarmismo, y la dicotomía occidental de “países democráticos” vs “no democráticos”, para reconocer las posibles áreas de cooperación entre ambas potencias, ya que el ascenso de China es una realidad imparable. No cabe duda que EEUU tratará de contener la influencia China, y que China no pasará por alto un ataque a sus intereses nacionales, pero con Joe Biden en la presidencia, sería oportuno adoptar una estrategia de gobernanza relacional que fomente la negociación frente al enfrentamiento y control, una mayor cooperación, y que se fundamente en la confianza.
Margarita Lis García Palomo
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad del autor.
Foto: US NAVY Photo