Día de la Victoria: metáfora de la influencia de Rusia en su entorno

Análisis 261

Cada 9 de mayo Rusia celebra conmemora la entrada del Ejército Soviético en Berlín con el desfile del Día de la Victoria. Este año, gracias a la pandemia global, tuvo que posponerse al 24 de junio. Mientras al acto de mayo fueron invitados los líderes de medio mundo, al de junio sólo confirmaron su asistencia los Jefes de Estado de las repúblicas que antaño formaron parte de la URSS que aún mantienen estrechos y amistosos lazos con Moscú.

Desde 1945, la URSS requirió la presencia de tropas de sus diversas nacionalidades sólo en tres ocasiones (1965, 1985 y 1990). Sin embargo, Rusia no ha perdido ni una sola oportunidad desde 1995. Esto se ve como una demostración más de la capacidad de influir en aquellos países que un día estuvieron bajo su mando. Es lo que los anglosajones llaman leverage o influencia, o el profesor Joseph Nye llama soft power, poder blando, generalmente entendido como influencia cultural.

El desfile del Día de la Victoria es leverage pues es una ocasión para que se demuestre la capacidad de convocatoria, de ver quién acude a la llamada en momentos de pandemia. Cuando todo el mundo está llamado a permanecer en casa o al menos guardar la “distancia social”, Putin les llama y deben aparecer en público dándose abrazos y estrechando manos, sin mascarilla ni guantes. Aunque ejemplos más evidentes de influencia cultural son los dibujos animados “Masha y el oso” o las inversiones rusas en la educación y en los medios de comunicación de esos otros países para mantener vivo el idioma, la lingua franca de la URSS, también este desfile es influencia cultural, pues, aparte de mostrar su músculo militar, es una demostración de “aquello que nos une”. Atención, no sólo de “aquello que nos unió”, sino más bien de “todo lo grandes que podemos ser unidos”.

Quizás alguien piense que esto es una suposición o una exageración. El 21 de junio se emitió una entrevista en la que Putin afirmaba que las naciones que se independizaron en 1991 “tomaron demasiadas tierras”. Al día siguiente, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, tuvo que negar que Rusia tuviera reclamaciones territoriales con sus vecinos. Además, en el marco de las celebraciones del 75º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el 22 de junio Putin visitó la Catedral Principal de las Fuerzas Armadas, cuya reciente redecoración estuvo a punto de incluir los rostros de Stalin y Putin, cosa que finalmente no sucedió.

A esto hay que sumar otra circunstancia: que precisamente entre el 25 de junio y el 1 de julio se celebró un referéndum constitucional cuyo resultado favorable (con una participación en torno al 65% y un apoyo de casi el 80%) implicará que Vladimir Putin no tendría obstáculos constitucionales para perpetuarse en el poder. Nacido en 1952, podrá concurrir -si así lo decide- a las elecciones y seguir en el cargo hasta 2036, año en el que cumpliría 84 años.

Obviamente, esto fue iniciativa suya, aunque la escenificación del proceso es típica del teatro soviético: en marzo de este año, una heroína nacional, Valentina Tereshkova, la ex-cosmonauta soviética, primera mujer en salir al espacio (1963), en la actualidad diputada, solicitó públicamente en una comparecencia urgente e imprevista en la Duma eliminar las restricciones del líder ruso para volver a concurrir a unas elecciones tras el fin de su mandato en 2024. Putin respaldó la propuesta y una semana más tarde el Tribunal Constitucional ruso ya había emitido un dictamen favorable. ¿No es todo esto un regreso al pasado de la URSS en toda regla?

Antonio Alonso

Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad del autor.

Foto: kremlin.ru / President of Russia

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