En enero del 2014 se inauguró la embajada de La República Democrática de Corea en España, inesperada noticia que pilló por sorpresa a los medios nacionales. La versión oficial que ofrecieron las autoridades españolas era la de fomentar las relaciones diplomáticas entre los dos países. El Gobierno español, de corte conservador, comienza relaciones políticas con el norcoreano, comunista. Curioso teniendo en cuenta que las relaciones históricas entre ambos países han sido más bien escasas.
En 2016, se descubrieron los verdaderos motivos de la entrada de Corea del Norte en España. Y efectivamente, las razones no fueron políticas: Recientemente, la gran amenaza que se cernía sobre España (y sobre todo el mundo) era fruto de las tensiones geopolíticas derivadas de los ensayos nucleares de Kim Jon-Un. El régimen norcoreano volvía a aparecer en los medios, siendo el responsable del fin de la calma y tranquilidad en el eje Asia-Pacífico. Sin embargo ésta vez China no saldría en su defensa. El Gobierno chino, cansado de la actitud retadora de su vecino, ha decidido dar un paso a un lado, dejando que Trump y Kim Jong –Un se enzarcen en una discusión más propia de un patio de recreo de colegio que el de los representantes de dos países que tienen en sus manos el poder y la capacidad de perturbar el statu quo en seguridad mundial. La ONU buscó que las aguas volviesen a su cauce, sancionando a Pyongyang por sus ensayos donde más le duele. Cortó las importaciones y los flujos comerciales con la China y enfrió las ya de por sí frías relaciones con el Gobierno de Xi Jinping desde la llegada de Kim Jong-Un al poder.
Esta acción supuso un duro golpe para la pequeña economía comunista, que decidió buscar nuevos mercados y romper con su tradicional aislamiento. Y es aquí donde entra en juego nuestro país, ya que España es un atractivo para los intereses del régimen norcoreano por dos motivos. Por un lado, porque el aceite de moda en las élites coreanas y asiáticas es el aceite de chufa, y por otro, el deseo de imitar la gran industria turística en la República Popular de Corea.
Esta peculiar situación a priori tenía ventajas económicas, pues se abría un mercado inesperado y cerrado para la gran mayoría del mundo. Además, en materia de seguridad, estaba claro que en caso de que el conflicto en Asia Pacífico se agravase, nuestro país jugaría con ventaja.
Sin embargo, estos acontecimientos no gustaron nada al Gobierno norteamericano. No podía consentir que la gran amenaza para la seguridad mundial empezase a abrir vínculos con países que consideran sus aliados. La presión de Trump, coincidiendo con uno de los momentos más tensos en las relaciones de las dos potencias nucleares, unido al fracaso de los proyectos empresariales norcoreanos, supone en septiembre de 2017 el cierre consular. El penúltimo capítulo lo hemos vivido hace escasas fechas, en Singapur, cuando las dos delegaciones han firmado las paces. Este acuerdo suponía un respiro en materia de seguridad en el Pacífico y en el mundo.
Actualmente se ha conseguido desplazar momentáneamente el foco de tensión geopolítica en este lado del globo, pues la agenda de Trump tiene ahora otros quebraderos de cabeza en materia de inmigración en su país, en materia arancelaria con Europa y económica con China. Tanto es así que un reciente informe de la ONU revela que Pyongyang no ha suprimido su programa nuclear y que no se están cumpliendo las sanciones comerciales. Quizás la moda del aceite de chufa va a durar más que la calma en el en el paralelo 38…
Rafael Santiago Ortí, Profesor. Máster en Economía y Relaciones Internacionales
Análisis Nº192 | Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad del autor.