Análisis 232
Han transcurrido diez años desde que las tropas españolas finalizaron su misión en Kosovo. Tras una década, no hay relación alguna con un territorio de casi dos millones de habitantes, y que desde numerosos ámbitos se sigue viendo como una amenaza ante la influencia del nacionalismo catalán o vasco. La posición de España difiere de la mayoría de sus socios comunitarios: solo Grecia, Chipre, Eslovaquia y Rumanía no reconocen la soberanía del estado kosovar, y nada hace presagiar que esta postura cambie si Serbia y Kosovo no normalizan relaciones.
Pero los años pasan y la relación entre Belgrado y Pristina sigue atascada, en un callejón sin salida, desde la declaración unilateral de independencia (DUI) de 2008. Solo la Unión Europea se vislumbra en el horizonte como única oportunidad real de solución, en una futura integración comunitaria. Pero ese premio solo sería posible si ambos países normalizan antes relaciones con un acuerdo asumible para ambos. Y este debería de ser uno de los objetivos de Bruselas en su recién iniciada legislatura, en la que será clave el ministro español Josep Borrell como próximo Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad Común.
La UE no debería dilatar en exceso un diálogo constructivo entre dirigentes serbios y kosovares, y la figura de España como puente entre ambos podría ayudar a lograr un hito para Europa en una región históricamente tan desestabilizadora. La posibilidad de integración de todos los países balcánicos occidentales se presenta como una posibilidad real. No será sencillo, con una Rusia ocupando el vacío dejado estos años por la Unión Europea, e influenciando notablemente en Serbia y Bosnia.
La posibilidad de un “intercambio de territorios” (Norte de Kosovo y Valle de Presevo) no es vista con buenos ojos en Bruselas, que siempre abogó por el respeto a la realidad multiétnica de Kosovo y a la protección de las minorías. Un acuerdo étnico podría suponer un polvorín en la región, principalmente en República Srpska. Pero si la UE es capaz de facilitar una solución para un problema tan profundo, el resultado sería esperanzador.
España, con un ministro al frente de la Acción Exterior, en una Europa sin Reino Unido, podrá jugar un papel importante en este reto. El principal riesgo que se ha percibido en política interior es el uso que podrían hacer los partidos separatistas del reconocimiento a la DUI kosovar, analogía que desde Pristina siempre se ha negado, incidiendo en la excepcionalidad de su caso y en que su Gobierno nunca reconocerían a una Cataluña independiente. Pero, más allá del uso partidista de la DUI de 2008, cabe preguntarse cuáles serían las principales amenazas para Europa, y por ende para España, de un Kosovo aislado sine die.
La delincuencia organizada y la corrupción han sido las mayores amenazas para la estabilidad de Kosovo y para la sostenibilidad de sus instituciones. Su territorio ha sido señalado como ruta para el tráfico de drogas hacia Europa Occidental, y las noticias sobre el retorno de yihadistas que han combatido en Siria e Irak lo han vuelto a poner en el punto de mira. Kosovo es el país europeo desde donde más combatientes se enrolaron en las filas del Daesh en proporción a su población, unos 330 hombres y mujeres según datos de la inteligencia kosovar. Mientras en España y en otros Estados se discute sobre la repatriación de familiares de combatientes islamistas, Kosovo ya repatrió el pasado abril desde Siria a 110 de sus ciudadanos, la mayoría esposas o hijos de combatientes. Esta medida fue vista como una amenaza para la seguridad en Europa, pero desde el Ejecutivo de Pristina, que forma parte de la coalición anti-ISIS, se ha respondido con la reciente condena a yihadistas por planear ataques terroristas en Balcanes e intentar fundar un grupo denominado «Seguidores del Estado Islámico en el País de las Águilas».
La situación de Kosovo ha sembrado dudas, pero su trabajo todos estos años también ha recibido opiniones favorables. El año pasado, la Comisión Europea confirmó que cumple ya con todos los requisitos exigidos para lograr una de sus principales peticiones: la liberalización de visados en la UE. Y uno de ellos era, precisamente, demostrar un historial sólido de lucha contra la delincuencia organizada y la corrupción. Por otra parte, y aunque a pasos muy pequeños, la economía kosovar parece remontar, y los datos de desempleo, aunque muy negativos (en torno al 30%), han comenzado a reducirse.
Un Kosovo aislado, en un eterno callejón sin salida, podría arruinar todos estos avances, teniendo en cuenta el posible efecto contagio en la región. La tensión entre populismos, globalización, nacionalismos identitarios y tendencias secesionistas será una constante en la narrativa política que pondrán a prueba el futuro del proyecto europeo. Lo propio de un actor geoestratégico para que sea creíble es lograr estabilidad duradera en sus respectivas zonas de influencia, y lo que ocurra en los Balcanes nos afecta de forma definitiva.
Sergio Lizana
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English version: Valeria Nadal