24 de octubre de 2024
Desde la invasión de Ucrania por Rusia, en febrero de 2022, el debate sobre la autonomía estratégica europea parece haber desaparecido, siendo sustituido por otro que preconiza desarrollar un pilar europeo dentro de la OTAN. Evidentemente, esto situaría a la defensa europea en absoluta dependencia de la Alianza Atlántica, es decir, de Washington.
Pero dicha dependencia es precisamente uno de los talones de Aquiles de la Unión, ya que, entraña vulnerabilidades y riesgos, al depender de los intereses fluctuantes del hegemón estadounidense. Uno de sus efectos lo podemos ver en el desplazamiento del tradicional eje París-Berlín, que tradicionalmente ha sido ell impulsor de los avances europeos, por el eje Washington-Londres-Varsovia, que se adapta mejor al control por EE.UU.
Es evidente, que la gran potencia norteamericana es indispensable para la seguridad europea, pero a su vez, la Unión Europea también lo es para EE.UU. a la hora de contener las ambiciones globales de China, imponer sanciones económicas efectivas o permitir despliegues militares estadounidenses para misiones no-OTAN en Oriente Medio, Asia o África. Es por esto por lo que la pretendida autonomía de la defensa europea nunca ha pretendido independencia, sino, capacidad de actuación autónoma europea cuando así lo dicten nuestros intereses y Washington no esté interesado o no se sienta concernido.
Así pues, Bruselas debería buscar una interdependencia simétrica con Washington. Nada nuevo, así lo afirmó Kennedy en su discurso del 4 de julio de 1962: “EE.UU. está listo para una relación de interdependencia con una Europa unida”. Pero la OTAN ha entrañado siempre una dependencia asimétrica, claramente a favor del primero. Para equilibrar dicha relación, la Unión debe jugar su principal factor multiplicador de poder, su cohesión interna, lo que le permitirá poder alcanzar una situación de paridad no sólo con EE.UU., sino también con el resto de grandes potencias globales, como China, India y Rusia. Porque, es evidente que la soberanía (autonomía) europea aumenta o decrece según su habilidad para equilibrar las diversas interdependencias. Todo ello requeriría establecer nuevos partenariados estratégicos más allá de Europa y EE.UU., aplicando flexibilidad, pragmatismo y funcionalidad.
De ese modo, la interdependencia estratégica de la Unión debería basarse en crear relaciones con actores clave, pero preservando la capacidad de oponerse a ellos cuando nuestros intereses lo exijan. Ello implicaría: privilegiar el “de-risking” sobre el “decoupling”, competir coexistiendo pacíficamente y contribuir al nuevo orden mundial que se está forjando, en vez de esforzarse por preservar el actual. En definitiva, establecer cooperaciones con mil tonalidades de gris y, desde luego, ser capaces de evitar dejarnos arrastrar por la confrontación creciente entre China y EE.UU.
Para ello, deberíamos recuperar el sentido de “destino común”, de familia europea, evitando privilegiar la seguridad individual cortoplacista, sobre el beneficio común, desterrando el narcisismo de las pequeñas diferencias. Europa puede hacerlo, tiene las instituciones, herramientas y personal capacitado para lograrlo. Solo nos falta un liderazgo político inspirador y pragmático que no se escude tras declaraciones emocionales, pero vacías. Nuestro futuro está en nuestras manos ¿Estaremos a la altura de las circunstancias?
José Luis Pontijas Calderón
Coronel ET DEM (retirado), Doctor en Economía Aplicada (UAH), profesor de Geopolítica y Estudios Estratégicos (UC3M)
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