Análisis 287
1 Octubre 2023
El narcotráfico, junto al terrorismo, representa la mayor amenaza para la seguridad y la estabilidad porque las organizaciones que lo protagonizan se convierten en actores no estatales que configuran el poder. No se trata de un conflicto que implique a un país concreto, sino que es ya un asunto global. Debemos abordarlo desde una realidad que ha configurado una «geopolítica de la droga».
La diferencia esencial con respecto a las organizaciones terroristas es que éstas usan la violencia para alcanzar los fines políticos, que es su máximo interés, y la consecuencia son los «Señores de la guerra». El caso del narcotráfico es el beneficio económico y la injerencia en candidaturas electorales, partidos políticos asociaciones han convertido a los «Señores de la droga», los cárteles, en un actor más que forma parte de la configuración, el reparto y las luchas de poder.
Los narco-Estados son una realidad, pero también hay una «narco-sociedad» que configura la demanda, y está es una perspectiva del conflicto que debemos tener en cuenta. Hay una geopolítica de la droga porque estamos hablando de un mercado tiene un carácter transnacional; sus actores tienen la capacidad para establecer alianzas y vínculos regionales; y afecta a todos los ámbitos del Estado, especialmente el político, el policial, el económico y el judicial. La consecuencia es una corrupción, violencia e inseguridad a nivel global.
Es un negocio tan lucrativo que la supervivencia de su estructura se mantiene a pesar de la detención de sus líderes, y la proliferación de «maras» y pandillas jóvenes crea un ecosistema de violencia. Como toda actividad ilícita, si hay dinero hay conflicto. El conflicto es territorial y eso implica una lucha por el dominio, el control y la influencia en toda la cadena logística. Las políticas estatales de «mano dura» no han dado resultado a pesar de la militarización de la policía, la implicación del ejército, las reformas en las legislaciones, la financiación de programas, equipos y tecnologías, y la cooperación entre agencias de inteligencia. El discurso oficial de «guerra mundial contra la droga» ha fracasado. Hoy el debate es la propuesta de un cambio de paradigma, con la despenalización del consumo y cultivo de algunas plantas.
La droga no es un problema de Colombia, México, Afganistán, Marruecos u otros. Si hablamos de narcotráfico estamos haciendo referencia a la distribución de la droga y la atención se centra exclusivamente en quien la distribuye. Es un error: hay producción y tráfico porque hay un mercado que ofrece cuantiosos beneficios; una demanda que paga por un producto que genera dependencia, clientes fieles cuyo número va en aumento exponencial. Desde un punto de vista financiero, las enormes cantidades de dinero facilita el premio a quien colabora y el soborno a quien tarda en colaborar. La amenaza y la violencia hacen el resto.
Este año sorprenden las cifras de muertes en Estados Unidos por sobredosis, donde el fentanilo y los estimulantes se han multiplicado por más de 50 desde hace una década. Estamos ante una sociedad moral y psicológicamente enferma. Ya hay más muertos que en la guerra de Vietnam (50.000). De nada sirvió fumigar con polvo naranja la selva donde se escondía el Vietcong y lo mismo ocurre hoy con el uso de herbicidas como el glifosato en las colinas donde se cultiva la coca. La solución no vendrá ni por la «guerra contra el narco», ni mediante la financiación de programas de cooperación al desarrollo.
En esta geopolítica de la droga, resulta llamativo que Washington haya incluido a China en la lista de los mayores productores de drogas del mundo. El presidente Joe Biden consideró al gigante asiático como uno de los países que, concretamente, más fabrican y permiten la circulación de químicos precursores del fentanilo, el poderoso opioide sintético. Esta situación recuerda al contrabando británico en el siglo XIX en China e India, en lo que se denominó la Guerra del Opio.
También se acusa a Bolivia y Venezuela de haber incumplido sus obligaciones internacionales de combate al narcotráfico. Se insta a que los gobiernos tomen medidas para reducir los cultivos ilícitos, pero en cambio se retira de esta categoría a Afganistán después que los talibanes hayan dado «avances» en la reducción de cultivos de amapola, utilizada para producir heroína. La lista de países de mayor producción y tránsito de narcóticos elaborada este año incluye a países como China e India, dos competidores globales.
Pero habría que ver quién ocupa los primeros puestos en consumo. Conviene preguntarse cómo es posible que las cifras de demanda en Nueva York, epicentro cultural, político y financiero del mundo, sean tan elevadas. Algo grave ocurre cuando las sociedades occidentales (Londres, Paris, Berlín, Madrid…) han caído en la trampa de un hedonismo que sólo se limita por lo políticamente correcto.
Tres reflexiones finales: primero, que surgido de la droga (los cárteles), estamos ante una dinámica de poder que determina los destinos de sociedades enteras y que genera Estados fallidos; segundo, que hay una geopolítica global de la droga, igual que la hay del petróleo, el gas o materias primas, porque hay Estados de la oferta y Estados de la demanda, compiten entre ellos y se aprovechan del negocio para lograr sus intereses; y tercero, que no se trata únicamente de una lucha contra la producción o la distribución, porque estamos hablando de la demanda y de temas tan determinantes como la adicción, los desafectos y la soledad.
Gabriel Cortina
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.
Publicado originalmente para la revista Forja para el Bien Común (Nº25 Octubre 2023)