Paper 19 / 2020
Tras un cruce surrealista, fanfarrón y cuasi infantil en Twitter entre, nada menos que, el presidente de EEUU Donald Trump y la cuenta del Ayatolá iraní Jameini, en la que uno advertía de “grandes consecuencias” (pay a BIG PRICE) en caso de seguir con sus provocaciones y el otro casi le retaba mofándose de “no poder hacer nada al respecto”, en la madrugada del 3 de enero, EE.UU. eliminó al General Soleimani, hombre fuerte militar y de facto número dos del régimen iraní sólo por detrás del del mismo Ayatolá, en una impecablemente ejecutada operación quirúrgica en suelo iraquí.
La operación, inmediatamente hecha pública por EE.UU y admitida por Irán -es imposible ocultar la eliminación de una figura tan central por ningún periodo de tiempo- sumió a la región en una crisis que inicialmente espantó a la comunidad internacional y a los mercados. La desfachatez y “gatillo fácil” de Trump nos iban a sumir en un conflicto regional con imprevisibles consecuencias globales. La respuesta iraní no se hizo esperar: el ocho de enero un ataque con misiles a bases americanas en Irak, por lo visto intencionadamente evitando bajas, parecía estar diseñada para apaciguar internamente a su propia población y miembros duros del régimen que demandaban una respuesta dura, así como para mostrar una imagen de fuerza al mundo exterior.
Unas semanas después, el escenario parece ser bien distinto. La operación en sí, se demuestra justificada e impecablemente ejecutada: el general Qasem Soleimani era un notorio y conocido cerebro de operaciones terroristas y desestabilizadoras en toda la región de Oriente Medio, responsable acreditado también de muertes de soldados y civiles estadounidenses. Como alto mando del régimen iraní, no se le eliminó destruyendo su residencia o Ministerio en suelo iraní, que habría provocado muertes civiles y habría sido interpretado como una acción puramente bélica desproporcionada y hasta abusiva por parte de la superpotencia americana, violando la soberanía y espacio aéreo iraní. Pues no, se le eliminó en Irak, donde estaba participando en un viaje/actividades no oficiales o directamente secretas (de hecho, pesaba sobre él una prohibición de salir de su país de la mismísima ONU por dicho historial terrorista). El ataque en sí, no como tristemente en otras ocasiones, no causó ninguna víctima colateral. Los ocupantes del discreto convoy de dos vehículos, dos mandos de gran nivel y sus respectivos escoltas, fueron las únicas bajas. De hecho, las únicas víctimas civiles inicialmente relacionadas con la crisis fueron unas 50 causadas trágicamente por una estampida fortuita en uno de los muchos funerales oficiales -éste en su ciudad natal de Kerman- instigados y organizados por el propio régimen iraní.
Para las demás víctimas civiles relacionadas con el ataque, pasamos a “la equivocación trágica”: tras la respuesta iraní del ocho de enero -en la cual el régimen mostró no sólo una loable mesura, si no también, aviso para navegantes, su capacidad para destruir objetivos específicos a gran distancia con gran precisión, evitando bajas no deseadas cuando así lo precisan-, los nervios ante una posible represalia bélica sobre suelo iraní -que nunca llegó- estaban a flor de piel. En ese contexto, el régimen confundió un Boeing 737 de las líneas aéreas de Ucrania con un posible avión o dron americano y fue abatido poco después de despegar del aeropuerto de Terán por dos misiles antiaéreos iraníes causando la muerte de las 176 personas a bordo, incluyendo, claro está, muchos civiles extranjeros.
Error humano trágico en unas circunstancias tensas, pero el verdadero crimen subyace en el empecinamiento del régimen en negar lo ocurrido -incluso el intento de fabricar un “fallo técnico” en el avión o culpar a los americanos del posible derribo- durante más de tres días. No cabe si quiera la excusa de guardar silencio “hasta investigar lo ocurrido y aclarar los hechos” con las cajas negras del aparato siniestrado. Un misil antiaéreo y su plataforma es un arma muy grande y sofisticada, y atendida individualmente por un número considerable de personal muy cualificado. Cuando se dispara un misil se produce una gran deflagración tras la cual, claro está, el misil ya no está. Segundos o a lo sumo minutos después de disparar, no uno si no dos misiles, el alto mando antiaéreo sabe perfectamente que sus baterías han disparado, efectivamente, dos misiles seguidos antes de que el “objetivo” cayera abatido. No hay excusa plausible más allá que la mentira consciente para seguir negando su autoría incluso tres días después.
Y esto nos lleva a “la oportunidad”. La brillantemente ejecutada eliminación del General Soleimani no sólo debilita al régimen iraní y su red de desestabilización regional. El trágico error del ocho de enero, además de mostrar el oscurantismo y mentiras inaceptables de un régimen, revela también importantísimas carencias en el ámbito C4 (Communications, Command & Control, Computers) de sistema de identificación de objetivos y autorizaciones de disparo pertinentes a través de la cadena de mando, que resultarían del todo inaceptables en un país con capacidad nuclear.
El reconocimiento tardío y a regañadientes del error humano propio y la consecuente “admisión” de la mentira durante tres días, ha descolocado y debilitado al régimen iraní, y le sitúa, por lo menos temporalmente, a la defensiva con poco o casi nulo capital político internacional. Callan sus tradicionales aliados en la región y el bloque “anti-occidental” internacional. Incluso entre su propia población, las manifestaciones contra el régimen han suplantado las normalmente teledirigidas y cuidadosamente coreografiadas contra EEUU como el gran enemigo exterior y fuente de todas las desgracias y penurias nacionales.
Esta situación, seguramente temporal, debería aunar las posiciones de la comunidad internacional a la hora de formar un frente común de cara a las nuevas negociaciones en curso con Irán sobre su programa nuclear y de misiles. Tristemente, sin embargo, en Occidente en general, parecemos estar ocupados en otras cosas. Llámese impeachement (juicio político al presidente) en EEUU, Brexit en Europa, alarmismo climático internacional, debates de género, regionalismos nacionalistas identitarios excluyentes, y un larguísimo etcétera. Tristemente otra vez, la presente (y seguramente pasajera) convulsión en Irán sin duda nos presenta a Occidente con una gran oportunidad para, una vez más, desperdiciar una gran oportunidad.
Jesús de Ramón-Laca
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