Paper 20 / 2020
La celebración del 70 aniversario de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) supone un motivo de reflexión sobre los retos y los principales problemas que se presentan. Desde el punto de vista político, otras prioridades han difuminado la relevancia que esto tiene para España. Incluso en las sesiones parlamentarias, el interés mostrado en el parlamento tras la celebración de las cumbres con la presencia del presidente del Gobierno, como en la de los últimos años celebradas en Gales, Varsovia, Bruselas o Londres, ha sido prácticamente nulo. En paralelo, la opinión pública ha estado más interesada en los asuntos de política interna que en lo que ocurre al otro lado de nuestras fronteras o del significado de nuestra presencia en la OTAN con respecto a nuestros intereses estratégicos. Quizás este síntoma se dé también en otros países que forman parte de la Alianza.
Un hecho que conviene resaltar es que, tras setenta años, el número de Estados miembro ha ido en aumento y que su principal adversario, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ha desaparecido sin necesidad de un conflicto armado. Hoy son otras amenazas las que se presentan. También son manifiestas las crisis, especialmente significadas tras la última reunión de Londres, donde el presidente Trump abandonó la sesión. Para Macron, la OTAN sufre de parálisis cerebral, una metáfora que expresa la ausencia de dirección y de visión estratégica que padece la Alianza.
Otro hecho cierto es que las crisis siempre han acompañado a la historia de una organización formada por tan variados aliados. Recordemos cuando en 1966 el presidente Charles de Gaulle abandonó la estructura militar integrada, para volver después. Hoy hay un problema muy serio con Turquía, expresado tanto en la adquisición del sistema de misiles S-400 de defensa antiaérea, como en su política de influencia y expansión en la región, con su participación directa en el conflicto de Siria, o la presencia creciente en Libia. Recordemos que el artículo 5 está vigente.
Una afirmación de la actividad diplomática es que las alianzas mueren cuando ganan. De todos estos años, la fecha más compleja del Tratado Atlántico fue en 1991, cuando se dio acta de defunción a la URSS, surgiendo un nuevo escenario de actores, con una Rusia sin proyección y 14 nuevas repúblicas buscando caminos de orden y estabilidad, y un nuevo posicionamiento en el mundo, cuestión que afectó especialmente en las del Este de Europa. De ahí viene la razón de la ampliación y la mala digestión posterior, que llega hasta nuestros días.
Conviene recordar que la organización político-militar es el instrumento de un tratado político. Para comprender la OTAN no hay que centrarse en la estructura y las misiones que lleva a cabo, sino en el documento original que expresa su identidad, su ser. Y ese documento es el Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949, con una Unión Soviética al mando de Stalin, victoriosa de la Segunda Guerra Mundial, y con un plan de expansión territorial e ideológica de dimensiones globales. Se nos ha olvidado lo que ha significado el comunismo, el Muro de Berlín y la Guerra Fría, y uno de los motivos es que no se ha tomado en serio la estrategia soviética, su dialéctica, su praxis, su filosofía. Para comprender a Rusia hoy, así como el desarrollo de los conflictos híbridos, con sus campañas de información e influencia, es necesario volverla a repasar.
Una certeza estratégica es que cuando el enemigo desaparece, se difuminan los motivos que justificaban la alianza. Tras veintiocho años, la OTAN ha sabido sobreponerse y ha encontrado nuevos caminos para justificar su existencia. El periodo que va desde 1991 (desaparición URSS) hasta 2019 (Cumbre de Londres) se ha caracterizado por un número elevado de misiones, nuevos planteamientos en las estructuras y más socios. El último comunicado seguía señalando a Rusia como amenaza, pero terminaba haciendo un llamamiento a China y su influencia emergente a nivel global. Pekín tiene como objetivo el convertirse en la potencia del siglo XXI. Esto es importante porque incluye una influencia en el ámbito de la seguridad y la defensa, es decir, político-militar.
La OTAN se mantiene porque funciona. Hoy es un paraguas defensivo -principalmente norteamericano- del que nadie quiere salir, aunque no haya una percepción real de amenaza. Cuando estaba la URSS no se disparó ni un solo tiro y Rusia lo sabe, por eso tantea las fronteras y hace lo que puede en el ámbito ciber. Otra cosa es lo vivido en Afganistán y lo que ocurre en eso que comienza a denominarse como “Flanco Sur”.
El principal valor en términos militares es la capacidad de planificar y abordar misiones de forma conjunta. Esto es muy importante desde el punto de vista del desarrollo de las Fuerzas Armadas y no se tiene en cuenta con la suficiente atención, más allá de las discusiones diplomáticas. El método, la forma de estructurarse, la cadena de mando, toda la doctrina que permite el “joint” (lo conjunto), tiene un significado de enorme trascendencia, tanto para las capacidades militares de cada aliado como para configurar el músculo logístico y disuasorio en las misiones encomendadas.
También lo es para la industria de defensa. La certificación de equipos, materiales y sistemas es un sello de calidad deseado y supone el mejor argumento a favor de los productos y servicios utilizados. En la competición tecnológica resulta de enorme valor estratégico la carrera por la innovación y el desarrollo. Hoy es prioritario mantener la vanguardia en todo lo que implica el big-data, la inteligencia artificial, el ámbito ciber, la tecnología cuántica, y la consiguiente adquisición del talento y el capital humano que lo permite, y que implicará un cambio en la forma de operar.
Otro de los retos de la OTAN es la nueva estructura de mando. Me gustaría señalar que se trata del único organismo internacional que tiene una estructura de mando permanente. A lo largo de estos 70 años, las crisis también se han reflejado en el organigrama, necesariamente adaptado al concepto estratégico, tanto en su dimensión fija (reducción de 27 cuarteles generales desde 2010), como en el de la fuerza, siendo variable con respecto a cada misión. Los retos del espacio y de la ciberseguridad no tienen en cuenta las fronteras territoriales, y habrá que ver si lo de “Atlántico Norte” afecta al Ártico, una región de creciente interés, como demuestran los movimientos de Rusia y de China. Por último, cabe mencionar la batalla por el relato, con las dificultades jurídicas que conlleva, y que ya no se trata de un enfoque del clásico “Strat-Com” de escenarios convencionales.
La última declaración de Londres mencionaba al terrorismo como amenaza principal, pero no son los medios las amenazas sino los actores, en este caso actores no estatales y de fuerte identidad islámica. Y éstos no están en el este europeo, sino en el sur, y una de las principales fronteras terrestres del sur de la OTAN se llama España.
Gabriel Cortina
Contenido publicado originalmente en la Revista Atalayar (7 Feb. 2020)
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