Paper 58
18 Marzo 2025
Es común ver cómo ciertos patrones históricos tienden a repetirse bajo nuevas circunstancias, incluso con las mismas amenazas. En este sentido, la reciente cumbre de la Unión Europea sobre el rearme y la autonomía estratégica de Europa evoca los temores y decisiones que marcaron la Guerra Fría, específicamente la Crisis de los Euromisiles en los años 80.
A pesar de los cambios en el contexto global, las similitudes entre los dos períodos son innegables: una creciente amenaza rusa, la incertidumbre sobre el compromiso de Estados Unidos con la defensa europea y la necesidad de una respuesta contundente. Sin embargo, a diferencia de los años 80, hoy Europa se encuentra en una posición más autónoma, pero también más desafiante.
En cuanto a la primera similitud, en los años 80, la Unión Soviética, como potencia rival de Estados Unidos, desplegó los misiles SS-20 en Europa del Este, lo que alteró la seguridad del continente. Esto desencadenó una respuesta directa de la OTAN, que liderada por EE.UU., desplegó misiles Pershing II en Europa Occidental e intensificó la tensión dando lugar a una de las confrontaciones más peligrosas de la Guerra Fría.
Hoy, casi 40 años después, Europa enfrenta una amenaza similar, pero con nuevas formas y actores. Al igual que en la Crisis de los Euromisiles, la agresión rusa es la principal amenaza. El conflicto en Ucrania, sumado al reciente despliegue de misiles hipersónicos por parte de Moscú en Kaliningrado y Bielorrusia, ha reavivado las discusiones sobre la seguridad de Europa.
Respecto a la segunda similitud sobre el compromiso de EE.UU. con la defensa europea, en los años 80, Europa dependía casi exclusivamente de Estados Unidos para su defensa. Esto resultaba en una relación de confianza mutua, pero también en una asimetría en cuanto a la carga del gasto en defensa. La OTAN se consolidaba como el pilar de la seguridad en el continente europeo, al igual que en la actualidad, y el compromiso de Washington era fundamental. Sin embargo, esta dependencia generaba tensiones dentro de la Alianza, especialmente por las expectativas desiguales sobre el nivel de contribución de cada miembro.
En 1985, Estados Unidos destinó aproximadamente el 6,2% de su Producto Interno Bruto (PIB) a gastos militares, mientras que países europeos como el Reino Unido y Francia invertían alrededor del 4,2% y 3,6% de sus PIBs, respectivamente. Esta disparidad reflejaba la carga desproporcionada que asumía Estados Unidos en términos de gasto militar dentro de la OTAN.
Continuando con el análisis de las cifras de inversión a nivel global, en 2021, el gasto militar ruso ascendió al equivalente a 66.000 millones de dólares, según el SIPRI (Instituto Internacional de Investigación en la Paz de Estocolmo). Es mucho más de un 4% del PIB, pero Estados Unidos gastó 801.000 millones y el resto de los países de la OTAN 363.000 millones.
Hoy, esa dinámica no ha cambiado sustancialmente, aunque el contexto es diferente. Europa sigue dependiendo en gran medida de Estados Unidos para su seguridad, siendo este el principal financiador de la OTAN. En 2024, Estados Unidos destinó una inversión de aproximadamente 754.684 millones de dólares en materia de defensa, representando el 3,38% de su PIB. En contraste, España destinó alrededor de 15.958 millones de euros, equivalente al 1,28% de su PIB, situándose como el país de la OTAN con menor proporción de inversión en defensa. Otros países europeos, como Polonia, Estonia y Letonia, superaron el objetivo del 2% del PIB establecido por la OTAN, reflejando un esfuerzo considerable por reducir la dependencia de la defensa estadounidense.
Incluso China, que lleva casi tres décadas aumentando sin interrupción su gasto militar, una tendencia preocupante, llegó a 293.000 millones el año pasado, con lo que se aproxima a Europa, pero queda aún lejos de EEUU. En este sentido, el objetivo de Pekín es lograr unas fuerzas armadas de “clase mundial” para 2049, centenario de la creación de la República Popular preocupando principalmente a EEUU, mucho más que a Rusia.
Estos datos evidencian que, al igual que en los años 80, Estados Unidos sigue asumiendo una proporción desmesurada del gasto en defensa dentro de la OTAN, lo que refuerza su papel como garante de la seguridad del continente, mientras que Europa sigue dependiendo de Washington para contrarrestar amenazas externas, como las de Rusia e incluso China. Esta situación exige una respuesta para garantizar la estabilidad en el continente, siendo esto un reflejo de la tercera similitud definida anteriormente con la Crisis de los Euromisiles. En esta línea, teniendo en cuenta las cifras anteriores, si los países de la Alianza Atlántica alcanzan el porcentaje de inversión estimado del 2%, la suma de sus presupuestos de defensa rondaría los 200.000 millones de dólares, lo que convertiría directamente a la UE en la segunda potencia militar del planeta (si ese esfuerzo estuviera al servicio de una agenda común).
Sin embargo, aunque las tensiones geopolíticas actuales están impulsando a Europa a replantear su estrategia de defensa, la pregunta sigue siendo la misma que hace 40 años: ¿hasta qué punto los países europeos son capaces de garantizar su propia seguridad sin depender de la ayuda de EE.UU? Para responder a esta pregunta será necesario observar los resultados de los planes presentados por la presidencia de la Comisión Europea, ya que, frente a esta situación, la Unión Europea ha decidido tomar cartas en el asunto.
Úrsula Von der Leyen presentó en la última cumbre un plan para «rearmar Europa» con una inversión de hasta 800.000 millones de euros. Estos fondos están destinados a fortalecer las capacidades de defensa del continente con el objetivo de reducir la dependencia de EE. UU. antes mencionada y fomentar una industria militar europea más integrada, capaz de asumir la defensa del continente sin depender de aliados externos.
Cabe considerar que ninguno de los Veintisiete países que forman la Alianza Atlántica está en condiciones de salir victorioso en solitario ante los desafíos y amenazas que presenta el mundo actual. Eso significa también, en la vertiente militar, que la defensa nacional solo tiene sentido en el marco comunitario, contando con que no existan amenazas entre sus miembros y que todos compartan las que proceden del exterior. En esa línea, lo aconsejable y necesario es valorar en común cuáles son dichas amenazas y, también en común, decidir cómo se les hace frente con recursos humanos, físicos y presupuestarios teniendo en cuenta el papel de las Fuerzas Armadas y sus necesidades. Europa está formada por muchas Fuerzas Armadas de diferentes países con sus respectivas necesidades que desde hace años reclaman, no solo en ámbitos en auge como puede ser el de la ciberseguridad, sino también en mantenimiento.
En este sentido, todo gobierno se enfrenta a la tarea de atender necesidades infinitas con recursos finitos y, de ahí, la imperiosa necesidad de establecer prioridades. No se trata de gastar más, sino de gastar mejor.
En el caso específico de España, como miembro de la OTAN y de la UE, el país debe adaptarse a las nuevas directrices europeas y fortalecer su industria militar. La necesidad de una mayor producción de munición, tanques y equipos innovadores abre, por tanto, una oportunidad para la industria de defensa española, que podría beneficiarse de los proyectos y contratos europeos. Sin embargo, esto también implica un desafío económico y estratégico, ya que el aumento del gasto en defensa debe equilibrarse con otras prioridades nacionales como la sanidad o la educación.
Por otro lado, en cuanto a la visión española, el país muestra poca inquietud por la amenaza rusa en sí (aunque sí le preocupa el impacto económico de la guerra), pero debe apostar por la solidaridad con el resto de países y la defensa de ciertos principios, debido a lo que podría venir del Sur, siendo esto un reflejo del esquema “hoy por ti, mañana por mí”.
España orienta su mirada militar hacia el Sur a lo largo de su eje estratégico esencial: Baleares, el Estrecho y Canarias. En este contexto, destaca la presencia de dos potencias enfrentadas en la región, Marruecos y Argelia, cuya rivalidad podría volverse en contra de España. Está casuística va más allá de cuestiones como el gas, la inmigración irregular o la posibilidad de que Marruecos se convierta en una fuente crucial de electricidad a partir de energía solar y, por tanto, capaz de conectar tanto con la Unión Europea como con Reino Unido.
Argelia ya se ha consolidado como una potencia militar, basándose principalmente en armamento de origen ruso y por otro lado, Marruecos se está transformando en la nueva potencia militar del Magreb y de África. Está llevando a cabo un rearme militar incorporando tanques modernos, misiles anticarro y municiones para drones adquiridos a Turquía, e incluso desde 2011, ha adquirido cazabombarderos F-16 de Estados Unidos, con aspiraciones de contar con F-35 y helicópteros de combate. A todo esto, se le suma que Marruecos, nuestro país vecino, lleva a cabo maniobras militares junto a otros países, entre ellos Estados Unidos, que lo considera un “aliado importante extra OTAN”. Además, la modernización de su fuerza naval, orientada a una mayor capacidad de proyección en alta mar, se ha visto respaldada por los Acuerdos de Abraham firmados con Israel, impulsados por Trump.
Todo lo anterior, refleja la necesidad de un rearme militar español, no solo por lo que pueda venir fruto del conflicto entre Ucrania, Rusia o Argelia y Marruecos, sino porque es posible que, si España no avanza en su rearme de manera paralela a su vecino Marruecos, se arriesgue a quedar rezagada en términos de capacidad militar y modernización. Esto podría interpretarse como una señal de debilidad en un entorno geopolítico tan complejo como el actual y a su vez podría hacer de España un objetivo potencial para actores que buscan explotar vulnerabilidades dentro de la Alianza y fuera de ella.
En definitiva, el plan propuesto por la Comisión Europea para «rearmar Europa» se presenta como un primer paso hacia una autonomía estratégica más sólida. España, al igual que otros países europeos, debe participar activamente y modernizar sus capacidades militares para contribuir a la creación de una fuerza de defensa común y una política de defensa que permita proyectos sostenibles a largo plazo y que no puede ser construida sin considerar el papel de las Fuerzas Armadas. Por ello, la participación de España en la Brújula Estratégica y la Cooperación Permanente Estructurada (PESCO) será clave para fortalecer su papel en la seguridad del continente.
Rebeca Radío Armindo. Analista de Inteligencia
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad de su autor.