Yihadismo en África y ahora, Mozambique

Análisis 270

10 Dic. 2020

Demasiados lugares de África se han convertido en el “caldo de cultivo” perfecto para la expansión de la amenaza yihadista que, lejos de amedrentarse ante la cooperación internacional, sigue destrozando el presente y futuro de millones de africanos. No se trata tan solo del Sahel, del Golfo de Guinea o del Cuerno de África, donde desgraciadamente el salafismo violento ha llegado con pretensión de quedarse, a pesar del despliegue de un esfuerzo internacional sin precedentes, todavía insuficiente o incompleto, para erradicarlo. Ahora, el yihadismo ha irrumpido con una fuerza inusitada en el centro de África.

El salafismo violento —o, mejor dicho, en su nombre— avanza hacia el sur del continente, y se ha hecho fuerte en el norte de Mozambique. Enfrente, un estado que ha transitado de negar la existencia de la amenaza a pedir auxilio a los países de la región e incluso a la Unión Europea Sin embargo, ninguna ayuda se ha materializado todavía sobre un terreno donde las fuerzas nacionales de seguridad —acusadas también de violar los derechos humanos de la población— fracasan a diario en proteger a la población y controlar el territorio. Los yihadistas van ganando esta macabra partida: desde su eclosión violenta en octubre de 2017, el grupo terrorista Al Shabaab —como les llama la población, y que sólo comparte el nombre con los yihadistas de Somalia— ha asesinado a más de 2.000 inocentes y provocado la huida de más de 300 000, según Naciones Unidas.

En Mozambique, la provincia de Cabo Delgado es el nuevo y expansivo reducto de esta filial del maléfico proyecto Daesh (vencido, pero no derrotado en Irak y Siria). Y no por casualidad: esta zona fronteriza con Tanzania reúne muchas de las condiciones que han acrecentado el terrorismo yihadista en otros escenarios africanos, sobre todo su capacidad de ganar adeptos y sumarlos a su causa violenta. Una región rural, pobre y olvidada por el gobierno, muy alejada del poder central de Maputo y donde la mayoría de la juventud sobrevive sin empleo ni expectativas de vida. En sus costas, bañadas por un turismo que poco repercute en la población local, hay enormes depósitos de gas natural que, con la mediación de multinacionales extranjeras, pueden convertir al país en uno de los grandes exportadores mundiales. De hecho, el mega proyecto en Cabo Delgado para construir la primera palabra de gas licuado de África —financiado y ejecutado por la empresa francesa Total— será una realidad en 2024.

Por el momento, no hay certeza alguna de que las reivindicaciones del grupo Al Shabaab se refieran al ingente recurso gasístico de Mozambique, pero es obvio que la explotación externa de su riqueza natural sin beneficio para la población local puede ser otro factor que sustente la frustración social y, como consecuencia, incremente el reclutamiento, la radicalización y la violencia yihadista. Tampoco sabemos si es real su vinculación con el autoproclamado Estado Islámico de África Central, que ya reivindica sus atentados, ni su conexión con los grupos yihadistas del este de la República Democrática del Congo. Sin embargo, la intensidad, la complejidad y la crueldad de sus atentados nos sitúa en el escenario más alarmante. En agosto, tomaron y aún dominan la ciudad de Mocímboa da Praia (30.000 habitantes); en noviembre, y durante dos días, decapitaron y descuartizaron a 50 personas en la zona; y están llenando sus arcas controlando los tráficos ilícitos y cobrando mordidas entre la aterrorizada población.

La semilla del terror yihadista está germinando en el norte de Mozambique, un terreno bien abonado para que la amenaza se asiente y expanda por toda la región. Frente a esta realidad, y bajo la responsabilidad primaria del gobierno nacional, tan solo cabe prestar el apoyo regional e internacional que la población mozambiqueña necesita. La otra opción es que todos suframos las consecuencias.

Coronel Jesús Díez Alcalde. Analista

 Las opiniones expresadas en este análisis son de exclusiva responsabilidad del autor.

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