En amplias zonas de Irak tiene lugar un intenso conflicto que afecta a la región de Oriente Medio, protagonizado por el Estado Islámico (al-Dawla al-Isl?m?ya). Lo que ayer era un conjunto de grupos armados, fruto de la descomposición de Siria y de la ingobernable situación interna de Irak, hoy se configura como una realidad política con vocación de califato. Con el control de Mosul acceden ya a tres recursos estratégicos: agua, electricidad (embalses) y petróleo (pozos de explotación y oleoductos de distribución).
El ´EI´ cuenta con todos los elementos para configurarse como una realidad política, un estado, y supera en visión y capacidades a Al-Qaeda, que es únicamente una organización terrorista. Le queda mucho camino por recorrer, pero el vacío que deja la descomposición de Siria e Irak es terreno fértil. Se ha ido creando una identidad, un corpus doctrinal que le da coherencia; tienen población y está cimentado en un territorio, con vocación de permanencia y expansión regional. Los medios de comunicación nos mantienen informados de lo que allí ocurre, un escenario dramático, con una de las crisis humanitarias más alarmantes de las últimas décadas. Poco cabe esperar de los efectos producidos por los ataques aéreos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos.
Es esta expansión regional del Estado Islámico y sus consecuencias lo que debe de llamarnos la atención. Es necesario hacer un ejercicio de prospectiva sobre los potenciadores de riesgos que hay al otro lado de nuestras fronteras. Mahón es el extremo más oriental de España y dista de Mosul exactamente 3.400,45 km. Pero mucho más cercana es la distancia con Libia: 1.115,95 km es lo que le separa de Trípoli, o sea, un poco más que Algeciras-Girona. Y es en Libia donde está teniendo lugar un conflicto que sí nos afecta de lleno y del que poco o nada se nos informa. La razón es la dependencia energética que tiene España de Libia.
Egipto y Emiratos Árabes Unidos están realizando de forma continuada ataques aéreos selectivos contra grupos insurgentes que han ido asentándose en la parte oriental del país. Tras la desaparición de Gadafi y su régimen, no se ha podido configurar un gobierno que ofrezca garantías de estabilidad. De nuevo, grupos, tribus y otras realidades sociales han ido configurando un espacio ingobernable con amenaza de enfrentamiento violento civil. Armados y con fuerte presencia en el terreno, no parece que haya una situación que asegure estabilidad a corto plazo. Y es aquí donde la influencia de Estado Islámico va a poder llenar huecos y generar una identidad que agrupe tendencias y consolide una nueva realidad política. Luego vendrá el efecto “llamada” que genera este tipo de situaciones y sus consecuencias imprevisibles.
Lo que ocurre en la región del Mediterráneo tiene profundas implicaciones económicas y estratégicas para España, a corto y a largo plazo. De nuevo se impone la geografía. En 2010 se importaba el 13% de crudo libio y en febrero de 2014 apenas llegaba al 4%, siendo el gas el 1,5%. El embargo a Irán y la crisis Libia tiene un impacto importante sobre nuestro aprovisionamiento de crudo y esto afecta gravemente a uno de los aspectos de la seguridad nacional, que es el abastecimiento energético. La cercanía con Trípoli genera facilidades logísticas en aprovisionamiento pero su inestabilidad afecta a la presencia de nuestras empresas energéticas, que por cierto, han realizado inversiones importantes en el país vecino.
A la hora de organizar coaliciones internacionales, desde el punto de vista europeo es fácil argumentarlo con menciones a luchar contra el terrorismo y a garantizar la libertad, los derechos humanos o la democracia, esperando la aprobación de los Parlamentos y el visto bueno de la opinión pública. Sea como sea, en lo que sí hay consenso es en asegurar dos cosas: lograr la estabilidad y la seguridad en la región, ya sea en Oriente Medio o en la frontera Egipto-Libia, y garantizar el acceso, la explotación y la distribución de los recursos energéticos. El Estado Islámico afecta negativamente a ambas. En la capacidad de dar respuesta a estas dos necesidades está el interés de España y el liderazgo de nuestros dirigentes. De ahí la importancia de contar con una política de defensa coherente y compartida.
* Publicado en Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI)