Análisis 250. 01/04/2020
El COVID-19 ha golpeado violentamente en el rostro a nuestras sociedades con una realidad de la que la mayoría no era consciente. Lo difícil había dado paso a lo complicado, y esto, a su vez, a lo complejo. El término VUCA (acrónimo del inglés Volatility, Uncertainty, Complexity and Ambiguity) no suele figurar en el vocabulario del ciudadano medio, pero sin embargo es precisamente el que define el entorno en el que nos tocará vivir.
Debido al COVID-19 posiblemente sea la primera vez desde la Guerra Fría que Occidente percibe una amenaza como existencial. Nuestras sociedades post-heróicas han alcanzado las mayores cotas de desarrollo y libertad registradas en la historia, cuyo máximo exponente es el valor que otorgamos a la vida humana. Ahora todas esas percepciones se tambalean y la sensación es desoladora.
El COVID-19 cambiará el panorama geopolítico mundial o al menos acelerará tendencias presentes, donde China será el actor más beneficiado. Una vez contenida la pandemia con medidas draconianas de dudosa aplicación ad litteram en nuestras sociedades, Beijing se vuelve hacia Occidente con rostro amable interpretando el papel del salvador desinteresado. Ante la manifiesta incapacidad estadounidense, y desde luego de la UE, para gestionar la amenaza, los asolados ciudadanos comunitarios bendecimos la ayuda del gigante asiático, pero debemos recordar que en geopolítica nada es gratis.
La aparición de esta pandemia no es una sorpresa estratégica o cisne negro. Desde el punto de vista de la Seguridad Nacional (SN), los países occidentales, y desde luego España, hace años que contemplan las pandemias como una de las amenazas a su Seguridad. Nuestra Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) 2011 menciona el término pandemia en cinco ocasiones, la ESN 2013 solo dos, pero es más concreta y la ESN 2017 no menos de seis. Siguiendo en esa línea, el pasado 9 de marzo el Ministerio de Defensa adelantó la presentación pública del Cuaderno de Estrategia (CE) Núm. 203, dedicado específicamente a las pandemias como amenaza a nuestra Seguridad.
Al menos en teoría, España estaba razonablemente preparada para una eventualidad biológica grave. Tras la crisis del ébola en 2014 y ante futuras emergencias asociadas a agentes infecciosos graves, se estableció a instancias del Sistema Nacional de Salud una red de unidades asistenciales de alto nivel de biocontención. Esta red se completó con los correspondientes protocolos y mecanismos de coordinación interministeriales, con sociedades científicas y con actores de la sociedad civil. Surgen numerosas preguntas que deberán tener respuesta clara y precisa a su debido tiempo.
En el Sistema Internacional del siglo XXI hará más frío que en el pretérito orden bipolar. Podemos anticipar que nuestras sociedades se verán sometidas a crecientes amenazas cuyos efectos no siempre serán de clara atribución, ni sus efectos tan inmediatos o elocuentes como los del COVID-19. Aunque no por ello serán menos letales. En la era de la información, el objetivo de los intereses de actores competidores, Estatales o no, son las propias sociedades, sus valores y su cohesión como grupo.
Frente a ello, factores como la adaptabilidad, la resiliencia o la capacidad de reacción ante lo inesperado, aportando en tiempo útil respuestas valientes e imaginativas marcarán la diferencia. Podrán llegar a decidir si una sociedad pervivirá como tal en el entorno complejo del Sistema Internacional del siglo XXI.
Ante el visible fracaso de los gobiernos occidentales en la gestión de esta pandemia, las miradas se vuelven hacia Asia. Bajo una intensa presión social, existe el riesgo de que surjan en Occidente líderes populistas que decidan emular el comportamiento de Estados totalitarios enarbolando la bandera de la Seguridad Nacional. Los ciudadanos occidentales haríamos bien en aprovechar los dos meses de confinamiento, como poco, que aún tenemos ante nosotros para revisar nuestras percepciones sobre la realidad del mundo que nos rodea y, en consecuencia, decidir qué tipo de líderes queremos que nos dirijan.
Decisiones como la inicialmente adoptada por el ejecutivo británico frente al COVID-19 por las que asumían decenas de miles de muertos, debido a un enfoque eminentemente economicista, nos parecen espeluznantes. Las democracias, sencillamente, no hacen eso.
Francisco Javier Quiñones
Máster en Paz, Seguridad y Defensa (IUGM-UNED)
Las opiniones de este análisis son de exclusiva responsabilidad del autor
Image: World Day Shutterstock